Criterio HN
Por: Roger Marín Neda
Entre líneas.
Es posible que la mayor sorpresa de los comicios, sea que fuerzas políticas adversarias de la alianza ganadora, dejaron de lado sus sectarismos partidarios e hicieron causa común con el rechazo masivo a la corrupción oficial, en una reacción de supervivencia colectiva, que opuso higiene cívica contra cinismo organizado.
Hay además otra lectura, ya no depresiva, sino optimista, orientada al futuro del país, que sigue siendo promisorio: la corrupción, enraizada en el sector político desde hace generaciones; que durante los últimos años ha sido sistematizada, protegida y legalizada desde el gobierno; esa corrupción sistémica, con todo el poder y la seducción del dinero, no ha logrado agotar las reservas morales de nuestra sociedad.
Un pueblo tantas veces engañado, siempre postergado, todavía atesora esperanzas, y ha renovado la licencia vencida del estamento político – responsable verdadero de la desgracia -, para que comience desde cero la reconstrucción política, económica, social, moral y cívica del gobierno y del país. Y -¿no es inexplicable? – ese pueblo que aguanta, perdona, espera y sigue luchando, se ha renovado a sí mismo la licencia para seguir esperando. Así de grave es la responsabilidad moral y política de doña Xiomara y su alianza popular.
Otro mensaje está diciendo que una mujer podría tener la visión, la integridad, la firmeza y el coraje para hacer lo que durante más de dos siglos los hombres no han sido capaces de hacer por Honduras.
Eso es hermoso. Si la presidenta logra iniciar al menos reemplazos estructurales urgentes, y cimentar, con esfuerzo de todos, un proceso sostenible de reformas, habrá dado también un impulso trascendental a la lucha para la liberación de la mujer hondureña.
Tal grandeza espera a doña Xiomara. Pero en correspondencia con la dimensión histórica de la gesta obligada, ella asume la responsabilidad personal de ejercer con sabiduría y valor la autoridad que le ha delegado la gran mayoría del pueblo hondureño. Ella, y nadie más, será la responsable en primera línea por lo que haga y deje de hacer su gobierno. Como mujer, sabe que el desengaño es más frustrante que el engaño.
Nuestra sociedad no gusta de trazar objetivos y escoger los medios para alcanzarlos, ni siquiera en corto plazo. Sin embargo, en todos los estratos sociales la gente sí siente lo que hace falta, en una intuición forzada por la pobreza de los marginados; por el desempleo y la falta de oportunidades en los estratos medios; por la sensibilidad humana de muchos en los niveles enriquecidos; por la vergüenza que en todos los sectores produce el abandono de los niños pobres y la parálisis educativa y cultural del país. Por eso el voto de la decencia en las pasadas elecciones es un reclamo transversal de la población, que devendrá en respaldo incondicional si la presidenta decide dar la batalla. Su discurso evidencia que entiende estas carencias, y la primera talla de su verdadera estatura política vendrá dada si convierte la intuición en líneas generales de una gestión gubernamental transformadora, integral, audaz, visionaria y realista.
Líneas generales, conceptuales, rumbos, actitudes, propósitos, que inspiren espíritu de cuerpo y sentido de pertenencia en los colaboradores y en la alianza, para luchar por una causa histórica, dirigida por la presidenta. Crear condiciones, marcos, coaliciones, consensos; ejercer el poder para implantar decisiones fundamentales, políticamente factibles y económicamente viables.
Todo esto implica pensar y actuar con mente reformista, que hace del cambio acción permanente, para no conceder ni un respiro a la tradición. “Si no está roto, rómpelo, que de los pedazos saldrá la innovación, y con ellos se irá la rutina”, fue mensaje para mis colaboradores, durante mi larga carrera de ejecutivo profesional. Es claro que esta actitud conlleva riesgos, los propios de toda transformación, que son mayores cuando las juntas directivas, – o en el sector público los gabinetes y los ejecutivos del gobierno -, no comparten la visión del líder, o no la conocen, o no saben en absoluto de qué se trata. La sabia escogencia del equipo, su inspiración y su compromiso con la visión de la presidenta, serán mucho más críticos que para los presidentes que solo administran el retraso.
Puede ser que esa inclinación reformadora me induzca, con algún prejuicio, el temor de que la causa renovadora y sus propósitos, por no estar definidos, dependan de leales saberes y entenderes personales – ¡son tantos!- , y que las acciones consecuentes sean las de siempre. Las mesas de trabajo, los primeros contactos con los organismos financieros, los grupos espontáneos de apoyo ciudadano –todo esto útil, por supuesto-, podrían repetir viejos momentos cuatrienales, similares por la falta de orientaciones del presidente electo sobre los objetivos de su gobierno, nunca explicados.
Viví esa experiencia, tal cual, en la transición del presidente Callejas al presidente Reina, en cuya triunfal votación sus electores concurrieron en masa, ilusionados por la promesa de una nebulosa revolución moral. El discurso del régimen fue revolucionario hasta el fin, pero la falta de guía presidencial, y las acciones convencionales del gobierno, fueron tales que la revolución moral no necesitó contrarrevolución para frustrar las expectativas de sus electores, creadas por los discursos de la campaña electoral.
La política tiene algo de teatral. Aristóteles decía que el drama es el género para los problemas de orden público, en tanto que la comedia trata los de índole privada. Sabemos que un drama puede derivar en comedia, aunque sea bueno, si los actores son malos, o el director carece de liderazgo inspirador. Ya comedia, el drama puede degenerar en sainete. Como pueblo y como país, debemos ayudar a la presidenta para que mantenga la línea dramática de la obra, en cuya dirección el pueblo hondureño ha invertido sus esperanzas..
Antes de la democracia, los mandamases nos imponían el statu quo. En la democracia, los gobiernos simulan cambios que fortalecen el statu quo. Porque es en tibias medidas de alivio; en más de lo mismo, simulado como progreso; en cambalaches que negocian el país en los oscuros recovecos del poder; en la cosmética que maquilla los fracasos; es ahí donde los procesos de transformación pierden el rumbo, la oportunidad y el aliento de la población.
Todo presidente visionario, que quiere trascender el presente, necesita su equipo personal de estrategia, idealmente integrado por compatriotas confiables, comprometidos con la causa, pero no sectarios; calificados, pero no necesariamente técnicos; innovadores, pero pragmáticos; extraoficiales, casi anónimos, sin más facultades que vigilar, analizar, prever y recomendar. Es una elección personal de la presidencia, de dos o tres estrategas. Sobrarían candidatos, pero más que tres serían una indiscreta redundancia.
Tegucigalpa, 14 de diciembre, 2021