Así que los últimos serán primeros, y los primeros, últimos.

Mateo 20:16

Los niños son expertos en la justicia, ¿no es cierto? ¡Sobre todo cuando les afecta a ellos! Si no me crees, dale un dulce a sólo uno de tus hijos – pero no a los demás. Antes de que lo pueda desenvolver, los demás niños estarán gritando: “¿Por qué no me diste uno a mí? ¡Eso no es justo!”

Seguramente cuando vamos creciendo dejamos todo eso atrás, ¿verdad? ¡Ojalá así fuera! Es bueno luchar por la justicia, sobre todo cuando es para otros. Pero si estamos muy enfocados en conseguir todo lo que merecemos, podemos alejarnos de los propósitos mejores que tiene Dios para nosotros. Jesús nos enseña esta lección en una parábola que nos puede parecer algo extraña.

En realidad, muchas de las parábolas de Jesús deben haber parecido extrañas a las personas que las escucharon por primera vez. La historia del buen samaritano, por ejemplo, va en contra de todas las expectativas raciales de los compatriotas de Jesús. La parábola del hijo pródigo destruye todas las expectativas sociales de su tiempo.

Muchas veces, Jesús nos incomoda con sus parábolas para enseñarnos que Dios piensa de una manera muy diferente de nuestra manera de pensar. Tenemos que decidir si vamos a insistir en ver las cosas como nosotros pensamos que deben ser, o si aprenderemos a ver las cosas como Dios las ve. La historia que escucharemos hoy es una historia de la gracia sorprendente y extraña de Dios.

Déjame contarte la historia. El dueño de una hacienda salió a buscar trabajadores para su viña. Prometió pagarles el precio normal para un día de trabajo, y ellos se fueron a trabajar en su viña. Después de dos o tres horas, él volvió al pueblo y encontró a otros que estaban parados en la plaza, esperando ver si alguien los contrataba. Los invitó a trabajar, y simplemente prometió pagarles lo justo.

Volvió a salir al mediodía, y nuevamente a las tres de la tarde. Cada vez encontró hombres esperando trabajar. Cada vez los invitó a trabajar, y prometió pagarles lo justo. Finalmente, como a las cinco de la tarde, volvió a salir y encontró a otro grupo de hombres. “¿Por qué están aquí sin hacer nada?” – les preguntó. “Porque nadie nos ha contratado” – respondieron.

Les dijo que fueran a trabajar en su viñedo, sin prometerles nada a cambio. Por fin llegó la tarde, cuando todos recibirían su salario. Le dijo a su capataz que reuniera a los trabajadores para darles su salario. Le ordenó que comenzara con los que habían sido contratados por último, a las cinco de la tarde.

Estos trabajadores – que habían trabajado como una hora – recibieron el salario de un día completo. Cuando los que habían trabajado todo el día vieron esto, se imaginaron que ellos recibirían más. Pero su pago fue el mismo – el salario normal de un día. Cuando se dieron cuenta de lo que se les iba a pagar, empezaron a quejarse con el dueño de la viña.

“¡Esto no es justo!” – exclamaron. “¡Estos hombres sólo trabajaron una hora, pero les está pagando lo mismo que nos pagó a nosotros! ¡Trabajamos todo el día en el calor!”

El dueño les contestó: “Yo no les he hecho ninguna injusticia. ¿No concordamos en lo que les iba a pagar? ¿No les di lo que acordamos? ¿No tengo el derecho de hacer lo que yo quiera con mi dinero? ¿Están celosos porque soy generoso?” Jesús entonces nos da la moraleja: “Así los últimos serán primeros, y los primeros últimos.”

Leamos esa historia en Mateo 20:1-16:

Así mismo el reino de los cielos se parece a un propietario que salió de madrugada a contratar obreros para su viñedo. Acordó darles la paga de un día de trabajo y los envió a su viñedo. Cerca de las nueve de la mañana, salió y vio a otros que estaban desocupados en la plaza. Les dijo: “Vayan también ustedes a trabajar en mi viñedo, y les pagaré lo que sea justo”. Así que fueron. Salió de nuevo a eso del mediodía y a la media tarde, e hizo lo mismo. Alrededor de las cinco de la tarde, salió y encontró a otros más que estaban sin trabajo. Les preguntó: “¿Por qué han estado aquí desocupados todo el día?”, “Porque nadie nos ha contratado”, contestaron. Él les dijo: “Vayan también ustedes a trabajar en mi viñedo”. Al atardecer, el dueño del viñedo le ordenó a su capataz: “Llama a los obreros y págales su jornal, comenzando por los últimos contratados hasta llegar a los primeros”. Se presentaron los obreros que habían sido contratados cerca de las cinco de la tarde, y cada uno recibió la paga de un día. Por eso cuando llegaron los que fueron contratados primero, esperaban que recibirían más. Pero cada uno de ellos recibió también la paga de un día. Al recibirla, comenzaron a murmurar contra el propietario. “Estos que fueron los últimos en ser contratados trabajaron una sola hora -dijeron-, y usted los ha tratado como a nosotros que hemos soportado el peso del trabajo y el calor del día”. Pero él le contestó a uno de ellos: “Amigo, no estoy cometiendo ninguna injusticia contigo. ¿Acaso no aceptaste trabajar por esa paga? Tómala y vete. Quiero darle al último obrero contratado lo mismo que te di a ti. ¿Es que no tengo derecho a hacer lo que quiera con mi dinero? ¿O te da envidia de que yo sea generoso?” Así que los últimos serán primeros, y los primeros, últimos.

 Mientras leamos, quiero invitarte a buscar cualquier detalle que se me haya escapado, y a prestar atención a los detalles importantes de la historia para que la puedas compartir con alguien más.

¿Cómo respondes a esta historia? ¿Cómo te sientes al ver lo que sucede? Si eres como yo, simpatizas con los primeros trabajadores, los que se esforzaron todo el día bajo el sol abrasador, pero ganaron lo mismo que los que sólo trabajaron una hora. ¡No parece ser justo!

Miremos un poco más a fondo, y hagamos algunas preguntas. Cuando observamos al dueño de la hacienda, nos damos cuenta de que algunas de sus acciones no parecen tener sentido. Por ejemplo, él tuvo un capataz – pero no se menciona al capataz hasta la hora de darles a los trabajadores su salario. ¿Por qué no lo envió el patrón a contratar a los trabajadores? Sería lo normal. Pero este patrón los contrata personalmente.

También parece extraño que el patrón, un hombre de dinero y posición, fuera varias veces al pueblo para contratar más trabajadores. ¿Tenía tan poca experiencia que no sabía cuántos trabajadores le harían falta? El texto no nos da esa idea. Más bien, parece que fue la compasión que lo movió a darles trabajo a más personas. No podía dejar de pensar en los hombres que no habían sido contratados, que al final del día tendrían que volver a casa sin dinero, sin comida y sin amor propio.

Cada ciudad grande tiene alguna esquina o lote vacío donde los desempleados se reúnen en la mañana, esperando que alguien los contrate para trabajar al menos unas cuantas horas. A veces los que van pasando en sus autos se burlan de ellos. “¡Por qué estás de vago! ¡Busca trabajo!” – gritan.

Pero así no los veía este patrón. El sentía su necesidad de llevarles comida a sus familias, de llevar algo a casa que se habían ganado. Regresó personalmente varias veces durante el día para ver si todos habían sido contratados. Cada vez, se llevó a unos cuantos más para que trabajaran y se ganaran el sustento.

Al final del día, con gusto dio más de lo necesario de su dinero para que cada hombre se pudiera llevar el salario de un día completo. Con toda justicia podría haberle pagado a la mayoría sólo por el tiempo que habían trabajado, pero decidió no hacer eso. Le costó, pero mostró su generosidad.

¿De quién es el cuadro que Jesús nos pinta en esta historia? ¿A quién representa el patrón? A Dios, por supuesto. El Salmo 103:8 nos dice: “El Señor es clemente y compasivo”. La palabra “compasivo” significa “sentir con”. Dios no nos mira de lejos; El se acerca y entra a nuestra situación. Como el patrón compasivo, Dios es compasivo con nosotros.

Dios también es generoso. El da libremente a toda clase de persona. Jesús señaló la generosidad de Dios en la creación cuando dijo: “El hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos.” (Mateo 5:45) Dios generosamente ofrece su salvación a todos, aunque le costó la sangre de su único Hijo.

Dios es justo. Como el patrón que prometió pagarles a los trabajadores lo que era justo, Dios nunca le da a nadie menos de lo que merece. Dios nunca estafa a nadie. Dios no muestra favoritismo. Pero su justicia es mejor que la nuestra, porque Dios muchas veces nos da más de lo que merecemos.

Jesús refleja esta actitud a la perfección. Así como el patrón fue en persona a la plaza para contratar a los trabajadores, Jesús vino personalmente a este mundo para salvarnos. Se hizo hombre y vivió entre nosotros. Vino desde el cielo para buscarnos en nuestra necesidad. Su compasión y generosidad lo llevaron a la cruz, donde El derramó su vida para que pudiéramos ser perdonados.

¿No se merece este Dios toda nuestra adoración? ¿No se merece nuestra gratitud, nuestra alabanza y nuestra devoción completa? ¡No hay nadie como El! Qué diferencia hay entre la actitud del patrón y las actitudes de sus trabajadores. Pensemos, por un momento, en ellos.

Cuando el patrón mostró compasión, ellos hicieron competencia. Buscaban todo lo que pudieran conseguir para su propio beneficio. Les quemaba por dentro ver que otra persona recibiera una bendición. ¡Qué bueno que no soy como ellos! Pero en realidad, tengo que reconocer que muchas veces, lo soy. Es difícil ver a otra persona recibir algún reconocimiento sin pensar: “¿Por qué no yo?” Es difícil no comparar mi vida con la de mis amigos en Facebook y pensar: “¿Por qué no tengo lo que ellos tienen?”

El patrón fue generoso, pero sus trabajadores fueron golosos. Como niños de dos años, tomaron su salario y gritaron: “¡Mío!” Nunca se les hubiera ocurrido soltar un poco de lo que tenían. Al contrario, buscaban más.

El patrón fue cumplido, pero sus trabajadores fueron celosos. Cuando vieron que se le daba a otro lo que ellos pensaban merecer, como niños gritaron: “¡No es justo!” ¿Los estaba estafando el patrón? ¡Para nada! Pero ellos no podían ver que otra persona recibiera una bendición sin pensar que ellos también merecían lo mismo. Los primeros recibieron precisamente su merecido. Pero se pusieron celosos de los que recibieron más de lo merecido.

Esta historia nos confronta con una decisión: ¿Cambiaremos nuestro egoísmo por la compasión de Dios? Cuando tratamos de controlar la gracia de Dios en lugar de recibir y someternos a ella, nos oponemos a Dios. Nos ponemos en peligro.

No creo que el patrón se haya complacido con los trabajadores que se quejaron. Más bien, me imagino que quizás decidiera buscar a otros trabajadores la próxima vez que tuviera trabajo para darles. Por otra parte, si hubieran mostrado la misma actitud generosa que él tuvo, quizás les habría dado un poco de trabajo extra en el futuro.

Hay algo muy dentro de nosotros que nos lleva a ser como aquellos trabajadores quejumbrosos. Son actitudes que Dios nos llama a abandonar. Por ejemplo, si ya tenemos tiempo en la iglesia, ¿nos ofende que entre alguien nuevo y que sea bendecido? Fácilmente pensamos que debe pasar años en el servicio del Señor antes de merecer eso, en lugar de alegrarnos por él.

O quizás nos parezca mal que alguien pueda aceptar a Jesús en su lecho de muerte y todavía ir al cielo. En realidad, lo que estamos pensando es que quizás nosotros estemos perdiendo el tiempo ahora en servir a Dios, cuando podríamos hacer lo mismo que ellos y esperar hasta ya casi morir para aceptar a Cristo.

Si pensamos así, mostramos lo lejos que estamos de ver las cosas como Dios las ve. Se nos olvida que somos salvos solamente por la gracia de Dios, y no merecemos nada de lo que El nos da. Si todo lo tenemos por gracia, ¿cómo quejarnos cuando alguien recibe una bendición que no hemos recibido nosotros?

Dios nos está llamando a dejar nuestras actitudes infantiles, esa desconfianza que insiste en decidir lo que es justo y lo que no es justo. Nos llama a acercarnos a su corazón de generosidad y compasión, a ver a las personas como El las ve – no como competidores, sino como necesitados de su gracia al igual que nosotros. ¿Qué decidiremos? ¿Aprenderemos a vivir en la gracia sorprendente de Dios?

Dios les bendiga

Denis A. Urbina Romero
Licenciado en Ministerio Pastoral
Email: daurbinar@gmail.com

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