Juan Ramón Martínez
Julio Escoto (San Pedro Sula, Cortés, 1943), escribió y presentó “Días de ventisca, noches de huracán”, a un concurso de Educa, en 1972. Por problemas de organización, los jurados –entre los que se encontraba Juan Rulfo, de México, famoso por “Pedro Paramo” y “El Llano en Llamas”– declararon desierto el concurso. Tiempo después, se encontró un texto donde Rulfo le daba a Escoto su opinión sobre su novela. La nota no fue recibida por Escoto que, solo supo de ella, tiempo después que Rulfo había fallecido.
Escoto publicó la novela y, como siempre ocurre en Honduras –un país de lectores limitados, silenciosos; casi fúnebres– tuvo escaso eco. Además, por la broma incluyendo una referencia a una obra de Roberto Sosa; este; y sus amigos, entre los cuales destacaba José Luis Quesada, la emprendieron contra Escoto. Este, muy educado, no respondió, ni mostro molestia alguna. La única forma que encontró fue, honrar con su silencio, una amistad y una admiración que le dispensaba al autor de “Los Pobres” y de “Un Mundo para todos, dividido”. Y, nunca volvió a publicarla. Castigando a los lectores que nada tenían que ver en el asunto. Pero, el paso del tiempo, el castigo injusto, no hizo sino mejorar, como los buenos libros, a la novela que ahora, reaparece, invicta y exacta. Escrita con enorme intensidad, sin limitar el valor y la fuerza del lenguaje –que compite con la historia misma- tiene como tema la Honduras de 1969 y, el hecho más importante de la década, la guerra de Honduras en contra de El Salvador. Los hechos, tienen un punto de partida: la corrupción pública, el deterioro de la institucionalidad, la instrumentalización de las emociones populares; y el abuso del poder. Y en el calor de la incomodidad de los hondureños, muestra la fragilidad de su capital y las amenazas que, de la crisis, no se pudiera salir jamás. Menos compleja que “El Árbol de los Pañuelos”, muestra el Escoto, más firme, claro y definido en el uso del lenguaje, la prosa fácil y mañanera; así como la insinuación discreta que, hace cómplice al lector que, tiene que asumirse en algunos momentos, como inesperado protagonista.
Para entonces, Escoto había escrito y publicado “Los Guerreros de Hibueras” y, “El Árbol de los Pañuelos”, con lo que introdujo la modernidad en el relato, incorporando en sus narraciones, diversos puntos de vista, ejerciendo juegos anticipatorios, la introspección continua, la narrativa espontanea; y además, acompañando sus narraciones, de ejercicios, típicamente cinematográficos, poco usados en nuestro país. Con ello, Escoto confirmó la predicción de Andrés Morris que, en una feliz afirmación, nos abrió los ojos al futuro literario nacional, diciendo que “Roberto Sosa, Rodolfo Sorto Romero y Julio Escoto, eran lo más prometedor que teníamos en Honduras; y que, solo hacía falta que se deshicieran de la cohetería barata; y, volviéndose disciplinados y profesionales en el tratamiento de las palabras, estaban llamados a ser las figuras cimeras de la literatura hondureña”. Sosa, se convirtió en el mejor poeta después de Juan Ramón Molina y Julio Escoto, en el novelista moderno mayor de la historia literaria hondureña. Sorto Romero, se quedó en el camino perdiéndose su talento germinal.
Escoto es, tanto por su dedicación –creemos que él es el primer ejemplo de escritor profesional, es decir consagrado a la literatura– como por su preferencia por el lenguaje, antes que los personajes y las historias; y por el uso de referencias nacionales, con las cuales ha querido construir una literatura nacional, anclada totalmente en la historia y en el pasaje hondureño, el más logrado narrador hondureño y centroamericano. Por ello, nos parece que Julio Escoto es junto a Eduardo Barh, –menos productivo y más disperso en otras actividades–, es el escritor más innovador del lenguaje como instrumento fundamental de la narrativa. Empalmando su ejercicio literario, en el lugar en donde lo dejó Arturo Martínez Galindo que volvía urbana la narración, para llevar la novela hondureña, al mundo exterior. Y como Martínez Galindo, no rompe con Marcos Carías, Paca Navas de Miralda, Amaya Amador y Lucila Gamero de Medina, es interesante confirmar que Escoto, aunque el más moderno de todos, forma parte de un continuo en donde los escritores hondureños, ensayaron, muchos en la soledad, una literatura articulada con el mundo, sin renunciar a las esencias de una nacionalidad más que todo presentida que real. De repente, Escoto es el último y más logrado, miembro de una generación, muy generosa. El novelista mayor de todos.
Conocí a Julio Escoto en diciembre de 1962 en el José Trinidad Reyes, de San Pedro Sula. Desde 1963, fuimos compañeros en la Escuela Superior del Profesorado Francisco Morazán, entonces ubicada en Tegucigalpa, frente al Hospital Viera. Siempre fue un costeño derrotado por la tristeza de los indígenas que, le obligaron a la educación exquisita, al trato fino; y a la voz en tono suave y melodioso. Nunca le oí expresiones ruidosas, bromas estridentes, ni tampoco pronunciar discursos estrafalarios, cargados de adjetivos como muchos de nosotros, costeños que somos sus contemporáneos. Tenía y sigue teniendo, un aire de suave profesor de claustros cerrados, que en silencio quiere animar a sus alumnos a los que siempre les recuerda los valores de la juventud y el compromiso con la novedad. Desde la primera vez que nos conocimos, me saluda diciéndome juventud, aunque nací algunos meses antes que él. Su compromiso magisterial es tal que, cuando otros renuncian al trabajo y se entregan a las trampas de las hamacas, al coco helado; y a la brisa del caribe tropical, Julio Escoto, sigue trabajando como el mismo día de su graduación, con el mismo entusiasmo con que estudiaba a los clásicos españoles en la década de los sesenta del siglo pasado. Tal disciplina, le ha convertido en el más profesional novelista, el más productivo; y, en el más trabajador y ordenado literato. El que, al aprovechar los materiales de la historia hondureña, ha derivado al periodismo y la política, con la suavidad suya; y sin estridencia como caracteriza. Por ello, no deja de ser interesante su ateísmo tranquilo, cierta forma de nacionalismo revolucionario, y un suave olor antiimperialista que, nos hace recordar a Froylan Turcios, Óscar Castañeda Batres, Jacobo Cárcamo y Ramón Amaya Amador.
Con la publicación, de su novela “Días de Ventisca y noches de Huracán”, Escoto nos recuerda que ha honrado al oficio de narrador; y, confirmado sus obligaciones de ser leal con sus lectores que, si en la década de los ochenta del siglo pasado, no leyeron, su novela, ahora, tienen la oportunidad de hacerlo, saboreándola, porque más forma, más cuerpo y sabor, como los buenos vinos, que mejoran con el paso de los años. Tegucigalpa, mayo 15 del 2024.