Por Octavio Enríquez 21 de Marzo de 2020
En plena alerta mundial por la pandemia de coronavirus, el periodista Octavio Enriquez regresó a su país, Nicaragua, y encontró que el gobierno ignora las recomendaciones sanitarias para controlar el virus, convoca a marchas por el amor en tiempos de COVID-19 y ofrece abrazos para hacer frente a la enfermedad.
El 18 de marzo se anunció el primer caso de coronavirus en Nicaragua. La noticia la dio la vicepresidenta, Rosario Murillo, y quedó registrada en el medio oficialista El 19 Digital. En un intento por transmitir tranquilidad en la población, ella dijo que el comandante Daniel Ortega está pendiente y dando instrucciones conforme a las recomendaciones de la Organización Panamericana de la Salud (OPS). El primer enfermo resultó ser un hombre de 40 años, procedente de Panamá, y Murillo afirmó compungida que confía en Dios y el “pueblo organizado” para evitar mayores contagios.
La misma dirigente tres días antes, de forma inexplicable, convocó a una multitudinaria manifestación, obligatoria para empleados públicos, bajo el lema “Amor en tiempos del COVID-19”. Algo que evidentemente contradice una de las recomendaciones básicas de protección que es el distanciamiento social. Asimismo, la indiferencia del Poder Ejecutivo se había evidenciado cuando permitió que niños recibieran a turistas al pie de cruceros en plena crisis epidemiológica. Las fotos de los pequeños causaron indignación en las redes sociales.
El gobierno de Nicaragua ordenó el recibimiento de turistas el sábado 14 de marzo, como publicó el oficialista 19 digital, un acto en que expusieron incluso a niños en plena crisis epidemiológica mundial como puede ver usted en el enlace original de ese medio al hacer clic en la foto.
Con las noticias sobre el coronavirus en las últimas semanas dan ganas de gritarle al mundo que pare para bajarse, como lo dice el entrañable personaje Mafalda de Quino. Cuarentenas, toques de queda, restaurantes vacíos, plazas y centros comerciales fantasmagóricos, suspensión de clases obligatorias, crisis, pánico y cierre de fronteras. En mi caso, la situación me llevó de un día a otro a regresar desde Bogotá, Colombia, donde por razones de trabajo estuve los últimos nueve meses.
Según las estadísticas, salía de un lugar que empezaba a ser un hervidero, con cifras creciendo cada vez más de forma exponencial, y llegaba a Nicaragua, donde aparentemente había una situación inmejorable, si creyera las informaciones oficiales. Un lugar donde no pasa nada, y mejor que no pase, pues sus condiciones médicas no son las mejores con 12 camas hospitalarias, diez médicos, ocho enfermeras y nueve auxiliares por cada 10.000 habitantes según el Ministerio de Salud. Llegué a Managua, la que puede ser hoy la capital latinoamericana del absurdo. Aunque al ver otros países en la región y la situación de sus presidentes que subestimaron la pandemia, pienso que quizás no somos los únicos.
#AméricaLatina Este es el panorama mundial del #coronavirus, la pandemia que tiene en vilo la economía y el sistema de salud de la región. ▶️ ¿Está preparada para afrontarlo? https://t.co/3bVEvndhjf
— CONNECTAS (@ConnectasOrg) March 19, 2020
📷 Cámara Universidad Johns Hopkins (Baltimore, EE.UU.) BBC pic.twitter.com/QJbygBX1TP
En Colombia, donde me encontraba preso de la ansiedad por lo que ocurre -con la familia lejos- los casos registrados de esta enfermedad sumaron 128 en trece días, a partir del 6 de marzo cuando se confirmó el reporte del primer enfermo.
Las erráticas decisiones en la región eran motivo de toda clase de comentarios. Gracias a la comunidad periodística de CONNECTAS de la que formo parte, en la que participan más de 150 periodistas de 17 países, pude conocer de primera mano cómo se está viviendo la emergencia en las salas de redacción y entre los ciudadanos, presos de pánico.
Situaciones como la de República Dominicana, donde se les ocurrió la idea que fuesen los miembros de la Guardia Nacional, quienes debían instruir sobre el virus que causa la enfermedad COVID-19 a los ciudadanos. Luego dieron marcha atrás.
Como si fuese irreal la posibilidad de contagio entre multitudes, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, besó y abrazó a simpatizantes en un mitin que realizó en el estado de Guerrero, ubicado a 191 kilómetros del Distrito Federal. El periodista Andrés Oppenheimer incluyó al mandatario en una lista de presidentes populistas que no se tomaron en serio la enfermedad, un artículo en el que recuerda que también el Presidente Donald Trump minimizó inicialmente la pandemia.
El mandatario de Brasil, Jair Bolsonaro, llamó “histeria” al miedo de la población y aseguró que celebraría su cumpleaños en los próximos días sin importar la amenaza. “Lo que está mal es la histeria, como si fuera el fin del mundo, y una nación solo está libre del virus cuando cierto número de personas se infectan y crean anticuerpos, lo que se convierte en una barrera para no infectar a los que aún no están infectados”, dijo Bolsonaro. Días antes había realizado un mitín político a favor de sus intereses, con total indiferencia sobre los riesgos de contagio de sus simpatizantes.
Mi caso no se compara con la situación de colegas que en el mundo se han expuesto al virus buscando lograr una mejor cobertura, o que simplemente como nos puede pasar a cualquiera, se contagiaron y pusieron en alto riesgo su salud. Al retornar a mi país, el riesgo del contagio era uno de los mayores peligros que enfrentaba. El menor era que se endurecieran en Panamá las restricciones y me encontrara atrapado en el aeropuerto Tocumen. Yo no quería que me pasara lo que le pasó al actor Tom Hanks en una de sus más famosas películas, menos lo que padece en la vida real, dado que fue recientemente diagnosticado de COVID-19. Finalmente, Panamá decidió suspender la llegada y salida de vuelos internacionales a partir de las 11:59 pm del 22 de marzo. La medida durará un mes.
El vuelo CM622 salía a las 6:08 p.m. de Colombia. Las horas previas a esta salida fueron de profunda inmersión en el tema sobre recomendaciones para el viaje, el uso de guantes y la compra de una mascarilla con que enseñaba unos dientes de conejo—solo había de ese tipo cuando necesité comprarla– y el manejo de mis emociones durante el trayecto. Tuve muy claro que lavarme las manos, evitar ponerlas en cualquier objeto del aeropuerto y evitar tocarme el rostro eran acciones esenciales para reducir mi riesgo de contagio
La mañana del 17 de marzo, el aeropuerto El Dorado, por donde ingresaron el ochenta por ciento de los contagiados de COVID-19 a Colombia, lucía vacío. Pero había pasajeros que se acercaban a las funcionarias de las líneas aéreas preguntando si sus vuelos habían sido cancelados. Cuando me tocó a mí, la joven que me atendió dijo que aun no les habían avisado nada sobre mi caso después de revisar una lista de vuelos con una columna a la derecha donde decía “cancelados”.
-Fíjese si su vuelo aparece en la pantalla- recomendó.
La escena de otros pasajeros llenos de incertidumbre se repitió en la tarde, pero no alcanzó un drama. La resignación fue más contagiosa que el coronavirus. Era muy común los grupos de personas, relatando que su visa se venció sin poder salir, por la cancelación de vuelos, o que incurrieron en más gastos.
Un día después, ese mismo aeropuerto fue la escena de un pasajero que en un vuelo nacional para agreder a las funcionarias que lo requerían, se quitó el tapabocas y tosió en su cara. Días después fue capturado y enfrenta procesos penales. ¡¡Es médico!!
Entre mis compañeros de viaje había quienes aseguraban haber pagado más de 900 dólares sólo para poder lograr la conexión con Panamá. El periplo estuvo marcado por la supervisión de las autoridades del Ministerio de Salud de todos los países en el trayecto, que medían en general la temperatura de cada persona. En mi caso, se detuvo en 35.7 grados. En Tocumen caminé durante 25 minutos hasta la puerta 128 en un aeropuerto diseñado para albergar grandes aglomeraciones en los pasillos, de pasajeros haciendo compras en las tiendas de ropa o de dispositivos electrónicos, como si aquel fuese un gran centro comercial. Este es una terminal con conexiones a 84 ciudades de América y a 34 países de Europa. Todas sin mayor restricción. Cada tanto se distribuían los funcionarios de sanidad vestidos de celeste, discretamente con sensores para medir la temperatura, muy pocos para el flujo de pasajeros que luego llegaban a ubicarse a la puerta de la sala de abordaje. El riesgo de contagio ahí es mayúsculo.
A las 9:15 de la noche, salió el avión hasta Managua. Fueron 45 minutos eternos, porque algunos amigos me dijeron que temían que el presidente Daniel Ortega cerrara las fronteras.
De acuerdo con el Sistema de Integración Centroamericana (SICA), Nicaragua es el país con menos medidas de prevención tomadas en la región, que registra un total de 234 casos al 18 de marzo. Eso puede verse en la infografía detallada de las precauciones tomadas en el istmo, publicada el 15 de marzo, lo que ahora se convierte en un boomerang político contra el ejecutivo nicaragüense.
Con la incertidumbre causada por todo el vértigo de lo vivido en los últimos días, el Aeropuerto Internacional Augusto C. Sandino nos recibió silencioso. Dos médicas preguntaron a los pasajeros sus datos y hasta su número de teléfono, pero no había un control extraordinario. Todo era muy discreto. Así fui avanzando, ya con mi familia, y me interné en la ciudad de siempre viendo los árboles de metal, de hasta 21 metros de alto, que mandó a instalar Rosario Murillo como símbolo de su poder en la capital años atrás, un bosque de fierros que le resulta increíble a los visitantes. El 18 de marzo, un día después del aterrizaje, se confirmó el primer caso de COVID-19 en Nicaragua. Al cierre de esta nota, el medio digital Confidencial de Nicaragua confirmó que se trató de un militar. En el discurso oficial, la vicepresidenta Murillo pasó del optimismo a pintar otro panorama. Los nicaragüenses estamos asustados. Al publicar esta nota, Bogotá se encuentra en aislamiento obligatorio, igual que Argentina, lo que contrasta con Nicaragua, donde la demanda ciudadana es tener mayor información. Con respecto a mí, me voy a una etapa de aislamiento obligatorio durante dos semanas.
Esta crónica fue originalmente publicada en Connectas y Salud con lupa la republica con su autorización.