Por: SEGISFREDO INFANTE

            Los llamados “líderes mundiales” se reunieron en Roma, en el curso del año 1996, con el objeto principal de contraer compromisos y elaborar un programa encaminado a “erradicar el hambre en todos los países” y “conseguir la seguridad alimentaria para todos”. Es llamativo que aquella “Cumbre Mundial” proyectó alcanzar el objetivo final para el año 2015, tal vez perdiendo de vista las variables económicas y financieras predominantes de la década del noventa y comienzos del siglo veintiuno, con las sorpresas en los recodos del camino. Se habló de cosas positivas y negativas de la globalización, como la expansión mundial, por causa del comercio, de las plagas que afectan a la agricultura y el ganado. Asimismo se habló de huracanes, terremotos, sequías, conflictos bélicos e inundaciones. Y es que, en aquel entonces, se perdió de vista que la mayoría de los tecnócratas “hipermodernos”, corredores bursátiles y ciertos “políticos” que fingen modernidad, estaban como enajenados con las desregulaciones y los “ajustes estructurales de la economía”, y que en consecuencia les importaba poco menos que un pepino la espantosa circunstancia de más de ochocientos millones de personas que se encontraban muriendo de hambre (o desnutridas) en aquella fecha, en distintos puntos del globo terráqueo, incluyendo Centroamérica. Mucho menos les importaba a los archimillonarios, a quienes lo único que pareciera interesarles, con excepciones, es el inmediatismo y ganar más millones sin importar las consecuencias directas o colaterales. Es más, con tales actitudes les abrieron las puertas y ventanas, sin ningún rubor, a los nuevos populistas de diversos signos, y a las mafias de los dos hemisferios globales.

Ahora mismo los grandes productores de armas sofisticadas y de municiones, de distintos bandos, están felices celebrando la guerra que destruye al pueblo de Ucrania y sus monumentos históricos, con la perspectiva de otras posibles guerras. Jamás les pasa por la mente que podría estar en peligro la sobrevivencia de la especie humana y que ellos mismos desaparecerían del mapa, llevándose al crematorio sus arrogancias y sus fanatismos bipolares, con lo cual desatarían un infinito daño contra todos nosotros. No se ve por ningún lado, hasta este momento, aparecer una tercera fuerza pacificadora que sea sincera e imparcial, con incidencia mundial, y que venga a estabilizar el desorden en que nos han hundido. Por supuesto que “las masas populares” de diversos países se pronuncian en las calles contra la guerra y el encarecimiento extremo de los productos de primera necesidad. Eso es todo lo que tenemos por ahora.

Han pasado veintisiete años desde aquella “Cumbre Mundial” encargada de erradicar el hambre y la pobreza del planeta. Y las cosas, desde la crisis financiera del 2008, se han agravado con zigzagueos aparentemente inexplicables. Es cierto que los técnicos de la “FAO” utilizaron términos bonitos, novedosos y eufemísticos. En vez de hablar de desnutrición lanzaron el concepto de “subnutrición”. Y en vez de países atrasados volvieron a la carga con aquello de los países “en vías de desarrollo”.

Sin embargo, debo reconocer que en un “Informe” del año 2001, la “FAO” agregó puntualizaciones fraseológicas inusuales en aquella fiesta triunfal del “neomonetarismo” (léase neoliberalismo ideologizado), que me parece necesario reproducir en este artículo. Veamos (Sic): “Todas las sociedades, comunidades y personas tienen la responsabilidad de asegurar que se erradique el hambre.” Y que “se reconozca cada vez más el hecho de que el hambre y la malnutrición impiden el crecimiento económico y la mejora del bienestar.” (…) “Aunque quizás no sea sorprendente que el crecimiento económico ejerza un efecto positivo en los niveles de nutrición, hay también pruebas que el mejoramiento de la nutrición, mediante sus efectos en el desarrollo del capital humano, repercute por sí mismo en un mayor crecimiento y un aumento de los ingresos. El hambre es a la vez consecuencia y causa de la pobreza. Por consiguiente, la inversión pública para incrementar la producción agrícola y facilitar el acceso a los alimentos es una sabia asignación de los recursos y, en muchos casos, constituye una condición previa indispensable para el crecimiento económico y la mitigación de la pobreza.”

Hay que releer con cuidado cada palabra de los textos de la “FAO” del 2001, porque si bien es cierto “El hambre es a la vez consecuencia y causa de la pobreza”, en ninguna parte del mundo se ha erradicado el hambre vía decreto ni tampoco a garrotazos contra los pueblos. Mucho menos destruyendo a la clase media. El hambre puede mitigarse. Pero sólo podrá resolverse (ahora con más de mil millones de hambrientos) creando aparatos productivos eficaces, grandes e incluyentes, con tecnologías baratas que estén al servicio de las prioridades del “Hombre” real, y nunca de guerras absurdas. Por ejemplo, se deben elaborar semillas que resistan todas las adversidades climáticas. 

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