San Pedro Sula, Honduras. Cuando Kevin Lagos era adolescente, una mara intentó reclutarlo para llevar droga en los sacos llenos de latas que vendía para sobrevivir. Nicole Madrid también experimentó la violencia en ese distrito del sureste sampedrano. Sin embargo, ambos sobrevivieron a todas las duras experiencias de su vida, entraron en el programa de centros de alcance (CDA) en 2009 y se han convertido en guías para la juventud del distrito Rivera Hernández, en el municipio de San Pedro Sula, en el norte de Honduras.

Los centros de alcance hicieron madurar a Nicole y Kevin. Ambos son beneficiarios del primer CDA fundado en Honduras en la Rivera Hernández, uno de los más grandes del municipio (abarca en realidad dos distritos), con unos 103 barrios y colonias y al menos 170,000 habitantes.

También ha sido uno de los más violentos. Desde 2014, unas 1,124 personas han sido asesinadas en el distrito Rivera Hernández y sectores cercanos. Algunas de las zonas vecinas, como la colonia Planeta, aparecen entre las más peligrosas de la costa norte hondureña. La tasa de homicidios en Rivera Hernández era de 124.6 por cada 100,000 habitantes a comienzos de 2014, según un sitio web de la ONG Asociación para una Sociedad más Justa. En el doble distrito no solo están la mara 13 y la 18. También hay bandas como los Tercereños y los Olanchanos, además de Los Vatos Locos, la primera mara que entró en Honduras.

Al contrario de Chamelecón, donde los grupos pandilleriles han establecido una “frontera invisible” pero claramente delimitada, en Rivera Hernández no se sabe cuándo un joven está en uno de los “territorios”. En Chamelecón hay una línea perimetral, el norte es la mara 13 y el sur es la 18, pero acá no se sabe. De repente estamos en un grupo y luego estamos en otro, lo cual aumenta el riesgo en los desplazamientos de la juventud del distrito.

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Para llegar a este peligroso distrito en el sureste de San Pedro Sula tomamos un bulevar que sale del centro de la ciudad. Pasamos junto a zonas urbanas de grandes negocios, plazas comerciales y restaurantes de comidas rápidas. Es un bulevar donde junto a una destartalada carreta jalada por caballos flacos pasan camionetas de lujo y donde hay modernas sucursales de Pizza Hut y Denny’s frente a pulperías y chatarras apiladas en las cunetas en espera de clientes en busca de repuestos. El bulevar está cubierto de árboles que crecen bajo enredijos de cables colgados de postes. Cada cierto tiempo, las cuadrillas municipales llegan a podar las ramas para no poner en peligro el cableado eléctrico.

Después de 20 minutos de viaje, doblamos a la izquierda para entrar en Rivera Hernández. Pasamos entre un hotel y las gigantescas instalaciones de la maquila estadounidense Lear, especializada en arneses de carros. Podríamos habernos ido por la otra entrada, dos kilómetros más adelante, flanqueada por almacenes callejeros de repuestos de carros (que acá la gente llama “yónkeres”) y una moderna plaza de ventas con supermercado, farmacia y cafeterías. Las dos entradas están pavimentadas.

La entrada del distrito es una promesa de desarrollo que no se cumple una vez que nos adentramos en la red de estrechas calles de tierra de la primera colonia. Una vez dentro, lo que se ve es una sucesión interminable de casas de concreto con diseños básicos y funcionales. La vida aquí no es fácil. Lujo es lo que menos hay en las barriadas

El bonito edificio del centro de alcance está situado en una esquina, detrás de un cerco de rejas altas. El local alberga un laboratorio de computación completamente amueblado y con aire acondicionado, un gimnasio con espejos y un área lúdica con futbolitos y juegos de mesa. Hay guitarras y carteles motivadores colgados de la pared. Además de este CDA, en la zona hay otro en la colonia Padre Claret, quien es organizado por la iglesia católica y en el centro de la Rivera Hernández por la iglesia evangélica.

Los habitantes del distrito trabajan en la maquila Lear o en las demás fábricas que hay en esta zona. También laboran en las enormes bodegas de la famosa y cercana 33 calle, bordeada de urbanizaciones y edificios gigantescos. Otros tienen pequeños negocios de venta de abarrotes y comidas. Acá son famosos el pollo con tajadas de guineo frito y las inevitables baleadas de tortilla y frijoles con mantequilla.

El calor es fuerte en el municipio. La media anda por los 30 grados centígrados. Para hacer los 20 minutos de viaje sin sofocarse, hay que abrir todas las ventanas del carro o prender el aire acondicionado. Cuando estaba en su peor momento de violencia, solo era posible deslizarse en carro de noche por estas calles haciendo “cambios de luces” para que los pandilleros no confundieran a los viajeros con enemigos.

La pobreza que se nota en este distrito sampedrano es la que muchas veces mueve a los jóvenes a buscar el “cariño” de las maras y pandillas. Kevin, de 21 años, es un ejemplo de que vivir en la pobreza no es ser violento. “Vengo de una familia muy pobre”, dice. Pero sabe que hay personas que han tenido una vida más dura que la suya. Compara la realidad hondureña con un mar donde “algunos están en flotador, otros en lancha, otros en crucero. Cada quien tiene su forma de sobrevivencia”.

A muchos como él les ha tocado nadar con flotador en la vida. Han sobrevivido en medio de la pobreza y la violencia, pero Kevin tuvo suerte de encontrar a los CDA en su camino. Ahora lidera un grupo de jóvenes líderes que fundaron “Juventud Positiva en 2016 para crear voluntariado y liderazgo juvenil” en las zonas vecinas castigadas por la pobreza y el crimen, como Chamelecón, colonia Planeta y El Carmen. Kevin estudia Sociología y es miembro del comité pro desarrollo del distrito Rivera Hernández.

Kevin fue quien impulsó a Nicole Madrid para entrar en el CDA de Rivera Hernández. “Así fue como entré a ser parte de esta gran aventura”, cuenta Nicole. “Ha sido algo muy provechoso para mí porque aprendí a socializar con las personas. Eso me ayuda a crecer como persona y a entender las necesidades de los demás”.

“Me abandonaron en el Mercado Guamilito, en el centro de San Pedro Sula, cuando tenía dos meses de edad”, relata Kevin. Sus padres actuales lo adoptaron. “Para sacarnos adelante, mi mamá lavaba y planchaba ropa. Yo recogía latas y botellas de plástico. La pandilla quería que llevara droga en el saco y me negué. Entré en pánico, pero me enfrenté a la vida. Decidí seguir, pero sin pertenecer a una pandilla”.

Como otros jóvenes sobrevivientes de San Pedro Sula, Nicole y Kevin han visto pasar de cerca a la muerte que ronda los barrios sampedranos.

Una banda de delincuentes saqueó la casa de Nicole. “Fue algo que nos afectó psicológicamente a mi familia y a mí”, dice Nicole. La violencia hizo que parte de su familia prefiriera el desplazamiento forzado. Algunos de sus parientes migraron a Estados Unidos hace unos años.

“Un primo mío fue víctima de la violencia en los sectores más críticos de la Rivera Hernández”, recuerda Kevin. “Era como un hermano para mí. Lo asesinaron junto con dos amigos más. Era un tiempo en que en la Rivera Hernández se daban masacres”.

Una de las peores masacres de la década pasada ocurrió precisamente en los campos de fútbol en la entrada del distrito, cerca de la maquila Lear, cuando 14 personas fueron asesinadas con fusiles de alto calibre mientras veían un partido de fútbol el 30 de octubre de 2010.

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En 2014, un hecho criminal cambió las cosas en los dos distritos que forman Rivera Hernández. “Raptaron a una adolescente que estuvo siete días en lo que se conocen como casas locas. Llamaron a los familiares de la muchacha y les dijeron ‘ya no busque a su hija, está enterrada en tal lugar’. A la generación que viene detrás no le vamos a dejar una Rivera Hernández violenta como nos la entregaron. En ese punto, la policía trabajó con la comunidad y aquella casa loca la llamamos la casa de la esperanza. De 2017 para acá, los homicidios han bajado, la Policía desarticuló las bandas criminales”.

Kevin se resistió al “dinero y a las maravillas” que le ofrecía la pandilla “porque miraban que éramos pobres y vivíamos violencia doméstica. Era muy difícil”. Afrontó lo mejor que pudo su situación hasta que las cosas cambiaron al iniciar su voluntariado a los 11 años en el centro de alcance de Rivera Hernández en el año 2009, en pleno golpe de Estado contra el presidente Manuel Zelaya para imponer el gobierno de facto del transportista liberal Roberto Micheletti. “Me formé en habilidades para la vida y desarrollo humano. En el CDA maduré. Me dio un sentido, un proyecto de vida personal”.

Kevin fue parte de una de las primeras promociones del CDA de Rivera Hernández. “Después de dos años de ser beneficiario me convertí en voluntario del proyecto Educatodos para quienes no habían culminado sus estudios primarios. Estuve tres años con cinco alumnos hasta llevarlos a sexto grado”.

Para lograr que el CDA de este distrito tuviera éxito se han unido organizaciones extranjeras y voluntarios hondureños como Kevin. La Fundación Nacional para el Desarrollo de Honduras gestiona fondos de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) para sostener el Proyecto Génesis, el cual a su vez sostiene el CDA. Para Kevin, en cambio, las Iglesias se han quedado “cortas” en su apoyo. “Si las Iglesias se unieran y no buscaran intereses personales, serían mucho mejores los resultados”, dice. “Del Mormón y los Testigos de Jehová no vemos obras aquí”.

La Policía Nacional, que por tradición es más temida que admirada en Honduras, es importante también para el desarrollo de proyectos en esta zona de San Pedro Sula. “Apoyamos a la policía comunitaria, a un policía que dialogue con el joven”, dice Kevin. “No podemos generar más violencia y odio”.

Durante sus años de servicio comunitario, Nicole y Kevin han sido testigos del crecimiento del CDA Rivera Hernández. “La iniciativa ha cambiado vidas en el sector”, dice la coordinadora del CDA Leonela Torres. “Hemos ayudado dando alimentos” en zonas vulnerables durante la pandemia del coronavirus.

Sin embargo, el trabajo más destacado del CDA ha sido el rescate de la juventud del distrito. “El CDA tiene varias áreas de trabajo, que incluyen computación, belleza y refuerzo escolar. Tenemos un gimnasio que es la microempresa de nuestro centro de alcance y sirve para sostenerlo. Damos talleres de belleza, electricidad, inglés y computación”.

“Pasé por muchos procesos de formación, como Desafiar mi Vida, que buscó que los jóvenes crearan un plan de vida durante una de las temporadas más difíciles para Rivera Hernández, de 2012 a 2016”, relata Kevin. El CDA le dio ganas de vivir después de una profunda depresión en la que pensó que su vida no valía la pena. La formación le permitió no solo valorarse él mismo, sino además perdonar a quienes lo ofendieron.

También encontró el trabajo de su vida, el de ayudar a rescatar a quienes como él padecen por la pobreza y la violencia. “Tengo que vivir, ayudar a la gente que me escupió. Son personas a quienes les voy a ayudar, voy a estar ahí para ellos y la gente que está en mi misma situación, jóvenes que están en pandillas. Voy a evitar que estos jóvenes entren a grupos criminales”.

El CDA ha sido un éxito para Rivera Hernández, según Nicole Madrid. “Los jóvenes hemos estado presentes constantemente y hemos sido agentes de cambio para otros jóvenes al ver cómo nos hemos recuperado”.

Para Kevin, los jóvenes deben ser la solución y no un indicador ni una cifra. “El joven necesita ser escuchado, no solo golpeado, necesita un amigo, un mentor. Yo tuve un mentor y yo le contaba mis problemas y él me ayudaba a crecer, me inspiraba, me daba aliento para seguir adelante”.

Sacar de un futuro de violencia a la juventud es uno de los principales objetivos del CDA. “Al enseñar habilidades para el empleo, está cambiando una vida”, dice Kevin. “El joven ya no va a agarrar un arma para poder tener ingresos, va a agarrar una tenaza, un cable, una computadora para ganarse la vida”.

Este artículo es parte de la serie de publicaciones de la Beca de Periodismo de Soluciones de la Fundación Gabo y gracias al apoyo de Open Society Foundation, institución que promueve el uso del periodismo de soluciones en Latinoamérica.

Coordinación del proyecto: Dunia Orellana

Edición: Lourdes Ramírez y Wendy Funes

Textos: Dunia Orellana y Dennis Arita

Edición de video: Dunia Orellana y Dennis Arita

Fotos y video: Cristina Santos

Gráficos: Dennis Arita

Audio de texto: Sergio Bähr y Lourdes Ramírez

Colaboración: Kenia Méndez, Cristian Martín, Luis Vallecillo y Telma Quiroz

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