En esta primera parte de cuatro, Lourdes Ramírez, Emy Padilla, Wendy Funes y Dunia Orellana recogen los testimonios de tres mujeres acosadas física, psicológica y sexualmente dentro de los medios de comunicación hondureños

Este es un reportaje colaborativo realizado por En Altavoz, Criterio, Reporteros de Investigación y Reportar sin Miedo. Los nombres de las protagonistas de las historias han sido cambiados para preservar su identidad

PARTE I

Las historias de Ágora, Alma y Esperanza

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Imagen ilustrativa. Derechos Reservados para Criterio, En Altavoz, Reporteros de Investigación y Reportar Sin Miedo.

   ÁGORA

Se presenta todas las noches frente a las cámaras y su empresa lo mercadea como uno de los grandes periodistas con credibilidad en el país, pero detrás de cámaras tiene fama de ser un patán que aprovecha su poder para acosar psicológica y sexualmente y así destruir la autoestima de las periodistas que son contratadas para trabajar con él.

Las jovencitas recién graduadas son sus preferidas y si tienen “bonita” cara o cuerpo escultural, mucho mejor. De entrada, les mete miedo, haciendo alarde de su autoridad, experiencia y dotes del mejor periodista. Les grita, las humilla para después, con sus chantajes, llevárselas a la cama.

Ágora es una de las tantas periodistas que fueron sus víctimas. Después de algún tiempo decidió romper su silencio y contar su amarga experiencia. Ella nos contó que llegó a un canal de televisión y que los primeros comentarios que escuchó en los pasillos eran que el jefe era promiscuo.

Con el paso de los meses observó un acercamiento inusual de su jefe. Siempre le hablaba con mucha amabilidad, incluso estaba pendiente de sus redes sociales y entre bromas le hacía reclamos por posar con sus amigos. Este mismo comportamiento no era exclusivo con ella, pues también lo hacía con otras periodistas, pero “nadie hablaba por el miedo”, cuenta Ágora.

Luego vinieron las invitaciones a salir a comer y “ya después, cuando uno no cedía, eran los gritos e insultos y de todo, y esa persona se volvía superagresiva”.

Al verse acorralada y por el miedo de perder el trabajo, aceptó salir con él. Se acostó con él. “Yo me sentía sucia y asquerosa y solo pensé en renunciar”.

“DOBLE MORAL”

El acoso continuó y le preguntaba de manera insistente: “¿Cuándo vamos a volver a salir?”. Ágora se preparó mentalmente para renunciar y un día, cuando le gritó enfrente de sus compañeros, aprovechó la oportunidad para justificar su renuncia.

“Fueron gritos muy fuertes y me fui”. Su salida del medio de comunicación la marcó tanto que en algún momento pensó que su carrera periodística se había terminado porque suponía que la empresa televisora era lo más grande a lo que puede aspirar un o una periodista.

Ágora dice que los acosadores en los medios de comunicación además son corruptos porque junto con los altos funcionarios dilapidan los fondos públicos y también son hipócritas porque son activistas provida, se oponen a los derechos individuales como el matrimonio gay y el aborto.

La joven periodista tuvo su primera frustración cuando era estudiante y fue víctima de acoso de las fuentes asignadas por sus maestros de la universidad. Luego tuvo otra mala experiencia en un medio escrito donde realizó una corta pasantía y uno de los jefes le lanzaba miradas y frases lascivas.

ALMA

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Imagen ilustrativa. Derechos Reservados para Criterio, En Altavoz, Reporteros de Investigación y Reportar Sin Miedo.

La experiencia de Ágora es una de las tantas vividas en los medios de comunicación de Honduras.

Casos como el suyo han sido estudiados en Colombia por la campaña No Es Hora De Callar. “Cerca de cuatro de cada diez [mujeres] periodistas decidieron renunciar, dos de cada cinco abandonaron y una de cada cuatro dejó temas tras haber sido víctimas de violencia de género ejerciendo su oficio”, señala el estudio colombiano.

La experiencia de Ágora es parecida a la de Alma, quien, en los primeros días de haber ingresado a laborar a un medio escrito, asumió que era el mejor ambiente laboral que podría haber encontrado. “Fui bien recibida, encontré personas dispuestas a enseñarme, un ambiente cálido, afable”.

La periodista, quien se desempeñó por varios años en la sección web, no tenía conciencia que las frases, roces y apretones que recibía de varios compañeros e incluso de su jefe no eran correctas; que, más que bromas, como ella pensaba, era acoso sexual.

Alma no era la única. Varias de sus compañeras vivieron lo mismo. El patrón era igual. El jefe buscaba que se sintieran cómodas, bien atendidas y proveídas de todo lo necesario para darles a entender que habían encontrado al mejor jefe y que ellas debían depositar su confianza en él.

Alma recuerda que el jefe llegaba a su oficina, le ponía la mano sobre el hombro y le decía que su deseo era que se desarrollara y creciera como profesional del periodismo. Esta estrategia hizo que Alma convirtiera a su jefe en su confidente.

Una vez logrado este objetivo, cuenta que su jefe se le acercaba cada vez que la miraba triste y desencajada y comenzó a hacerle comentarios pasados de tono y a frecuentarla en su oficina, especialmente cuando estaba en los turnos de noche.

“Una noche llegó, me tocó la frente y el pelo y fue ahí cuando me di cuenta de que él buscaba algo más. Me sentía hastiada, como si me hubiese tocado una parte íntima”.

Pasaron los días y ella lo evitaba; sin embargo, él buscaba cualquier pretexto para llamarla a la oficina, pero en ese momento Alma ya se había dado cuenta de que la estaba acosando y que la buscaba para presionarla y hacerla ceder  a sus pretensiones.

Cuando no logró su objetivo y especialmente cuando se dio cuenta de que había salido embarazada de su novio, comenzó a imponerle una carga laboral fuerte e incluso a alzarle la voz. “Tenía un estilo muy particular, como de un capataz, como si estuviese en una hacienda. Una vez me llamó a la oficina y me gritó”, siguió contando Alma.

ESPERANZA

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Imagen ilustrativa. Derechos Reservados para Criterio, En Altavoz, Reporteros de Investigación y Reportar Sin Miedo.

La historia de Alma es muy similar a la que vivió Esperanza, siempre en la misma sala de redacción y con el mismo acosador. A Esperanza le tocaba permanecer por las noches casi a diario en aquella sala de redacción porque se desempeñaba como subeditora. Recuerda que, como él sabía que no tenía vehículo para transportarse para su casa, le ofrecía llevarla con el pretexto de que él pasaba por su ruta.

Una noche “me fui con él, pasamos por un autoservicio de un restaurante en el bulevar Morazán (Tegucigalpa)”. Compró la comida y le ofreció, pero ella lo rechazó. En ese momento, él le tocó el brazo, pero con la intención de buscar algo más con ella.

Los días fueron pasando y se presentó el episodio más chocante que Esperanza experimentó en aquel medio de comunicación. Un domingo, cuando típicamente las salas de redacción se encuentran solitarias, su jefe llegó. Él y ella estaban solos en aquel lugar.

“Me fui al comedor a tomar mi almuerzo. Entonces él llegó. Recuerdo que ese día me dio chance para irme a arreglar el cabello. Mientras estaba comiendo se me acercó y me dijo: ‘Qué bonita anda’. Le respondí: ‘Gracias, Lic.’. Se me acercó más y me dijo: ‘Es que no solo se arregló el cabello, sino que son sus ojos, es su voz’. Y se me acercó demasiado, al punto de que mi única reacción como defensa fue agachar la cabeza y taparme el rostro con el cabello”.

Esperanza tomó con fuerza su tenedor y, aunque no le hizo ninguna advertencia verbal, su acción fue razonable para advertirle que no siguiera porque no estaba dispuesta a seguir soportando su acoso.

Sin embargo, su advertencia no bastó porque él continuó con su necedad. Le mandó mensajes de texto diciéndole que le encantaba. En ese momento, la periodista dice que agarró valor y le reclamó por su mala actuación. Lo increpó y le dijo que no era el trato correcto de un jefe.

Después de ese episodio, notó que él cambió y comenzó a fastidiarla con asuntos irrelevantes, como reclamarle por el simple hecho de la colocación indebida de un punto o una coma. En el peor de los casos dejaba de publicarle trabajos que ella había preparado y que eran de impacto porque eran de la unidad de investigación.

Aun en contra de los deseos del jefe, porque nunca accedió a su coacción, fue ascendida a editora. Luego salió embarazada. Y fue así como del acoso pasó a sufrir persecución.

La periodista tomó aquella coyuntura como un chantaje al que sobrevivió dos años, pues fue despedida al cumplir los seis meses de lactancia. Lo vivido en el pasado ha hecho que Esperanza desconfíe de los hombres, especialmente cuando tienen cargos de jefatura, porque “siento que ahora no lo toleraría”, dice en alusión al acoso.

MACHOS CON PODER

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Imagen ilustrativa. Derechos Reservados para Criterio, En Altavoz, Reporteros de Investigación y Reportar Sin Miedo.

Esperanza y Alma cuentan que actualmente su exjefe mantiene una relación de pareja con una de sus excompañeras, quien por temor de perder el empleo cayó en su trampa y se ha convertido en su amante.

Comentaron también que él escoge a sus presas y se decanta por las mujeres con relaciones desgastadas, es decir, divorciadas, separadas o solas, porque cree que son vulnerables y que con ellas tendrá mayores oportunidades.

Denunciaron que también manipula a las periodistas con mejoras salariales y beneficios en jornadas laborales a cambio de favores sexuales.

Ninguna de las mujeres periodistas que han sido acosadas y que se atrevieron a contar sus historias ha acudido a instancias del Estado a interponer denuncia ni a las organizaciones defensoras de los derechos humanos.

Todas coinciden en que no lo hacen porque el Ministerio Público no funciona. Piensan que mucho menos funcionará en casos en los que se denuncia a machos con poder porque quienes ostentan cargos de jefatura dentro de los medios de comunicación tienen, de cierta manera, poder y privilegios que los hacen impunes en un Estado corrupto, machista y patriarcal.

Otra de las razones para guardar silencio es porque temen que, en vez de ser escuchadas, serán objeto de desprestigio y de campañas de estigmatización que conllevarán a que se les cierren las puertas laborales y que su dignidad quede por los suelos.

Los nombres utilizados en este reportaje son ficticios debido a que las víctimas temen represalias de sus agresores porque son hombres ligados al poder. De hecho, algunos de ellos forman parte de la famosa lista del caso Hermes, que desnudó cómo más de 70 periodistas fueron beneficiados con el reparto fraudulento de fondos del Estado.

“Esos mencionados en esa lista no solo aceptan dinero del gobierno, sino que también son tremendos acosadores porque aprovechan el poder que tienen tanto en los medios como fuera de ellos porque coquetean con el poder”, dice una periodista víctima de acoso sexual.

“El sexo es como una moneda de cambio en las salas de redacción de Honduras”, dice la directora de Reporteros de Investigación, Wendy Funes. “Los editores, jefes de prensa y algunas fuentes acosan a las periodistas. Es un tema normalizado. A todas las mujeres periodistas nos pasó. Pero nadie se lo toma en serio. Nadie habla del miedo que sintió. Tampoco de las represalias en su contra”.

Funes agrega: “Los periodistas que se rasgan las vestiduras mientras hablan de ética, honor y amor a Dios también ven o tocan el trasero de sus subalternas”.

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