Juan Ramón Martínez
No hay buen tiempo para morir. No importa la edad. Y menos si se trata del Obispo de Roma, líder de los católicos y conciencia de occidente. Su desaparición y sustitución, tiene efectos enormes, especialmente en tiempos de crisis como las que vive occidente nunca antes vista en el pasado reciente. La muerte de Francisco, líder de más de 1.200 millones de católicos de los cinco continentes, es un hecho singular que tiene, por sí mismo, efectos en la estabilidad y la continuidad de esta comunidad de occidente que viene, ininterrumpida, desde el imperio creado por los romanos. Y que le da unidad.
Desde el Tratado de Letrán, el Obispo de Roma, se configuró como el eje moral y ético de occidente. La creación del Estado Vaticano y su participación en la comunidad mundial, ratifican el papel que tiene el líder de los católicos al encarnar la más ajustada racionalidad del espíritu universal que siempre libra la lucha por la paz y la prevalencia del dialogo en todas las situaciones neurálgicas.
La muerte de Pio XII en 1958, creo un vacío en la cresta de la guerra fría entre las potencias triunfadoras sobre Hitler. La de Juan XXIII en 1963, dejó caer varios ladrillos de la columna que sostenía la precaria competencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Y la de Pablo VI, dejó al mundo estupefacto cuando su sucesor Juan Pablo II murió 33 días después; y dio paso al papado más largo de los últimos dos siglos y que precipitara el fin del mundo bipolar que nos había dejado la lucha militar concluida en 1945.
La muerte de Juan Pablo II, ocurre con un mundo que hace tiempo muestra vacilaciones, relativismos e inseguridades. De modo que en el 2013 el mundo vio asombrado la renuncia de Benedicto XVI, lo que no había ocurrido en los últimos quinientos años.
La muerte de Francisco, se produce en momentos en que el mundo multipolar, la globalización y la paz, están alteradas por el desplazamiento de los Estados Unidos como potencia y la pretensión de China por sustituirle. En forma normal como ocurriera con la Gran Bretaña cuando le cedió el testigo a Estados Unidos; o por medio de la guerra nuclear como parece que buscan sin miedo alguno, Donald Trump y sus compañeros que creen que se puede seguir de guerra en guerra, sin que al final se rompa la cuerda; y se ponga en peligro la existencia del planeta.
El papado de Francisco no ha sido fácil. Ha enfrentado la reforma de la curia romana – la burocracia más antigua, heredera de los romanos y sus instituciones – con desiguales resultados. La colegialidad no ha avanzado lo que debía y los temas que ha colocado a la iglesia a la izquierda: el cambio climático, los derechos de los homosexuales, el papel de las mujeres, el respeto a los inmigrantes y la lucha en contra de la pederastia y otras ofensas sexuales a los más débiles, todavía están calientes; y, sin soluciones definitivas. Francisco hizo mucho por la reforma y cercanía de la Iglesia clerical; pero la tarea no está terminada. Y aunque esta mejor posesionada, el reto es mucho mayor cuando Estados Unidos, rompe todos los esquemas y compromete la vida humana.
Trump amenaza la convivencia mundial. Desplaza la compasión y la misericordia en favor de la supremacía de la raza blanca y como otro Hitler, compromete la energía del mundo hacia el rearme. Europa, el escenario de las grandes guerras, está en un proceso de rearme y los arreglos para que la globalización facilitara el comercio mundial y le permitiera al capitalismo justificarse dándole bienestar al mundo, están severamente comprometidos.
El sucesor de Francisco tiene que ver hacia los dos lados: la Iglesia y al mundo. Las reformas tienen que continuar. Debe tener la fuerza y la capacidad para animar a los católicos a la paz, a los arreglos dialogados y a las soluciones pacíficas. Manteniendo la unidad con la Curia. El mundo global y unipolar de Juan Pablo II, no existe. El que tenemos está a punto de hacerse pedazos y los católicos estadounidenses, no pueden intervenir; ni tampoco dejar de hacerlo. Ningún cardenal suyo debe ser papa; pero los cardenales de Estados Unidos, tienen que votar a un prelado que pueda plantar cara a la derecha mundial, para permitirle al planeta un diálogo que evite la guerra. No hay alternativas.