Por: SERGISFREDO INFANTE
No pretendo conocer las interioridades de las guerras étnicas y religiosas que montaron los ultranacionalistas balcánicos, en el curso de los años noventas del siglo pasado, en la desintegrada Yugoslavia, en donde se orquestó una persecución genocida contra musulmanes, católicos y, al parecer, contra judíos también. En el contexto de esta nueva experiencia histórica sangrienta y con olor a libros quemados, se ha utilizado un concepto que resulta novedoso para mí. Me refiero al concepto de “genocidio cultural” contra bibliotecas, archivos, puentes y edificios históricos de diversos estilos, según las tendencias religiosas de sus constructores, en donde la ciudad de Sarajevo, capital de Bosnia y punto de encuentro de culturas orientales y occidentales, parece haber sido el epicentro desencadenante del más grande conflicto bélico acaecido en la segunda década del siglo veinte, y el objetivo principal de la reciente campaña de destrucción masiva de libros y documentos, causada por las milicias ultrachauvinistas ya mencionadas.
En el curso de los años he publicado, quizás, demasiados artículos y ensayos respecto de la historia de la escritura, los libros, bibliotecas, librerías, libreros y los archivos, y de sus respectivos defensores y destructores. Hay una conferencia de mi autoría, titulada “Razón vital del libro”, que pronuncié en la Facultad de Ciencias Económicas de la UNAH, hace varios años, en una semana del “Idioma y del Libro” y otras festividades. Pero, recientemente me he puesto a hojear, por mera curiosidad, el volumen titulado “Quemar libros: una destrucción deliberada del conocimiento” (2020 y 2021) del exquisito bibliotecario y pensador, creo que británico, Richard Ovenden.
He reiterado siempre que el principal destructor de libros y documentos, en toda la “Historia” de la humanidad, fue el emperador chino Shi Huangti. Sin embargo los nazis se alzaron, el 10 de mayo de 1933, como el ejemplo más siniestro del siglo veinte, cuando Joseph Goebbels, en nombre de una supuesta decadencia y “corrupción moral”, atizó la ignorancia de las juventudes hitlerianas con el propósito de quemar libros de autores “No alemanes” en el centro de Berlín y otras ciudades germánicas. (La verdad es que también se llevaron de encuentro a los mismos escritores alemanes). Por eso, como reflexión histórica, el poeta Heinrich Heine (admirado por Medardo Mejía) anticipó, en 1823, que “Allí donde se queman libros se termina quemando también a las personas.”
Ahora deseo referirme a Sarajevo con amor y dolor, razón por la cual me he detenido en un capítulo especial de Richard Ovenden dedicado a esta ciudad mártir en casi todos los sentidos, pues además de asesinar masivamente, a personas de diferentes etnias y religiones, los genocidas se entregaron a la tarea sistemática de bombardear y quemar la “Biblioteca Nacional y Universitaria de Bosnia-Herzegovina”, por órdenes del presidente Slobodan Milosevic, un tal Radovan Karadzik y el general Stanislav Galié. Tales personajes fueron llevados al Tribunal Penal Internacional de La Haya, acusados de cometer “crímenes contra la humanidad” y “genocidio cultural”.
El propósito principal de los genocidas serbios era borrar del mapa la memoria histórica de los libros escritos en lengua arábiga y los textos cristiano-católicos, al extremo que a los bibliotecarios de distintas etnias (incluyendo serbios de buena voluntad, croatas, judíos y musulmanes) que trataban de salvaguardar las colecciones de libros y documentos, los francotiradores les disparaban día y noche y a veces los mataban. En total se destruyeron, según Ovenden, cuatrocientos ochenta mil metros “de archivos y manuscritos de colecciones institucionales en toda Bosnia, y en torno a dos millones de libros impresos”. La Hagadá de los judíos, manuscrito del siglo catorce de nuestra era, se salvó de puro milagro porque estaba en el suelo y los salteadores la ignoraron. También se había salvado, previamente, de la persecución nazi. Tal documento es ahora protegido por la UNESCO.
Los hechos relatados ocurrieron durante 1992, en Sarajevo y alrededores, hace aproximadamente treinta años, a lo interno de una de las culturas más ricas del continente europeo. Aquí salta de nuevo una vieja pregunta: ¿Cómo fue posible que en una sociedad civilizada se escenificaran los hechos atroces que relata Richard Ovenden? Es casi la misma pregunta que se ha formulado en torno a la sociedad alemana de los tiempos terroríficos de Adolf Hitler y sus secuaces. Las respuestas hipotéticas pueden ser varias y lo seguirán siendo. En el caso de Bosnia y demás naciones balcánicas, incidió el fallecimiento del mariscal Joseph Broz Tito, quien en vida ejerció un liderazgo moderado y genuino que neutralizaba las tensiones internas explosivas.
Lo único positivo de todo esto es que se ha reconstruido la Biblioteca Nacional en Sarajevo, con el auxilio de instituciones internacionales y bibliófilos privados. Y que ahora pueden ser enjuiciados los destructores deliberados de la memoria histórica.