Por: SEGISFREDO INFANTE
Un viajero atento que se haya detenido a observar los remolinos de agua que se forman en los recodos de los ríos más o menos caudalosos, habrá percibido que por regla general este fenómeno se produce por el choque de las aguas contra los barrancos o los desfiladeros que se encuentran en las orillas de los mismos. Cuando menos, esto es lo más visual de tales remolinos. Pero también se forman por el contraste entre las corrientes de aguas profundas y las superficiales. Los que son precavidos evitan lanzarse a nadar sobre los remolinos tempestuosos, que tienden a desorientar y a chuparse a las personas; y luego lo normal es que se ahoguen. Por supuesto que, si alguien atraviesa un remolino suave, el nadador experimentado no sufrirá ningún daño. En todo caso los remolinos de aguas revueltas son peligrosos para todos. Ni siquiera a los peces pequeños les gusta mantenerse dentro de tales remolinos. Habría que volver a estudiar los remolinos atmosféricos (generadores de huracanes) y aquellos que se detectan en las aguas embravecidas de los mares, que ponen en graves aprietos a los navegantes.
También hay remolinos históricos, en donde la gente inexperta (que es la mayoría) suele desorientarse y ahogarse. Inclusive aquellos que navegan timoneando sus barcazas en la noche, con propósitos aparentemente desconocidos, tarde o temprano caen en sus propios remolinos y chocan con enormes peñascos inesperados. Es otro fenómeno que hemos detectado en las grandes crisis políticas, y sobre todo en el curso de las guerras improvisadas, en donde los “jefes” quedan atrapados en las propias redes de sus arrogancias y de sus miopías históricas. O en sus propias mentiras enceguecedoras.
El problema mayor es cuando los individuos inocentes y unas colectividades enteras son arrastradas contra sus más íntimos deseos al centro de los remolinos; o de las correntadas de un río desbordado en sus cauces naturales. El arrastre se realiza por la vía de una propaganda desmedida o por el camino de las amenazas sutiles o directas, según se trate de cada caso, incluyendo el trabajo esclavista de diversa índole.
Los ejemplos son múltiples en el acontecer histórico de diez mil años aproximados de experimentos civilizatorios; con ilustraciones abundantes de acciones descomunales en el curso del luminoso y oscuro siglo veinte; con los escenarios principales en Europa, en el norte de África, en el “Oriente Próximo” y en el llamado “Pacífico Sur”. En el caso “microscópico” de Honduras las montoneras del siglo diecinueve y primeras tres décadas del veinte, configuran el ejemplo más inmediato (para nosotros) respecto de la forma en que fueron obligados los campesinos a engrosar las filas mal pagadas de los “rebeldes” de ocasión, con el principal propósito de matarse unos a otros, es decir, campesinos mestizos luchando contra otros campesinos pobres en el contexto de unas revueltas predominantemente sin sentido. Desde luego que esto abría las puertas y ventanas, de la movilidad social hacia arriba, de los dirigentes coyunturales (pardos, blancos y mestizos) de aquellas montoneras infraternas. En este punto sería recomendable la lectura desprejuiciada de por lo menos los siguientes libros: 1) “Política y Estado en la sociedad hondureña del siglo XIX” (2008) de la historiadora Ethel García Buchard. 2) “Elecciones y revoluciones en Honduras” (2022) del politólogo Ernesto Paz Aguilar. Y 3) Todos los textos de Ramón Oquelí relativos al tema, en tanto que este escritor, ya fallecido, era experto en asuntos minuciosos del siglo diecinueve. Un solo caso ilustrativo es su libro detallista “1862”. También son sugeribles los libros cronológicos sobre presidentes de Honduras, por Víctor Cáceres Lara. Sin olvidar los aportes chispeantes de Rafael Heliodoro Valle y las impresiones de horror que causó en la sensibilidad del pensador olanchano Medardo Mejía, aquella revuelta fratricida de 1923, y otros conatos posteriores frustrados. (A propósito de esto nosotros publicamos dos ensayos aproximativos, hace como treinta años, creo que en el periódico “Presencia Universitaria”).
Hemos bajado de lo universal a lo particular. Pero también podemos avanzar desde lo particular hacia lo universal, dentro de una nave terráquea incierta y convulsa, en donde los grandes pescadores lanzan sus atarrayas sobre ríos revueltos; o en las redes sociales, mezclando procesos electorales con la guerra actual que se libra sobre territorio ucraniano, atizando conflictos en otras subregiones del trasmundo. En vez de aplacar los ánimos atizan las fogatas sin medir las consecuencias ulteriores. Es evidente que, para ellos, la suerte de los pueblos concretos significa poco menos que un pepino.
No habíamos terminado de superar el tema de la pandemia paralizadora, cuando se alzó sobre el horizonte la guerra en Ucrania. Los “jefes” regionales y continentales que viven cómodamente, y cuyos nombres por ahora prefiero ignorar, beben licores finos, se recuestan sobre alfombras mullidas y comen cuatro veces al día; pero pasan planificando, día y noche, cómo entrampar a los demás, especialmente a los indefensos.