Por: Rafael Delgado Elvir
La actual cúpula gobernante sabe de su extrema debilidad. Conoce del enorme rechazo a su gestión administrativa que ha estado marcada por su incapacidad de enfrentar los más graves problemas del país, por la ilegalidad que la caracteriza, por la corrupción y por el narcotráfico que ha alentado. Dentro de estas circunstancias sumamente difíciles para mantenerse en el poder, espera cualquier señal de apoyo, para intentar demostrar solidez. Por eso les tranquiliza saber que, pese a todo, allá en el norte los funcionarios de Trump los llaman. La cúpula hondureña utiliza esto como una oportunidad. Pone a disposición todo frente a las exigencias del gobierno norteamericano que los conoce a fondo y explota su condición de cúpula sumamente vulnerable. En definitiva, pese a lo indigno del trato recibido, pero con acuerdos logrados, el respaldo que la administración Trump le confiere es la carta ganadora que la cúpula gobernante del país presenta.
Esto es muy dañino para lo que pueda quedar del sistema democrático del país. Desde hace mucho tiempo, han quedado instaurados los principios que la soberanía radica en sus ciudadanos, que toda autoridad emana de ese pueblo, que en el ejercicio del poder hay limitaciones, que existe una división de poderes, que nadie está sobre la ley y la Constitución Política y que, perdida la confianza del pueblo, existen salidas constitucionales para su sustitución e incluso castigo.
Los partidos democráticos y los políticos que han dejado huellas positivas en las naciones han sentido apego a estos principios. Con las imperfecciones naturales y con los retrocesos que se corrigen, la lucha por el poder se ha enmarcado en eso: en líderes que llegan a formar un gobierno con el respaldo ciudadano que le confiere su confianza por un período determinado y que se la retira en caso de fallar en su misión de responder a los intereses del soberano. A su vez, los gobernantes se sienten comprometidos con esa misión de ganarse la confianza de su gente como justificación para seguir ejerciendo el poder y cuando la pierden, funcionan los mecanismos constitucionales para que abandone el poder.
Sin embargo, en la coyuntura política que vivimos en Honduras, los que ejercen el poder desde las oficinas gubernamentales y desde los grupos de presión aliados, ya no definen sus actuaciones ni sus propuestas en función de esos principios democráticos. Son otras consideraciones las que pesan enormemente y las que definen sus estrategias y acciones. Ahora para ellos, ante el descontento interno y la crisis nacional, se trata de evitar el colapso final sosteniéndose de un supuesto apoyo del gobierno norteamericano a su gestión, mucho más importante que el reconocimiento y respeto del hondureño y de lo que estipulan sus leyes. Mientras tanto, la política exterior norteamericana, que solamente tiene intereses, propone el juego a su favor a cambio de lo que en estos momentos le urge a los usurpadores en aprietos.
Pese a todos los insultos de Trump de ayer y de los que vengan al país, eso no importa. Todo está a la disposición. La firma de un convenio con EUA por muy comprometedor a los intereses de Honduras que sea, viene a servir en el ingrato juego. Presentar un par de inmigrantes ilegales iraníes y señalar al grupo Hizbollah se lanzan como una señal de compromiso y colaboración con la lucha antiterrorista. Las palabras cínicas del Secretario de Seguridad Nacional norteamericano que después de firmar un convenio que llena a Honduras de más obligaciones, afirma que las cosas marchan muy bien gracias a JOH, es lo que a la camarilla gobernante tranquiliza en medio del apabullante repudio nacional. Hoy los hondureños estamos en las manos de un gobernante vulnerable a cualquier presión, negociando en nombre de todos a cambio de un reconocimiento a una gestión que ya ratos demostró su fracaso.
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Economista. Catedrático universitario