Elisa M. Pineda

Siempre es motivo de orgullo conocer historias de hondureños que triunfan más allá de nuestras fronteras. Hombres y mujeres que luchan en ambientes muy competitivos, logrando destacar por su calidad profesional y los resultados de su trabajo. La chocolatier Maribelle Liebermann, el científico Salvador Moncada, entre los más renombrados; José Antonio García, en el ámbito de la innovación tecnológica, un caso más reciente.

Sin lugar a dudas, son inspiradores y merecen nuestro reconocimiento. Miles de hondureños en el exterior trabajan arduamente para alcanzar sus sueños, enfrentando dificultades y aprendiendo a sortear obstáculos de todo tipo. Pero también hay historias de éxito aquí adentro, donde los retos son enormes. Aquí, donde la mayor parte de la población se encuentra en situación de pobreza; donde la calidad educativa sigue siendo un anhelo, donde el acceso a los servicios de salud es escaso.

En esta tierra, en la que la niñez pelea por conservar su inocencia y sus derechos; donde la equidad de género es una quimera, donde los programas sociales se niegan a dejar su estilo asistencialista. Aquí también es difícil triunfar. En estos más de 112 mil kilómetros cuadrados, en los que la población vive a ritmo de reguetón y rancheras; donde la sociedad cómplice enseña a la juventud que rendir honores a la patria equivale a disfrazarse cada 15 de septiembre para marchar al ritmo de la canción de moda.

¡Aplausos a quienes hacen más pasitos extraños a ritmo del tambor! Que vivan las bandas ‘marciales’. Parece que no hemos entendido el concepto. Despacito, vamos perdiendo nuestra identidad, reemplazándola por una cultura farandulera. Si, aquí también cuesta triunfar. No me refiero a la fama efímera de las chicas de moda, de la última nota viral, compartida por una población ansiosa por reírse de todo, para aliviar el estrés y no enterarse de los temas que involucran algún tipo de análisis.

Aquí, donde cada vez más sustituimos palabras en nuestro idioma por sus versiones en inglés, porque es cool. Donde la gente se despide de sus familiares cada mañana, con muchas dudas sobre su regreso seguro. En esta tierra, a pesar de tener mucho en contra, hay personas que triunfan. Están entre nosotros, esforzándose por hacer la diferencia, por no caer en el abismo de la mediocridad absoluta; por hacer su labor con pasión, entrega y excelencia. De vez en cuando alguna historia emerge y nos devuelve la esperanza en que estos casos se multipliquen.

En algunas ocasiones es desde afuera que viene el reconocimiento a esos héroes silenciosos, que hacen de este un mejor país. Aún quedan aquellos que no se conforman con el conocimiento impartido en las aulas, sino que leen para crecer, los que no solamente conocen para enriquecer su acervo, sino que comparten aquello que saben, para ayudar a otros a ser mejores.

Hay jóvenes que saben divertirse, pero también reconocen que hay un momento para todo en la vida; que inspiran a otros con su ejemplo y sus acciones de voluntariado, que dan lo mejor de sí cada día, demostrando que los estereotipos negativos de la generación millennials, son solamente una excusa para quienes se arropan en la mediocridad.

También hay adultos que entienden que la definición de triunfar no es necesariamente ‘tener más dinero’, sino lograr la realización en lo que hacemos, tomando en cuenta el impacto que tiene en los demás. Adultos que transmiten a las nuevas generaciones que es indispensable estudiar siempre –de manera formal e informal- no para ser alguien, porque el ser humano ya lo es por su propia condición, sino porque el estudio nos convierte en personas más provechosas.

Hay gente que también triunfa aquí, conozco muchos. Sería muy bueno compartir sus historias y reconocer su valioso legado de la misma manera en que admiramos a nuestros compatriotas que destacan en el extranjero. Sí, triunfar aquí es difícil, pero no imposible. Tenemos que abrir bien los ojos, están en todas partes. Le invito a reconocer a los triunfadores a su alrededor

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