Por Rafael Delgado Elvir
Economista. Catedrático universitario
¡Suelten a los gorilas! parece ser el grito que algunos ya están considerando necesario con el objetivo de cerrar este capítulo de la historia política del país. Es en definitiva la solución violenta que abriría completamente las puertas para que la cúpula militar asuma el poder, genere pánico desarticulando cualquier oposición, imponga el terror y el orden. Pero contrario a lo que algunos observadores del acontecer nacional sugieren, es no es el camino de los sectores de oposición y de la mayoría de la ciudadanía. Más parece ser la última jugada de los que, ya cuando no haya nada más que hacer para aferrarse al poder, desearán por la vía de la fuerza imponer un falso cambio sin que ocurra nada nuevo. Y es que realmente, ¿quién podría esperar una salida democrática y un nuevo capítulo esperanzador para el país con un golpe de Estado, agravado esto por el hecho que sería orquestado por la misma cúpula militar, que ha sido cómplice de toda la farsa de este gobierno?
La gran mayoría de la oposición política entiende que el país necesita corregir radicalmente su rumbo. Esto implica cortar radicalmente con el status quo y emprender las reformas que por tanto tiempo se han venido exigiendo. La lista es larga y se ha venido discutiendo sobre ella desde hace aproximadamente diez años. Pero al final se trata de un conjunto de reformas políticas y económicas que vendrían a iniciar el fin del despilfarro y la corrupción. Son reformas que darían como resultado procesos de elección de autoridades confiables sin la sospecha del fraude como lo han sido las últimas elecciones en el país; cambios que posibilitarían una gestión transparente y efectiva de los recursos públicos sin los terribles desfalcos y abusos graves en el uso del poder a que nos quiere acostumbrar JOH y su círculo; reformas que producirían una mejora sustancial en el funcionamiento de los organismos de justicia del país que al día de hoy son solamente instrumentos del poder nacionalista; pasos hacia adelante que harían del Congreso Nacional un poder más cercano al ciudadano que los eligió. Todos estos cambios y anhelos han surgido de una amplia base de organizaciones, instituciones y gremios que los han hecho suyos y por los que están listos a seguir dando su lucha. Sería un retroceso de décadas desconocer ese potencial existente en nuestro país de cambio auténtico.
También es de conocimiento general que si se desea algo nuevo, se debe lograr por vías y métodos novedosos donde la transparencia y la participación de la ciudadanía sea la base. Los acuerdos a puertas cerradas de los viejos actores de la política tradicional, sorprendentemente rápidos de alcanzar y atractivos para los operantes del sistema, donde simplemente se reparten puestos y recursos, solamente dan resultados odiosos que a pocos convencen y a todos enfrentan. En términos reales no han representado ningún avance en la democratización del país y se han agotado en satisfacer el hambre de diferentes sectores políticos por cuotas de poder. Por ello existen muchos argumentos a favor de una solución a la actual crisis con la participación efectiva de los sectores más representativos del país, con los sectores más identificados con el cambio y sin ningún vínculo con este presente aterrador.
La cúpula militar está muy a gusto con el poder que se le ha concedido, con todas las nuevas tareas en el marco del proyecto de seguridad nacional, con los abundantes recursos a su disposición. Por ello esos que ocupan posiciones de liderazgo en la institución perdieron hace mucho tiempo la noción de un organismo profesional al servicio de los intereses del país y negociaron lealtad a cambio de jugosas prebendas del poder político. Nuevamente se han hundido en el descrédito y se han llevado consigo a la institución lo que obliga una vez más a pensar en si en el futuro cercano son realmente necesarias.