Por: SEGISFREDO INFANTE

            La historia del monoteísmo (creencia en un solo Dios), posee dos raíces importantes claves dentro de una misma tradición. La primera raíz, según mi humilde juicio, se localiza en la persona legendaria del patriarca Abraham, “padre de naciones”, quien apareció en la ciudad de “Ur de los caldeos”, de ancestros sumerios, alrededor del año dos mil antes de nuestra era. Y quien además recibió, según la tradición bíblica antigua, la revelación de un Dios único, invisible y universal. Personalmente creo que Abraham es uno de los personajes más interesantes y enigmáticos de la antigüedad.

            Seguidamente, la segunda raíz clave, en los primeros cinco libros de la Biblia, es la figura de Moisés, un poco más cercana y rastreable en términos históricos. Incluso su nombre aparece cuando menos una sola vez en un papiro egipcio, en los años próximos al rey Akhenatón, el primer faraón monolátrico. Moisés es famoso por muchas razones. Una de ellas es su crianza principesca en la casa faraónica; y su sobrevivencia previa desde la tribu de Leví. Luego sus caminatas individuales por el desierto, bajo la protección del pueblo de Madián.

Es interesante que antes de recibir la autorrevelación de Dios en el Monte Horeb, en el desierto Sinaí, Moisés pasó cuarenta años pastoreando las ovejas de su suegro Jetro, caminando sin sentido alguno, como si Dios mismo lo estuviera observando antes de revelársele mediante una “Zarza Ardiente”, que amén de exhibir un fuego divino, jamás se consumía. Moisés, al margen de haber recibido una educación principesca en Egipto, era un hombre humildísimo, tímido, paciente y medio tartamudo, que rehusaba cualquier misión histórica. Esto puede deducirse del contexto de la Torá o Pentateuco.

No soy teólogo. Ni pretendo serlo. Solamente soy un lector marginal de algunos libros interesantes que se han cruzado en mi camino o que han pasado frente a mis anteojos. Uno de estos libros se titula “Moisés y la Zarza Ardiente” (año 2019) de R.C. Sproul. Al verlo en una librería lo compré de inmediato porque sentí que era un texto que necesitaba desde hacía tantos años. Mi amiga Waleska Gómez me dijo que Sproul es un teólogo respetable. Además de teólogo protestante (o “evangélico”) descubrí que R.C. Sproul ha estudiado filosofía, y que conoce a algunos autores ateos como Jean-Paul Sartre. También cita con propiedad, y sin ningún prejuicio, a Filón de Alejandría, y a los católicos “San Agustín” y Tomás de Aquino. Tal como lo hizo con anterioridad el teólogo hondureño, también protestante, Roberto Cruz Murcia.

Así que mi reaproximación a este tema, lo hago desde las páginas del libro de R.C. Sproul, y desde algunas experiencias poéticas y filosóficas íntimas. Él sugiere la tesis que Dios es “autoexistente”, y que se le reveló a Moisés desde un arbusto humildísimo, tal la zarza que abunda en el desierto. La primera vez que escuché la expresión de “Una Zarza que no se consumía” fue en la boca de mi abuela materna. Sproul dice que se trata de una verdadera teofanía. Dios autorrevela su presencia mediante una “Zarza Ardiente”, y también su nombre eterno frente a un Moisés atemorizado pero a la vez inquisitivo. Más allá del Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el educado Moisés quiere saber el verdadero nombre de Dios. El “Eterno” le contesta que Él se llama YAVÉ, es decir, “Yo Soy el que Soy”. Pero según Luis Alonso Schökel, un hermeneuta católico ya fallecido, experto conocedor del hebreo antiguo, la palabra “YAVÉ” quiere decir “Yo Soy el Ser”, con una connotación más filosófica que religiosa.

Para ambas traducciones la significación, según mi juicio, es profunda. Se trata, según Sproul, de una manifestación trascendente y al mismo tiempo inmanente de Dios, que se revela en forma directa al profeta Moisés. Por un lado se expresa como Dios creador del Universo, mediante un fuego inexplicable; y por otro lado como Dios personal interesado en la historia de su pueblo pero también en la “Historia” universal. La humilde “Zarza Ardiente” expresa la inmanencia y la trascendencia simultánea de Dios, con un fuego autogenerado y trascendente. “Lo que Moisés vio en este fuego fue una manifestación visible y sobrenatural de la gloria de Dios.”  Es decir, “una manifestación visible del Dios invisible.” Como si fuera un “umbral” de transición “entre el cielo y la tierra”. Creo que también el filósofo y teólogo español Xavier Zubiri ha escrito acerca del  Dios personal.

Comprendo que en las culturas monoteístas haya varios nombres para referirse a Dios. Pero en la esfera individual, después de haber leído varios textos bíblicos y a ciertos hermeneutas, el nombre que más me ha impresionado es “Yo Soy el que Soy”, en tanto que la sola expresión, en sí misma, acumula una carga semántica excepcional, desde cualquier punto que se la quiera mirar. Incluyendo la carga filosófica.

Tegucigalpa, MDC, 17 de mayo del año 2020. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el domingo 24 de mayo de 2020, Pág. Siete). (También se reproduce en el diario digital hondureño “En Alta Voz”).           

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