Por: SEGISFREDO INFANTE
Todos los hombres en las respectivas civilizaciones esperamos el amanecer de algo, aunque sea de una buena taza de té; o de café. No importa que seamos insomnes, bohemios, dormilones o estudiosos de alguna disciplina literaria, filosófica o científica. No pocas culturas colapsaron en el mundo antiguo (y en el prehispánico) sacrificando niños y doncellas y personas de otras tribus esperando que el “Sol” se apiadara de ellos y continuara apareciendo en el horizonte al día siguiente o bien cada nuevo año solar, bajo la consideración que otras agrupaciones humanas preferían el año lunar, más fácil de computar que una medición exacta de la vuelta elíptica de nuestro planeta alrededor del famoso “astro rey”.
Se vuelve pertinente conjeturar que los sacrificios humanos masivos aparentemente primitivos encerraban más que el inocente temor del desaparecimiento del “Sol” en la alborada, es decir, érase más bien el plan autojustificatorio de destruir a las tribus vecinas que resultaban competitivas en los terrenos de la economía y la guerra. La destrucción masiva de los vecinos inmediatos ha sido registrada a plenitud, inclusive, en el increíble contexto de las culturas y civilizaciones desarrolladas del siglo veinte con sus resacas del veintiuno, con las ilustraciones recientísimas y clarísimas en Ruanda y en la vieja Yugoslavia desmembrada poco después del fallecimiento del patriarca Josep Broz Tito, en donde la consigna principal fue la de sembrar el “horror” por donde quiera que haya sido posible.
Estas reflexiones vienen en forma espontánea hacia la mente después de una rápida hojeada del libro “El amanecer de todo; una nueva historia de la humanidad” (2021, 2022) de los escritores David Graeber y David Wengrow, que me obsequió mi amigo el doctor en medicina y máster en ambientalismo: Alex Padilla. Pocas veces he tenido la oportunidad de leer una hipotética historia de la humanidad elaborada en forma conjunta por un antropólogo y un arqueólogo, respectivamente, como son los dos “Davides” arriba mencionados, quienes pretenden contradecir a los famosos Jared Diamond y Francis Fukuyama, y asimismo al publicista Yuval Noah Harari. Ojalá que las críticas sean consistentes, en tanto que hay muchísima tela que cortar en torno de la obra del talentoso compilador Noah Harari.
Por regla general la “Historia” científica (y así debiera ser casi siempre) la investigan y la escriben historiadores científicos, o que anhelan serlo, aun cuando en el caso hondureño mucha historiografía haya sido producto de las buenas intenciones de los abogados, literatos y políticos metidos a historiadores con gran capacidad de improvisación sesgada, y con excelentes ensayos de vez en cuando, tal como lo he reconocido en otros artículos.
Tengo la primera impresión (deseo equivocarme) que “El amanecer de todo” es un voluminoso libro con una vasta bibliografía que lleva como propósito principal echar por tierra todas las teorías del “Estado” que se han venido gestando en la modernidad, desde el Renacimiento italiano. O quizás desde antes. Dicha pretensión de los dos antropólogos ingleses pareciera coaligarse, voluntaria o involuntariamente, con las teorías inventadas por Milton Friedman respecto de la circulación “monetaria” en los tiempos prehistóricos en ausencia de estructuras estatales. Como contrapartida los historiadores rigurosos saben que las civilizaciones desaparecen cuando se extingue o se destruye el “Estado”, tal como ha ocurrido en diversas circunstancias. Un orden lógico de las cosas y de las abstracciones conduciría a que en el remoto pasado histórico (nunca prehistórico) la acción cooperante de las familias y de los individuos societarios, condujera a la formación de los primeros rudimentos del “Estado” (sin nombre todavía), con el fin de coordinar la división social del trabajo, la salvaguarda del excedente productivo y la conservación de los primeros emplazamientos urbanísticos. Igual que la defensa de la comunidad contra las fieras salvajes, las tribus, los rigores climáticos y otras civilizaciones más abusivas.
No se puede ni se debe extraer conclusiones definitivas de las civilizaciones sumerias en Mesopotamia (como la ciudad de “Ur”), en tanto que los sumerios fueron descubiertos hace ciento veinticinco años aproximados (125). Nada se sabía de estas civilizaciones fundadoras antes de las excavaciones en los comienzos del siglo veinte. Se conocía algo de los acadios, de los caldeos y de otros subgrupos, pero nada de los sumerios.
En lo tocante al tema del “Estado” propiamente hablando, por experiencia histórica y filosófica sabemos que un Estado excesivo y extremoso produce sufrimiento entre los pueblos y naciones. Pero en ausencia del “Estado” desaparece cualquier civilización. Debe haber, en consecuencia, un equilibro sostenido entre la existencia del “Estado benefactor” y la exuberancia regulada de los mercados nacionales y mundiales. Las desregulaciones excesivas de los mercados financieros burbujeantes, desencadenan crisis internacionales inevitables. Ello está comprobado en forma reiteradamente científica, desde los tiempos del capitalismo mercantil español, y de la crisis financiera de los tulipanes holandeses. (Queda pendiente una lectura rigurosa del libro en cuestión).