LUISA AGÜERO

Sobre la vía del Estadio Olímpico, el motor del estropeado camión aúlla y los frenos crujen cuando para bruscamente en el único carril antes de llegar al edificio de Tribunales. Montado en su armatoste, el chofer mira con desprecio a un policía y le grita a otro  conductor que está recibiendo una esquela: ¡Mándalo a la m…, aquí no se le para bola a las  multas…!

Sus palabras, como un berrido, son un comunicado de guerra que le revienta en el rostro al policía de tránsito que, sobre el asfalto, sólo intenta explicar a otros conductores  el “embotellamiento” en que se ha convertido la concurrida arteria desde que el segundo acceso periférico quedó destruido por causa de las inundaciones.

Basta mirarle la cara al chofer para saber que cada frase que expresa lo hace caer en un estado de éxtasis, en una gran euforia; tiene los ojos inyectados de altanería. Y también sólo hay que observar el semblante del policía, turbado, con una sonrisa fingida, para concluir que este sudoroso camionero agarrado al volante lo está humillando…Este, sin duda, es el “Paraíso Perdido de los Mordelones”, dice Fredy Salgado, después de haber compartido una experiencia de la cual fue testigo.

Triste experiencia

Hace seis meses,  a eso de las 10:00 de la noche, Fredy contó que se  trasladaba en su camión hacia Nicaragua, cuando en uno de los puestos de la ruta, se detuvo para cumplir con el pago correspondiente.

“Los policías acantonados me pidieron los documentos para multarme, según ellos, por problemas de luces”, manifestó. Sin embargo, al mostrarles que todo estaba en buen estado, argumentaron que me aplicarían la multa porque las luces blancas de la parte trasera no encendían.  “Tuve que explicarles que esas luces son de retroceso y que también estaban en buen estado”, recalcó.

No conformes, estos señores se juntaron al otro lado de la carretera en la parte más oscura, luego salió uno de ellos y caminó cien metros al oeste de la carretera, al regresar me acusó de haber llevado con el camión uno de los conos que estaban al centro de la vía.

Pero lo que había en la carretera, donde estaba supuestamente el cono, era una piedra de unas cinco libras de peso, la cual se partió en tres pedazos cuando la llanta trasera del camión la presionó.

Sin perder el hilo, le preguntamos directamente: “¿Usted ha dado mordida? ¡Infinidad de veces!, dice. “Simplemente manejando… y casi para todo porque estamos en el país de las movidas…. Hasta cuando me casé tuve que dar “alguito” para que me fueran a amarrar  a mi casa”, comentó con una “sonrisa de oreja a oreja”.

Corrupción, historia sin fin

En Honduras existe la corrupción “menor” o de “supervivencia”, practicada por funcionarios de nivel bajo o intermedio, este es el caso del policía de tránsito que pide soborno, o mordida, cuando detiene a alguien de forma indebida, pero también existe la gran corrupción que implica a altos funcionarios del Estado y pagos de sobornos internacionales, como en el caso de las  licitaciones públicas.

Para el abogado Víctor Perelló, comisionado regional de los Derechos Humanos, en San Pedro Sula, “la mordida está generalizada y nadie se escapa porque está a todo nivel…es algo tan normal, además, tampoco ha habido ninguna política tendiente a reducirla”.

¿A qué lo atribuye? “Por una parte, esto se debe a los engorrosos trámites burocráticos que la mayoría de las personas deben realizar, para algunos resulta más cómodo pagar con el fin de hacer las cosas más expeditas y, otros podrían aducir bajos salarios”, señala el profesional.

Lo cierto es que, en la historia sin fin de la corrupción, existe esa  palabra que todo hondureño en general identifica, sea porque alguna vez la ha dado, porque la ha recibido o, al menos, “ha escuchado hablar de ella”.

El panorama desalentador

Ahora nos trasladamos a  otro punto de la ciudad. El semáforo está en rojo. Y Héctor S., un joven que cubre el trayecto de La Planeta con su microbús remendado, suelta el bramido de su cansado motor a mitad de la avenida. A su unidad le ha pintado llamas a los costados, como si eso le diera un caballo más de fuerza.

Trae una canción de ese hip hop de odio, como el que se refleja en su semblante. No ha cubierto el pago de seguro. Tampoco carga la tarjeta. Su licencia está a punto de vencerse. En otras palabras: no puede manejar. Pero está “presto” a dar una “mordidita”, después de todo.

Y en poco segundos, Héctor se pasará la luz roja. “Tengo que hacerlo para subir más pasajeros”, dice. Pero no es el único: lo copian conductores de buses, de autos particulares y de otros microbuses. No obstante, esto ocasiona que los automovilistas que tienen el verde a su favor se sujeten al freno.

El joven, que aparenta unos 22 años,  ya es cliente del taller de enderezado: tres veces le han arrancado la defensa del busito. Pero, como le repite su mamá, “no entiende”.

O como piensa Trinidad Juárez, un taxista que hace base frente a una conocida terminal de transporte: “Estos cipotes no respetan al peatón, insultan a los viejos como yo… Les vale v…todo y dan mordidas hasta para tirar para arriba”.

Pérdidas a “granel”

En países como México, por ejemplo, la “mordida” significa económicamente hablando el uno  por ciento de todo lo que produce el país, es decir 23 mil 400 millones de pesos al año, dinero que pasa de una mano a otra para que un trámite se resuelva, o para evitar que se lleven el carro al corralón, que le levanten la infracción y hasta  para llegar a un arreglo, “por debajo del agua”, entre la autoridad y el ciudadano.  Honduras, por supuesto, no es la excepción.

Aquí, la pérdida de ganancias debido a la corrupción es mucho más significante entre las empresas nacionales, que pierden alrededor de un 12 por ciento comparado con un 8.8 por ciento de las firmas extranjeras.

Nuevas inversiones en las empresas podrían subir alrededor de un 11 por ciento si la burocracia, los sobornos y el costo de estas fueran eliminadas. Este gran potencial fiscal de contribuciones sería un indicador de cuan costosa resulta  la corrupción para un país como el nuestro, establece un  Perfil del Sistema Nacional de Integridad de Honduras, al cual tuvimos acceso.

Vergüenza “cotidiana”

Tal parece que los hondureños, necesariamente tenemos que sufrir la vergüenza cotidiana del escándalo y los espectáculos más bochornosos, que se escenifican constantemente. Esa pauta del doble lenguaje, donde pareciera que la “mordida” llegó para quedarse,  ha permeado profundamente en el inconsciente colectivo, creando una esquizofrenia social, que dice rechazar la corrupción. Sin embargo, “todo el que puede” se “pega” a ella, como “garrapata”, cuando existe la más mínima oportunidad de disfrutarla; mientras se escandaliza con cualquier muestra de inmoralidad.

De esa forma, se ha exaltado la personalidad de grandes saqueadores de la vida pública, por su “simpatía” y capacidad de “hacer obra”, siempre y cuando repartieran algo de sus ganancias ilícitas. Todo ello se ha convertido en la esencia de la vida pública nacional, reflejado  en un sistema corrupto, autoritario y saqueador, pero al mismo tiempo, encubridor y sostenido en subsidios, en la inmoralidad gremial, en la defraudación fiscal y en una variada gama de complicidades que han llevado a la quiebra a Honduras y a millones de compatriotas.

Así es como se ha venido construyendo en nuestra amada tierra, la gran cultura de la mordida, el “trinquete” y  la “machaca” para llegar por ese camino al atraco más vil de los “subsidios” políticos, que ahora nos escandalizan, pasando por el narcotráfico, el lavado de dinero, el crimen organizado desde el poder, los coyotes, los secuestradores y el “robo hormiga”, junto con el “narcomenudeo”.

Esta gama inagotable de vínculos entre el delito y el poder crece y se magnifica, abonada por los “contratos”, las “concesiones”, el “tráfico de influencias”, para continuar transitando así por toda la picaresca nacional, mezclada entre “caprichos”, “encubrimientos”, “compadrazgos”, “parentelas”, “cegueras” y “sorderas” que así conforman la gran cultura del doble lenguaje, de la contradicción, de la “astucia” y  la “viveza” que rinde su fruto cotidiano en el saqueo del país.

Una alternativa

Aún cuando la sociedad civil está mejor informada y tiene mayor conocimiento de la magnitud de la “corrupción” y del impacto negativo que constituye para Honduras, sus esfuerzos son todavía reducidos, las acciones tomadas hasta el momento por las organizaciones civiles se concentran más en la prevención que en la sanción.

De acuerdo a un  estudio de opinión realizado en Honduras, un 62.7 por ciento del total de  entrevistados manifestaron que estaba generalizado o muy generalizado el pago de mordidas a los servidores públicos. Asimismo en el caso específico de la policía, más de las dos terceras partes de las personas que fueron paradas por la autoridad,  expresaron que se les había pedido soborno.  Tampoco se encontraron datos sobre el número de personas sancionadas judicialmente o administrativamente por recibir sobornos.

La encuesta de percepción ciudadana realizada en el país, refleja que un 11.6 por ciento  de los hondureños respondió que conocen a alguien que haya pagado un soborno a un funcionario público; no obstante,  al hacer la misma pregunta con referencia a los Juzgados la respuesta fue de un 7.1 por ciento.

En cuanto al  soborno, la respuesta fue que el  39.82 por ciento dijo que está muy generalizado; un 34.39 por ciento manifiesta que está generalizado; un 22.20 por ciento  poco generalizado y un 3.59 por ciento nada generalizado. Además de lo anterior, la encuesta también arrojó como resultado que tres de cada cinco personas cree que el soborno facilita los trámites.

Por otro lado, la percepción de los mismos funcionarios públicos y de las empresas, es altamente consistente una con la otra. Ambos grupos perciben que las decisiones tomadas en algunas instituciones del Estado, están bajo la influencia de los sobornos por lo menos en un 50 por ciento. Esta influencia es relativamente más alta en las instituciones judiciales y ejecutivas, y más baja en las  entidades  regulatorias y el Banco Central

Según los resultados  de esta investigación los que menos actos de corrupción cometen son los mayores de 50 años. En contraste las personas más jóvenes entre los 25 y 40 años, principalmente lo que tienen mayor escolaridad y aparente cultura, son los que más le “entran”  a la “mordida”.

 

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