Entrevista con Jefferson Chávez. Foto: Cristina Santos

Créditos

Coordinación del proyecto: Dunia Orellana
Edición: Javier Drovetto, Lourdes Ramírez y Wendy Funes
Textos: Dunia Orellana y Dennis Arita
Edición de video: Dunia Orellana y Dennis Arita
Fotos y video: Cristina Santos
Gráficos: Dennis Arita
Audio de texto: Sergio Bähr y Lourdes Ramírez
Colaboración: Kenia Méndez, Cristian Martín, Luis Vallecillo y Telma Quiroz

Los centros de alcance hacen renacer

Los centros de alcance hacen renacer a la juventud de San Pedro Sula, en la región norte de Honduras.  50,000 jóvenes han sido beneficiados por los programas de los centros de alcance (CDA) en las zonas más violentas de Honduras. Los CDA alejan de las pandillas a la juventud por medio del emprendimiento, el aprendizaje, los oficios, la diversión y la autoestima. Al menos 670 beneficiarios, incluyendo personas que estuvieron en pandillas, se han convertido en emprendedores por medio del proyecto Génesis. Los 3,200 voluntarios de los centros forman a los jóvenes, dándoles herramientas para sobrevivir en medio del desempleo y el crimen. El baile le salvó la vida al voluntario Jefferson Chávez, quien espera que los pasos que enseña ayuden a la juventud a superarse.

San Pedro Sula, Honduras. El mundo está en silencio a las ocho de la mañana en Chamelecón. Nada de balazos, carreras de sombras por los callejones ni tipos paseándose con fusiles de grueso calibre por la calle de tierra para controlar quién entra y sale.

La alarma del celular despierta a Jefferson Chávez.

La madrugada de marzo fue fresca en Chamelecón, en el suroeste de San Pedro Sula. Chamelecón abarca dos de los 20 distritos que desde 2014 dividen el mapa de esta ciudad de 801,258 habitantes en la costa norte de Honduras.

Al salir de San Pedro Sula por la carretera del Sur, vemos a la derecha las montañas de El Merendón, erizadas de torres eléctricas y telefónicas. A la izquierda, Chamelecón se extiende entre un verde mar de árboles en una amplia depresión del terreno.

Entre las copas se asoman pocas casas de dos plantas y ningún letrero de franquicia de comidas rápidas. De lejos, la zona se ve pacífica bajo el sol, entre la vegetación compacta de mangos y guanacastes. Todo cambia al entrar por la calle principal del distrito. Sobre el pavimento cuelga un silencio inquietante, quebrado por motores y cantos de pájaros.

Jefferson y cualquiera que entrara aquí pasaba por el control de las dos pandillas que se “rifan” los barrios y los han cortado en territorios. Según los habitantes, hay una “frontera invisible” que solo atraviesan los atrevidos o quienes no conocen el laberinto llamado Chamelecón.

Jefferson ha visto un cambio en las operaciones de maras y pandillas en los últimos cuatro años. Sigue siendo un lugar violento, pero, con tanto policía suelto, las bandas han movido sus bases a Villanueva y Santa Cruz de Yojoa, a 17 y 64 kilómetros de Chamelecón.

En el distrito se instaló en 2017 una base de la Policía Militar del Orden Público, creada por decreto en 2013 por el presidente Juan Orlando Hernández para amordazar las críticas a su reelección, según la oposición, y no para “combatir la delincuencia”.

Más adelante nos topamos con un puente de concreto sobre el río Chamelecón, cinta achocolatada que sirve de frontera sur del distrito. Para ir a Cofradía, doblamos a la derecha antes del puente y subimos por una calle entre cerros. Esa ruta lleva a Ruinas de Copán, en el occidente del país.

Jefferson acaba de despertar en su casa en una de las 66 colonias de Chamelecón. No tiene que levantarse a las siete porque no hay evento en el centro de alcance (CDA) 10 de Septiembre, donde es voluntario. Cuando hay evento, trabaja duro preparando juegos y presentaciones.

Los CDA como el 10 de Septiembre previenen la violencia juvenil. Motivan a los jóvenes a rechazar la violencia, desarrollar o mejorar competencias, construir un plan de vida y ser parte del desarrollo de su comunidad. Los locales pertenecen a la sociedad civil y reciben apoyo gubernamental y empresarial.

Hoy Jefferson tampoco hará videos. Compró cámaras, trípodes y computadora después de quedar desempleado. Hacer grabaciones publicitarias y videotutoriales es casi tan importante para él como ser voluntario.

Hoy llegará a las dos de la tarde para ayudar a niñas y niños en las clases de computación y coordinar el área de juegos. Permanece en cama quince minutos más antes de levantarse, cepillarse los dientes y peinarse el pelo largo y ondulado.

A las nueve sale al patio a dar comida y agua a sus mascotas. Se queda quince minutos con sus gatos. Para Draco, el alma de la casa, Jefferson fabricó un juguete con una vara y bolas de aluminio colgadas de hilos. Al final vuelve a darle agua.

Jefferson desempolva los muebles, barre y trapea la casa de su familia, donde ha vivido 12 años y de la que ya se fueron sus hermanas y su madre. Su familia es como muchas de la costa norte de Honduras. Gente tranquila y laboriosa que huye de los problemas en este distrito que por años fue uno de los epicentros de la violencia pandilleril en Honduras.

Mapa de Honduras y San Pedro Sula. Gráfico: Dennis Arita

Los vecinos de Jefferson toman autobuses públicos para ir a trabajar en las empresas de San Pedro Sula, conocida por tener el mayor desarrollo del país. Otros se quedan en el cinturón industrial en la carretera del Sur o se van en bus a las cementeras, azucareras y jaboneras del otro lado del río.

Los que trabajan dentro del distrito tienen pulperías o comedores que venden baleadas ―tortillas de trigo rellenas de frijoles fritos, huevo y queso―, carne y bananos verdes fritos con repollo y mayonesa.

Jefferson, por cierto, es todo un chef. Podría guisar carne, freír pollo o hacer las baleadas que les gustan a sus amigos, pero hoy tocan espaguetis. Jefferson, de 25 años de edad, aprendió habilidades para la vida en el CDA 10 de Septiembre, donde ahora enseña computación a la niñez. A los adolescentes les enseña breakdance, el baile robotizado nacido en los años ochenta.

Jefferson empezó a practicar breakdance en 2010 y hasta tiene nombre artístico: Elektro. Es experto en “backflips” o saltos mortales hacia atrás. Los saltos mortales que irónicamente lo salvaron de la muerte.

El bailarín que guía a la juventud

A Jefferson, el breakdance le salvó la vida. Literalmente.

Bailando salió vivo de la casa a donde una mara lo llevó para matarlo. Esa noche de septiembre de 2012, Jefferson dio clases de baile en el Instituto Modesto Rodas. Conocía la fama de Chamelecón, pero esperaba que no pasara nada malo.

Los secuestraron a él y su hermana. Se los llevaron en carro, apretujados entre hombres amenazantes y armados, a una casa en un laberinto de callejones. Lo confundieron con un pandillero enemigo porque en su mochila estaba escrito su nombre artístico, Elektro.

Con lo que aprendió en los centros de alcance, Jefferson mantuvo la calma incluso mientras los mareros debatían cómo matarlo. Se lo llevaron a un cuarto donde el jefe de la mara estaba tendido en un sofá. Obligaron a Jefferson a desnudarse para buscarle tatuajes y lo interrogaron. Les explicó que era bailarín y voluntario, pero no le creyeron. El jefe, colérico, se levantó, pistola en mano, y le dio una pechada que lo hizo retroceder.

Entonces a Jefferson se le ocurrió la idea que lo salvó.

Cuando recobró el equilibrio, dio varios saltos mortales hacia atrás. La pandilla quedó asombrada. “Vos sí sabés bailar”, dijeron. “Sos buena gente, podés irte y regresar cuando querrás”.

Jefferson huyó de la muerte con los pasos que perfeccionó como beneficiario, voluntario y empleado de las organizaciones de desarrollo. Antes era tan tímido que hasta perdió un año de colegio. “Cuando empecé a bailar y salir a eventos del centro de alcance, a involucrarme con la gente, eso me dio confianza, cambió mi vida y me convertí en una persona diferente”, cuenta. “Cuando empezó mi voluntariado, abarqué a muchos jóvenes para inculcarles las buenas prácticas y el baile”.

El baile y el voluntariado lo salvaron. “Eso me sacó de un agujero. Yo estaba atacado por muchas cosas negativas por lo que vivía en Chamelecón y por los conflictos en mi familia. Entonces pensé hacer voluntariado en el centro de alcance enseñando a bailar. Así comenzó esa carrera”.

Jefferson quiere repetir su historia con la niñez y juventud del 10 de Septiembre. Podría haberse ido de Honduras, como sus familiares, pero está “casado” con el voluntariado.

No sería raro que Jefferson se fuera de Honduras. Aquí nadie tiene segura la comida ni la certeza de llegar vivo a casa. “Lo único seguro es la muerte”, como dicen los hondureños. Las familias hondureñas siguen huyendo de la inseguridad alimentaria, el desempleo, la corrupción institucional y sobre todo la criminalidad.

Las cifras del crimen en Chamelecón reflejan las de San Pedro Sula. La tasa anual de muertes violentas en la ciudad se disparó a 107 por cada 100,000 habitantes en 2013.

Los homicidios treparon a uno de sus picos en 2014, con 1,136 cometidos en el municipio, pero desde ese año las cifras han bajado y se mantienen en 350 por año, según el sitio web especializado en investigaciones periodísticas Revistazo.com de la ONG Asociación para una Sociedad más Justa (ASJ). Con 259 homicidios en 2018, los números cayeron en picada ese año, indican las estadísticas más recientes del portal Contando Homicidios.

La versión de la Policía Nacional es distinta: en 2018 hubo 365 homicidios, es decir 106 más que los registrados por la ASJ. La institución de seguridad actualiza los datos y asegura que en 2019 se cometieron 438 homicidios en San Pedro Sula, 73 más que en 2018. El 2019 cerró con 43 homicidios por cada 100 mil habitantes.

Chamelecón ya no está a la cabeza de los distritos más castigados por la criminalidad en los últimos cinco años, según estadísticas de la Policía Nacional de Honduras y el Instituto de Acceso a la Información Pública. Lo mismo pasa en San Pedro Sula. Hace seis años era la urbe más violenta del mundo, pero en 2020 es la número 15 de la lista del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, de México.

Este violento país debería abrazar a jóvenes como Jefferson. Pero desde hace más de 20 años los rechaza debido al surgimiento de las maras y pandillas.

El Instituto Nacional de Estadísticas (INE) indica que en 2019 había 3.3 millones de jóvenes de 12 a 30 años, es decir el 36.1% de la población nacional. El INE añade que el 58% de la población sampedrana tiene menos de 30 años de edad y siete de cada 10 jóvenes pertenecen a la población económicamente activa, pero muchos carecen de oportunidades de trabajo y desarrollo.

Casi 50,000 jóvenes sampedranos no trabajan ni estudian y, según la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), en 2016 había 36,000 miembros de maras y pandillas en Honduras.

Para evitar que los chicos se desvíen a un mundo de criminalidad como víctimas y perpetradores se crearon los centros de alcance como el de Chamelecón, donde Jefferson es voluntario.

Homicidios en San Pedro Sula 2015-2019

Los CDA nacieron en Guatemala en 2006, se extendieron a El Salvador en 2008 y a Honduras en 2009. El primero en Honduras se abrió en el distrito Rivera Hernández en pleno golpe de Estado que destituyó al presidente Manuel Zelaya para instalar el gobierno de facto del empresario del transporte Roberto Micheletti.

En Guatemala, el Gobierno de Estados Unidos estableció el centro de alcance Casa Joven, pero los usuarios recorrían grandes distancias para acudir al local donde niños y niñas tocaban instrumentos musicales, pintaban y jugaban Nintendo.

Casa Joven falló al acabarse el financiamiento, ya que tenía instalaciones costosas y la juventud beneficiaria no tenía dinero para desplazarse. Tras el primer intento se creó el modelo actual, situado en las zonas donde viven los beneficiarios.

Los nuevos CDA tienen un impacto considerable en la región. Según un estudio de la Universidad Vanderbilt en 2014, los reportes de asesinatos y extorsiones en Centroamérica se redujeron a la mitad con programas como los centros de alcance.

“Uno de los encargados de implementar el programa PNUD en Honduras nos dijo: ‘Varios jóvenes han expresado que estaban haciendo algún tipo de trabajo, entre comillas, con la pandilla. Y que al llegar al centro de alcance lo abandonaron completamente’”, según Vanderbilt.

Los CDA, por medio de la formación en línea de EDUCATEH, tienen excelentes resultados reintegrando a jóvenes salidos del sistema escolar, señaló en julio del 2020 la Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Internacional, que sistematizó la experiencia de los CDA en Honduras. EDUCATEH tiene matriculados a más de mil jóvenes.

Por otra parte, con las habilidades para la vida y el mercado laboral aprendidas, mil jóvenes han sido contratados por empresas aliadas. Además, unos 670, incluyendo expandilleros, se han convertido en emprendedores por medio de los CDA.

Los criterios para crear un centro de alcance incluyen existencia de pandillas, alto consumo de drogas, elevadas tasas de violencia, gran cantidad de residentes jóvenes, una comunidad con deseo de trabajar en proyectos sociales y una organización comunitaria, ya sea institución religiosa o patronato, que administra la institución.

Cada CDA recibe de USAID un impulso inicial de 25,000 a 30,000 dólares en equipo y restauración de locales, casi siempre edificios abandonados. La Fundación Nacional para el Desarrollo de Honduras (FUNADEH) administra el dinero y recluta a voluntarios que manejan el centro a cambio de un estipendio de unos 300 dólares mensuales por persona. Otros fondos provienen del Gobierno de Honduras y de las municipalidades.

El resto de los gastos se pagan con ganancias obtenidas mediante servicios del CDA, como uso de gimnasio, impresiones y copias de documentos.

Los centros “trabajan en prevención primaria y secundaria”, dice el director del Proyecto Génesis, David Medina. Esos dos grupos son “vulnerables porque viven en zonas de riesgo y son simpatizantes de pandillas”.

El Proyecto Génesis fue creado por FUNADEH para encargarse de los CDA hasta octubre de 2020. Actualmente se está constituyendo una asociación nacional de CDA para hacerlos autosostenibles.

Según Medina, la intención es “llevar algo diferente dentro del barrio para que ellos tengan otras distracciones que no sean entrar a las pandillas. Los CDA no rehabilitan ni recuperan personas de las pandillas. No es esa su naturaleza. El objetivo es de prevención primaria, brindar factores de protección a jóvenes vulnerables para que tomen mejores decisiones y no se vinculen a las pandillas”.

El proyecto pretende que los 25 CDA de San Pedro Sula y los 70 de Honduras sean autosostenibles. Durante cuatro años, el programa Génesis fortaleció y supervisó los centros, alcanzando a 50,000 beneficiarios y de 500 a mil por centro, incluyendo a Jefferson Chávez. Desde julio de 2020, el proyecto sigue respaldando los centros sin involucrarse directamente.

Jefferson se echa al hombro la mochila donde lleva una camisa extra y una USB para su trabajo en el laboratorio del CDA. A la una ya se está sintiendo el típico calor sofocante de San Pedro Sula. En su moto llega en dos minutos al centro de alcance a quince cuadras de su casa. Otros días se va a pie y tarda diez. La moto es buena para andar por Chamelecón, que sigue bajo el poder de bandas delictivas y se divide en el norte, donde domina la MS, y el sur, controlado por la mara 18.

Es peligroso ir de una colonia a otra. “Hay sectores donde no podemos entrar”, dice Jefferson. “Acá la violencia es fuerte y pasan cosas malas, que no son las más importantes porque también pasan cosas buenas”.

La violencia pandilleril ha disminuido en el distrito, pero las extorsiones siguen y Jefferson no puede ir adonde quiera. A otros más jóvenes que él pueden reclutarlos o matarlos. No hace mucho había tiroteos a diario. Las balas no tenían favoritos.

Las masacres en Chamelecón eran, hace unos pocos años, “el pan de cada día”, como dicen los medios hondureños. Sujetos encapuchados y vestidos de policías irrumpían en casas o negocios para balacear a hombres, niños, mujeres o ancianos.

La muerte ha rondado a Jefferson. Integrantes de sus grupos de baile han caído bajo las balas. “Una persona que me motivó a bailar murió en una masacre el 14 de septiembre de 2014”, dice.

Uno de tantos crímenes que sacudieron al público fue el asesinato, en septiembre de 2013, de seis miembros de la familia Rivera Carías en la colonia 10 de Septiembre de Chamelecón. Entre las víctimas había una niña de cinco años.

Varios amigos de los voluntarios del CDA 10 de Septiembre han sido tentados por la “vida loca” o son víctimas de delitos. Algunos ya no pueden contar su historia. Están muertos.

Informes policiales culpan de las masacres a maras y pandillas por represalias, negocios o peleas de territorio. “Ajuste de cuentas” es otra frase trillada que los medios y la Policía usan para explicar los motivos de estos crímenes.

De 2011 a 2014, San Pedro Sula fue, para medios internacionales como la BBC The Guardian de Inglaterra, el New York Times de Estados Unidos y El País de España, la ciudad más violenta del mundo. “Una ciudad con la tasa más elevada de asesinatos fuera de zonas de guerra”, anunciaba The Guardian en 2013. Vivir en uno de los distritos más peligrosos de la ciudad más peligrosa de todas no era un honor para Jefferson Chávez y los habitantes de Chamelecón.

Evolucionaron las maras y pandillas que dominaban la ciudad y los distritos. Hace veinte años andaban a pie o en bicicleta, se mataban con “chimbas” ―tubos con gatillos hechizos y balas de verdad―, machetes y cuchillos.

Ahora estos grupos son poderosos, hacen tratos con narcos y autoridades. Llevan fusiles AR-15 y AK-47, andan en carros de lujo y no se tatúan para pasar inadvertidos. Se han involucrado con las élites hondureñas, las cuales a su vez tienen tratos con organizaciones criminales internacionales, según publicaciones recientes de Univision, las cuales señalan que el presidente de Honduras recibió supuestamente un millón de dólares de manos del narco mexicano Chapo Guzmán.

Además, Antonio “Tony” Hernández, hermano del presidente hondureño, fue condenado por tráfico de drogas por tener  “una sofisticada organización patrocinada por el Estado [hondureño] que distribuyó cocaína durante años” y en el proceso convirtió a Honduras en “uno de los lugares más violentos del mundo”.

Integrantes de pandillas, según investigaciones periodísticas, culminan sus estudios universitarios con dinero de sus organizaciones con el fin de manejar sus negocios y los casos de mareros encarcelados o procesados.

“Decidieron profesionalizar a sus miembros que poseen mejor personalidad, es decir muchachos con buen físico y chicas atractivas, ambos con deseos de estudiar. Ahora, las filas de esta estructura criminal cuentan con médicos, enfermeras, abogados, ingenieros, arquitectos y especialistas en computación”, dice el diario hondureño El Heraldo.

El pico de la violencia en el distrito fue la masacre del 23 de diciembre de 2004 en la que supuestos pandilleros mataron a balazos a 28 pasajeros de un bus urbano, incluyendo seis niños. La justicia hondureña condenó a los culpables a más de 800 años de cárcel. Desde entonces han caído muchos, como el director del CDA de la colonia Suyapa de Chamelecón, líder LGBTI y del Partido Nacional, René Martínez, asesinado en 2016.

Jefferson guarda la moto detrás del centro de alcance. Ya está en su propio territorio. En el CDA ha hallado una nueva familia y una razón para seguir adelante entre la violencia y la pobreza. Abre la puerta de metal y entra en la zona de juegos.

Jefferson lo revisa todo y no ve nada raro. Los futbolitos de mesa siguen en su sitio, alineados junto a la alta pared del edificio cuadrado que alberga el centro de alcance. Hasta hoy, los ladrones han respetado el local. Hay rótulos pegados en las paredes donde han dibujado listas de responsabilidades de los voluntarios y beneficiarios.

Sube de un salto al escenario donde hacen eventos y practican breakdance, lo atraviesa con las zancadas de un bailarín experto y abre la puerta del laboratorio donde los niños del barrio hacen tareas y manejan computadoras.

En el recinto hay diez máquinas para atender a cien usuarios que se turnan. Jefferson guía a la niñez y la juventud y los alienta a dar en solitario sus primeros pasos. Se parece a la historia de la fundación que ha guiado al 10 de Septiembre para dejar que al final avance solo, desarrollando las aptitudes juveniles en las comunidades más peligrosas de Honduras.

Los niños y niñas llegan a las dos de la tarde y Jefferson lo tiene todo preparado para atenderlos durante tres o cuatro horas. Las madres y padres regresan a traerlos a las cinco y a veces piden que les ayuden con sus tareas, pero Jefferson trata de que las hagan sin mucha intervención de un adulto.

El trabajo de los CDA puede parecer invisible para algunos, pero no para cientos de niños y jóvenes beneficiados por voluntarios como Jefferson. “Los centros están ayudando no solamente a disminuir la criminalidad, porque tiene múltiples causales, aristas. Han hecho que más gente no recurra a esta forma de vivir”, dice el exdirector de FUNADEH, Fernando Ferrera.

Los centros de alcance no están solos. En el rescate de la juventud se les une la Gerencia de Prevención y Seguridad de la Municipalidad de San Pedro Sula. Invierten en programas de reducción de la violencia de manera primaria y secundaria a través del arte y las actividades recreativas en Chamelecón y otros distritos. Por otro lado, la Policía Nacional ha reforzado sus estrategias para acercarse más a la población por medio de la policía comunitaria.

Estos esfuerzos han reducido la violencia y el ingreso de jóvenes a pandillas, pero para el analista en seguridad Leonardo Pineda, la intervención de la cooperación internacional ha sido muy buena aunque no suficiente, ya que el Estado hondureño debe ofrecer oportunidades de reducir la violencia y desigualdad entre los pobladores de San Pedro Sula.

El trabajo no es fácil por la complejidad del terreno sampedrano. Las pandillas mutilan la ciudad partiéndola en “fronteras invisibles”, donde es difícil penetrar sin ayuda de las iglesias Católica y Evangélica.

“El Estado debe generar oportunidades de trabajar en la prevención y la salud para que la niñez y la adolescencia tengan oportunidades de educación y estén listos para la empleabilidad”, agrega Pineda.

El difícil acceso a zonas conflictivas y la reducida inversión en desarrollo son obstáculos para ayudar a la juventud. Los hondureños pagan una tasa de seguridad para combatir el crimen. En 2019, la tasa recaudó casi 100 millones de dólares, pero el Gobierno de Honduras solo gastó 4.25 millones en prevención de la violencia.

El método de trabajo del 10 de Septiembre es prevenir que la juventud y la niñez se pierdan en el pandillerismo o el narcotráfico, que son solo dos de las plagas que atacan a Chamelecón, a los voluntarios y al personal de los CDA.

“Los jóvenes se han ligado a actividades ilícitas por varias razones”, explica el director del Proyecto Génesis, David Medina. “En primer lugar, la falta de oportunidades educativas en sus barrios. En segundo lugar, la falta de atención en el hogar. En tercer lugar, hay vecindarios con presencia de pandillas quienes son los que más tienen popularidad, por así decirlo. En último lugar, la falta de oportunidades extraescolares”.

La juventud y la niñez de estas zonas también deben batallar contra el trauma de hogares disfuncionales donde los padres no existen o tienen demonios como el alcoholismo, el desempleo y la pobreza. Las familias hondureñas son también víctimas de la corrupción gubernamental que ha impedido durante décadas ejecutar políticas de desarrollo eficaces.

En ambientes como este, la juventud busca los abrazos y palabras cariñosas en los peores lugares. Las pandillas se convierten en un hogar donde reciben “amor”, les ponen atención, les asignan una misión y les dan importancia. También droga para escapar de la realidad y un arma para sentirse poderosos.

Lugares de San Pedro Sula con más actos violentos (2015-2019)

Jefferson, como muchos en los proyectos de prevención, viene de un hogar disfuncional. No se llevaba bien con su madre. Se sentía tan solo y sin rumbo que consideró suicidarse. Pensó que no servía para nada, pero el baile lo sacó del abismo. La actitud de su madre cambió. Ahora lo apoya en el baile y el voluntariado.

“Creo que el amor es lo más importante y, si lo reciben en sus casas, pues con ellos vendrá una buena educación”, dice el consultor y exdirector de FUNADEH, Fernando Ferrera. Para el “amor” que les dan en las maras hay un sustituto en los CDA: el compañerismo entre jóvenes que mejoran su autoestima y adquieren habilidades.

Jefferson sabe, como bailarín y facilitador de la niñez, que el juego es importantísimo en los CDA. Los niños y niñas que salen del laboratorio de computación dedican el resto del tiempo a jugar en un espacio amplio y fresco. Jefferson enciende los abanicos y los niños y niñas comienzan a jugar UNO y cuatro en línea. Las risas rebotan contra las paredes y llenan el recinto con su eco.

A las cuatro llegan los padres y madres a traer a sus hijos. A las cinco quedan muy pocos usuarios en el local, pero Jefferson y otros 3,200 voluntarios como él no tienen hora de cierre.

Una danza para escapar de la muerte

Desde las cinco, Jefferson practica breakdance con jóvenes de las colonias vecinas. A veces se van a los campos de fútbol, donde el zacate amortigua los golpes. Hoy se han quedado Brayan, Lázaro y Christopher. Lo primero que hacen es guardar los juegos. Luego barren y apartan las cosas que les impiden bailar.

Jefferson, Lázaro y Brayan son adictos al baile en un distrito donde las adicciones son de otra clase, donde las pandillas trafican drogas y hay niños que extorsionan y trabajan para los narcos.

El baile les ayudó a escapar de la muerte. Los tres tienen historias difíciles con final esperanzador. Todos han visto morir a balazos a amigos o familiares en una guerra urbana por territorios donde las pandillas extorsionan y venden drogas. En las tinieblas del desempleo, la enfermedad y la muerte, los tres hallaron un asidero en el baile y en Jefferson a quien les enseñó a dar los primeros pasos. “Mi amigo”, lo llama Lázaro.

Christopher se queda tocando el pequeño piano electrónico. Le gusta más la música que el baile.

El breakdance o b-boying, el baile creado en los años 80 en Estados Unidos y popularizado en videos musicales y películas como “Breakin’”, es una iniciativa de Jefferson. El baile es una adición interesante a las iniciativas de emprendimiento, empoderamiento, enseñanza y juego.

Jefferson es el ejemplo andante (y danzante) de que el breakdance les da confianza en sí mismos a los chicos del peligroso Chamelecón. Todos son ejemplos de resiliencia que el trabajo del CDA ha fortalecido.

Los golpes no los han derribado. Lo han demostrado al sobrevivir en uno de los distritos más peligrosos de la que durante años fue considerada la ciudad más violenta del mundo. El logro es doble si agregamos que evitaron la tentación del suicidio, el dinero fácil o la vida criminal.

Christopher conecta la grabadora del laboratorio. Le inserta una USB con canciones y pone “IOU”, de Freeez. El primero en girar en el piso es Brayan Paredes. Jefferson lo anima, hace comentarios, aplaude.

La historia de Brayan, voluntario de 25 años, se parece a la de Jefferson. Como él, Brayan no tenía esperanzas y estuvo en peligro de morir cuando un grupo de hombres armados lo detuvo frente a una iglesia en Chamelecón. Lo dejaron irse cuando vieron que cargaba una biblia, pero se llevaron a otros chicos a quienes días después hallaron muertos.

Brayan aprendió inglés en las clases de Habilidades para la Vida. “Estuve seis meses estudiando cuatro horas en clase y otras cuatro en casa”, cuenta. “Aprendí mucho”.

“Conocí a Jefferson cuando trabajábamos en una zapatería en 2009 y luego lo perdí de vista”. Se hizo amigo de un bailarín de breakdance, que le enseñó unos pasos. A Brayan le gustó. “Soy bueno en todo, hasta para el baile”. También para ahorrar. Pagó el colegio con 10,000 lempiras ahorrados en la zapatería y ahora quiere hacerle la casa a su mamá. “Volví a ver a Jefferson y ahí sí me puse en serio a aprender a bailar”.

Brayan hace un paso difícil y se pone a descansar. Está cubierto de sudor. Es el turno de Lázaro Ramírez, voluntario de la misma edad de Brayan. Hace un “freeze”. Jefferson y Brayan giran a su alrededor. La música electrónica retumba en el edificio.

Lázaro también se formó en Habilidades para la Vida. Antes del centro, “era un vago”, recuerda. Hacía lo que se le daba la gana. En algún momento se relacionó con pandilleros, pero no los imitó.

Las cosas han mejorado en Chamelecón, dice Lázaro. Antes la gente “se moría del miedo”. Era normal ver por la calle a cualquier hora a jóvenes armados. La ‘muchachada’ “alucinaba con la pandilla porque imponía la moda. Pero abrí los ojos al ver cómo terminaron muchos de mis amigos. Yo estoy vivo de pura casualidad”.

La formación le abrió más los ojos. “Esa gente era distinta, preparada”. Pasó por la mayoría de los proyectos de la fundación. “Estuve en orientación laboral, estudié inglés y computación. Me encanta editar videos”.

Con Habilidades para la Vida creó su propia empresa. Le dieron capital semilla y puso un taller de motos durante año y medio. Lo cerró cuando la muerte de su abuela y de uno de sus hermanos le quitó las ganas de emprender. Ahora quiere poner otro negocio. Está seguro de que le irá mejor.

Mientras tanto sigue mejorando sus pasos de baile. “El baile es otra forma de expresarme”, dice, sonriendo.

Christopher Díaz se expresa de otro modo. Los sábados da clases de música a los niños y niñas, pero hoy no le toca hacer de profesor, así que pasa la tarde viendo bailar a sus amigos. De 20 años y de la misma colonia que Brayan, Jefferson y Lázaro, hasta hace poco le temblaba la voz al hablar en público. El 10 de Septiembre le ayudó a quitarse la timidez y el egoísmo. “Me cambiaron la mentalidad”, dice. “Con el voluntariado aprendí a hablar mejor, a amar a la gente”.

La violencia de su padre alcohólico, ya fallecido, lo impulsó a andar en las “gavillas” que lo llevaron al centro de alcance. Sabe que fue lo mejor que pudo hacer con su vida. Si no hubiera entrado, hoy tal vez estaría muerto como muchos de sus amigos y de los amigos de Jefferson, Brayan y Lázaro.

“Mi mamá me dice que he cambiado”, cuenta Christopher, “que ya no soy rebelde y he madurado. El CDA me enseñó a ser responsable, puntual, me enseñó el amor y la amistad”.

Para Jefferson, sería genial que hubiera más programas como el que le ayudó a cambiar de rumbo. Así, más muchachos tendrían más ofertas para desarrollarse. “El problema es que los programas a veces ven a los jóvenes como números para llegar a la meta”, se queja.

El pensamiento de los muchachos y muchachas “puede cambiar bastante con el baile”, agrega. “Todo curso y proyecto que los haga pensar distinto no solo los hace estudiar. Cambia su forma de pensar y actuar, de ver a sus compañeros”.

Jefferson les da las últimas indicaciones a los bailarines. Hacen otro par de maromas en el piso de cemento. Ya está anocheciendo en Chamelecón. Descansan un rato antes de limpiar el local para irse a casa. Se sientan en la tarima donde se presentan los eventos. Están cansados, sudorosos. Solo Christopher está fresco. Es el que sale a comprar Coca-Colas a la pulpería. Beben el líquido helado y platican.

Pronto, cada cual se irá por su camino. La última canción se apaga en la grabadora.

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