Por: SEGISFREDO INFANTE

            Podría parecer una trivialidad del lenguaje. Pero se trata de algo vital que los seres humanos en general, y los hombres pensantes en particular, han buscado a lo largo y ancho de la “Historia”, a fin  de redituar sus quehaceres y resultados en favor de sus familias o en favor de la sociedad a la cual pertenecen. Ni las guerras, ni las grandes aventuras exploratorias ni tampoco las revoluciones sociales, han logrado aplacar la sed de sosiego interior y exterior del ser humano más o menos racional.

            Comprendo que la palabra sosiego es sinónimo de calma, paz y placidez, y que por regla general el sosiego reaparece después de vario tiempo de agitación y fatiga, en tanto que “después de la tormenta viene la calma”, según una expresión popular. Sin embargo, me parece que el término, a estas alturas de la experiencia histórica, puede convertirse en un principio categorial, en ausencia del cual podría ser casi imposible explicar la dinámica de los hombres y mujeres pensantes que buscan un sentido más o menos firme y digno de coexistencia humana, en medio del terrible trajinar de los acontecimientos.

            Un examen detenido de los sucesos más llamativos y candentes del siglo veinte (el cual todavía es familiar para nuestras generaciones), podría ilustrar el sinsentido de algunos proyectos cargados de hostilidades bélicas y de experimentos sociales que desencadenaron algunas de las más grandes hambrunas de todos los tiempos. Tales hambrunas fueron el resultado de ciertos lineamientos equivocados en materia de manejos económicos que en la práctica cotidiana se alejaron de los intereses inmediatos y de largo plazo de millones de personas que fueron sacrificadas bajo el flagelo del hambre, de los discursos bonitos, de la atrocidad y del desempleo. En algunos casos las hambrunas fueron condimentadas con desastres naturales inesperados. O con pésimas cosechas de alimentos básicos. Cualquier historiador desprejuiciado se puede mover de un lugar a otro del planeta y comprobar estas afirmaciones. O simplemente quedarse en su país natal con la posibilidad de tal vez encontrar los libros y documentos apropiados. Que conste, aquellos dirigentes provocadores de tales calamidades descomunales, encontraron teóricos defensores de las mismas.

            Respecto de las guerras “justas e injustas” de cualquier época, hay mucha maraña que algún día tendremos que desenmarañar. Hablo en plural porque me refiero a los investigadores imparciales del futuro. El caso es que aun en medio de las guerras más feroces, desde los remolinos caóticos emergen personas interesadas en sacrificarse por los demás y de encontrarle algún sentido a la existencia, por muy fugaz que ésta sea. En varios de nuestros artículos hemos mencionado los actos de sobrevivencia (en los campos de trabajos forzados y de exterminio nazi) de individuos como el neurólogo, psiquiatra y filósofo austriaco Viktor Frankl, inventor de la logoterapia, quien se puso como proyecto sobrevivir cada día buscando encontrar algún detalle hermoso incluso en la pesadilla que tenía que soportar frente al asedio permanente de los nazis. Otro ejemplo extraordinario es el de Irena Sendler, una católica polaca que salvó la vida de dos mil quinientos niños judíos del “Gueto de Varsovia”, a pesar de la persecución y de la tortura que practicaron los nazis sobre su frágil humanidad. Como no quiero sacarme nada de la manga de la camisa, sugiero la lectura del libro “Los Niños de Irena” (edición 2017), de Tilar J. Mazzeo.

            Para alcanzar cierto nivel económico bonancible en cualquier sociedad, y en cualquier ámbito ideológico, es indispensable el sosiego y el equilibrio sostenido que se enlaza con la estabilidad y la templanza. Ningún cañonazo ofensivo y ninguna pancarta de coyuntura lograrán crear ningún bienestar colectivo. Eso está probado históricamente, sobre todo en el siglo veinte y comienzos del veintiuno. Los “cañonazos de papel” sólo favorecen, tal vez, a los dueños de los “cañones” en el corto plazo. Lo mismo que las pancartas coyunturales sólo favorecen a los que se ocultan detrás de los telones.

            He aquí entonces que la idea de la “Razón” razonable como probable motor de la “Historia” adquiere un nuevo sentido, si se piensa detenidamente en los resultados reales y en la indispensable coexistencia humana, bajo las instituciones justas de un Estado justo, que hace que el espíritu de la justicia sea más importante que la ley escrita. La “Razón” razonable permite que los “contrarios antagónicos” se concilien, a partir de las profundas reflexiones filosóficas de Guillermo Hegel.

Por supuesto que para filosofar sobriamente se necesita de un amplio margen de sosiego espiritual: individual y colectivo. Platón y Aristóteles fueron quizás los primeros en comprender que es harto difícil razonar en la plaza pública, después de la experiencia trágica de Sócrates. El caos engendra caos, y luego hay que esperar bastante tiempo para que reaparezca la luz esplendente del pensamiento. Durante el siglo próximo pasado otro filósofo en comprender la necesidad estratégica del sosiego y del distanciamiento fue Xavier Zubiri, quien conoció de cerca los estragos de la guerra civil española.

Tegucigalpa, MDC, 20 de octubre del año 2019. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, MDC, el jueves 24 de octubre de 2019, Pág. Cinco). (Nota: Varios de estos artículos se están reproduciendo, además, en el periódico digital “En Alta Voz”, de Honduras).

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