El compromiso del abogado Erasmo Jiménez trasciende con el caso de la joven Lisby Allen, que se enfrenta a la Corte Suprema en busca de su libertad

Por Dunia Orellana de Reportar sin Miedo

Tegucigalpa, Honduras. Durante más de una década, el abogado penalista Erasmo Jiménez Ramos ha alzado su voz en los tribunales de Honduras para defender los derechos de las poblaciones en mayor situación de vulnerabilidad, aquellas a quienes nadie escucha. No es solo un litigante. Es además un aliado que camina al lado de sus defendidos en sus momentos más críticos.

Su labor trasciende la mera representación legal al encarnar un compromiso férreo por hacer la diferencia y lograr cambios tangibles en un sistema que, por lo general, discrimina. Su historial —que incluye al menos seis casos emblemáticos, entre ellos los de Germán Mendoza y Sandra Sarmiento, que investigué en 2017 y publiqué en Reporteros de Investigación y Diario En Altavoz— forma parte de la serie de investigaciones periodísticas «Las 280 muertes de Vicky Hernández». Estos casos marcaron no solo un antes y un después en mi carrera, sino en la vida de las personas a las que Erasmo defendió.

Ahora, el abogado Jiménez enfrenta su desafío más significativo: defender ante la Corte Suprema de Justicia a Lisby Allen, un caso que se ha convertido en paradigma de las fallas estructurales de la justicia hondureña.

DEFENSA. El abogado Erasmo Jiménez junto a la coordinadora de Cattrachas, Indyra Mendoza.

Erasmo y la historia de Lisby

El caso de Lisby Allen no es uno más. Es la historia de una joven que, a los 18 años, fue secuestrada “a punta de pistola” por un hombre de 51, llevada a un motel donde sufrió amenazas de muerte y abuso sexual, y que, en un acto de supervivencia, se defendió disparándole a su agresor. Inmediatamente después, con los nervios destrozados, llamó al 911 para reportar tanto el hecho como la violación. Sin embargo, el sistema judicial decidió ver solo la mitad del cuadro.

Desde ese momento inició una cadena de irregularidades: el examen médico forense que podía comprobar la agresión sexual se realizó 48 horas después —cuando ella ya se había bañado—, lo que hizo que la evidencia se perdiera. El Ministerio Público desoyó por completo su testimonio como víctima y, en cambio, la acusó de homicidio y porte ilegal de arma —siendo el arma de su captor—, presentándola ante la sociedad como una «criminal peligrosa».

Las autoridades judiciales descartaron, sin un análisis serio, las figuras de la legítima defensa y el miedo insuperable, circunstancias que eximen de responsabilidad penal. Presionada por un sistema que la había condenado de antemano, Lisby aceptó un procedimiento abreviado que la sentenció a 11 años y tres meses de prisión, sin que el juez considerara nunca el contexto de violencia sexual y secuestro que vivió.

Es en este punto —donde la justicia falló estruendosamente— donde la defensa de Erasmo se vuelve indispensable. Su labor no se reduce a apelar a un tecnicismo legal; consiste en obligar al sistema a ver la historia completa que deliberadamente ignoró. Es defender lo que el Estado le negó a Lisby: su condición de víctima.

«Sabe lo que hace»

La verdadera medida de un profesional como Erasmo no se encuentra solo en sus victorias, sino en la percepción de aquellos a quienes defiende. Los testimonios de sus clientes pintan un retrato vívido de su método y su carácter, y explican por qué un caso como el de Lisby está en sus manos.

Germán Mendoza no duda en calificarlo como “muy bueno”. Al analizar su propio caso, Germán reconoce que, aunque la acusación en su contra era grave y lo llevó a la detención, el proceso “estaba viciado desde un principio” y carecía de “elementos probatorios”.

Fue la meticulosidad de Erasmo la que marcó la diferencia. “Él reunió todos los elementos, estudió el caso… y lo ganó. El tipo sabe lo que hace”, relata Germán.

Esa seguridad, transmitida desde el primer encuentro, fue crucial: “Volvió y me dijo: ‘No se preocupe, este caso lo vamos a ganar… tenga calma’”. Esa promesa se cumplió. Germán también destaca la versátil experiencia de Erasmo, quien ha sido fiscal, juez y catedrático, una trayectoria que enriquece su perspectiva en la defensa.

Por su parte, Sandra relata una experiencia que va más allá de la habilidad legal. Después de que un abogado de oficio les fuera asignado, su familia contrató a Erasmo. “De entrada, él fue bien sincero”, recuerda. Le fue claro sobre la situación, pero también le tendió una mano de esperanza: “No te preocupes, yo te voy a ayudar”.

Sandra admite que, por falta de recursos, no pudieron continuar pagando sus honorarios, pero cuando la Red Lésbica Cattrachas retomó el caso, se abocaron de nuevo a Erasmo y él volvió a asumirlo.

Estos relatos no son simples anécdotas; son la evidencia de un patrón. Erasmo Jiménez encarna un modelo de defensa que combina el rigor jurídico con una humanidad profunda. Estudia los casos a fondo, transmite confianza y es honesto sobre los desafíos. Así lo afirma Indyra Mendoza, de Cattrachas, quien relató a Reportar Sin Miedo que han trabajado con él en seis casos de criminalización contra lesbianas y gays, y siempre ha mostrado un principio ético sólido y de no discriminación.

Lisby: un desafío frontal

La defensa de Lisby Allen ante la Corte Suprema es un compromiso que trasciende la carrera de Erasmo Jiménez. Es una interpelación directa sobre cómo el sistema de justicia hondureño no aplica la perspectiva de género. No se trata solo de un recurso de revisión. Es un desafío frontal a un sistema que prefiere la condena rápida sobre la justicia verdadera. Es la batalla por hacer valer la ley para quien más la necesita: una víctima a la que el sistema convirtió en culpable.

En un contexto donde la comunidad LGBTI+ y las mujeres enfrentan una violencia estructural, abogados como Erasmo no solo defienden casos; defienden la propia noción de justicia. Su trabajo, minuto a minuto y expediente tras expediente, es un recordatorio de que el cambio no solo se exige en las calles, sino que se construye, con tenacidad y excelencia, en los tribunales. Y en la Sala de lo Constitucional, lo que está en juego es mucho más que la libertad de Lisby: es la credibilidad de una justicia que tiene la oportunidad de enmendar un error histórico.

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