Por: SEGISFREDO INFANTE

De entrada debo advertir que los datos estadísticos que utilizamos en este artículo son muy imprecisos. Los organismos internacionales encargados de los temas relacionados con las hambrunas y las sequías parecieran discrepar en las cifras, según los modelos de abordaje que utilicen. Por eso redondearemos los promedios estadísticos. Lo más importante que es que el hambre extrema y muchas enfermedades se relacionan, de manera íntima, con la escasez de agua potable, el problema de los saneamientos ambientales y los bajos rendimientos productivos en las zonas teóricamente agrícolas.Según el documental “We Are Water”, más de ochocientos millones de personas “no tienen acceso suficiente al agua potable”, y “La distancia media que caminan las mujeres en África y en Asia para recoger agua es de seis kilómetros. En muchas ocasiones van acompañadas por sus hijas, por lo que estas no pueden ir a la escuela y formarse”. (…) “Dos millones de personas al año mueren por enfermedades causadas por el mal uso del agua”, y “Cerca de cuatro mil niños menores de cinco años mueren al día por falta de agua potable y saneamiento adecuado”. Además de estas cifras en avalancha, los investigadores sugieren que “Las tierras secas ocupan ya cerca de la mitad de todo el suelo del planeta y albergan más de un tercio de la población mundial”, lo cual empuja nuestro análisis hacia los “límites del crecimiento” que identificaron y vaticinaron, a finales de la década del sesenta, los muchachos (hoy son ancianos) del “Club de Roma”, con censuras provenientes de distintos sectores.Desde la publicación del libro “El planeta hambriento” (1965, 1971) de Georg Borgstrom, ha dejado de correr mucha agua por debajo de los puentes, tanto en los ríos secos como en las quebradas. A tal grado que en los comienzos del tercer milenio algunos ríos que fueron caudalosos ahora ni siquiera logran desembocar en el mar, fenómeno que conecta con cierto tipo de industria pesada, el crecimiento demográfico exponencial, las sequías y los desórdenes climáticos del “Antropoceno” que ahora mismo estamos experimentando, y que han sido estudiados, con extraordinaria claridad y con importantes sugerencias, por mi amigo de primera juventud el doctor Pedro Morazán, quien dirige investigaciones económicas y sociales en una ciudad de Alemania, tomando como puntos referenciales las recientes cumbres climáticas planetarias, en una mezcla balanceada de optimismo, duda y desencanto. Las sugerencias de Pedro son mayores en función de las necesidades perentorias de los países atrasados.La cantidad porcentual de hambrientos en el mundo ha disminuido en relación con la década del sesenta en que Georg Borgstrom publicó su libro, en ligamen con el nuevo crecimiento acelerado de la población mundial, aun cuando algunas instituciones hablen de dos mil millones de personas “subalimentadas” o “mal alimentadas”, términos eufemísticos que evaden el hambre real o plena. Creemos que el número promedio de hambrientos concretos a nivel mundial, anda por los setecientos cincuenta millones de personas, incluyendo un considerable porcentaje de América Latina. Como proyección podríamos lanzar la hipótesis de trabajo que la cantidad de personas sedientas, o sin acceso al agua dulce, se ha triplicado en términos absolutos, por causa de las sequías recurrentes; la consolidación de los semidesiertos; la falta de almacenamientos de agua dulce en las grandes ciudades; el bajo rendimiento agrícola rural; depredación de bosques y la contaminación atmosférica, respecto de la cual se presentan disensiones en los círculos de especialistas, que se mueven en segmentos contrarios y que a veces presentan modelos sesgados respecto de lo que ha ocurrido desde la primera revolución industrial hasta la fecha actual. Vale la pena agregar que un subconjunto de expertos niega o minimiza el advenimiento del “Antropoceno”. En último caso, según Isaac Schifter y Carmen González-Macías, “gracias al trabajo de miles de científicos, las conclusiones alcanzadas hoy en día son lapidarias: el calentamiento de la Tierra es un asunto que ha llegado a nuestra vida”. (Ver el libro “La Tierra tiene fiebre” del año 2005).Respecto de Honduras, el anterior es un tema que he venido reiterando en el curso de por los menos tres decenios. Razón por la cual volvemos a la carga como siempre: aquí se necesitan con urgencia varias represas con el amplio propósito de controlar las inundaciones, reforestar los bosques, almacenar agua dulce y generar energía eléctrica barata, sin interrupciones semanales, todo en función de los intereses de vida o muerte de nuestro pueblo, y del futuro mediato de nuestra patria chica, que debe aspirar a convertirse, tal como lo afirmaba Juan Ramón Molina, en “el mejor país del mundo”; o en uno de los mejores países en el vasto concierto de las naciones desarrolladas.

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