Y a Jesús le dijo: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.»

Lucas 23:42

Es bien conocida la forma antojadiza en que funciona la historia, a algunos los lanza al estrellato casi al instante de su deceso y a otros los deja en el olvido hasta que alguien se digna en desempolvar su recuerdo. No siempre es cierta la máxima de que la historia la escriben los vencedores, tengo el caso de por lo menos uno, que, aun venciendo, ha pasado sin pena ni gloria.

Este hombre muy pocas veces ha sido seleccionado por los grandes predicadores, al parecer por su condición, solo ha servido para dedicar una o dos expresiones entre las partes de un mensaje (ni siquiera merece un punto principal de algún prestigioso bosquejo), siempre es complemento, en contadas ocasiones sus palabras han encabezado algún sermón.

Por ahí están los superhéroes como Moisés, Elías, Nehemías o Job. Están en las grandes ligas y de ellos se predica, se dan clases en la escuela dominical y se escriben libros. Su genealogía se analiza con cuidado y las Biblias de estudio hacen tablas con reseñas biográficas. Nunca aparecen notas al pie de página o referencias cruzadas de este héroe olvidado.

Era compañero de camino de Jabes, pero hace un tiempo Bruce Wilkinson se esforzó y catapultó al segundo a la lista de Bestsellers dejando al primero en su misma condición. ¡Que injusticia! Jabes, que antes no aparecía ni en las concordancias hoy vende millones mientras que este pobre hombre sigue esperando los sermones de Semana Santa a ver si por lo menos entre líneas es mencionado.

Hoy leí su corta historia y me impactó. Sus palabras fueron pocas, pero estuvieron cargadas de los elementos necesarios para ser ejemplo a seguir de muchas generaciones. Es cierto, la muerte de Cristo tiene el poder de eclipsar cualquier otro acontecimiento sucedido entre esas horas, pero escuchemos las palabras de este hombre, en ellas hay extraordinaria sabiduría. Gracias a Dios por Lucas, que documentó estas cortas expresiones, todos los demás evangelistas las dejaron fuera.

Mientras Jesús caminó en esta tierra concedió muchos favores, desde salud hasta alimentación, pero ningún hombre recibió algo tan grande e instantáneo como el ladrón de la cruz, esta fue su corta aparición en el Nuevo Testamento:

“Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.” (Lucas 23:39-43)

Una de las cosas que más admiró de este valiente ladrón es que supo lanzarse por lo más grande desde la posición más baja. Desde una cruz, colgado por sus pecados, no hay mucho espacio para la negociación. No hay forma de decir expresiones como: Si me perdonas seré un buen hombre. Tampoco hay tiempo para deslumbrar a Dios mostrando un genuino arrepentimiento, mismo que abra su compasivo corazón y nos garantice la entrada al cielo.

Este hombre no ofreció nada a cambio, no prometió hacer ningún tipo de concesiones, fue simple y sencillamente una petición de gracia. Hay que ser muy valiente para lanzarse por el premio mayor sin haber comprado un boleto de la lotería.

Su otro compañero de aflicciones esperaba todavía más demostraciones de poder o grandeza, éste anhelaba un pase de gracia. En ningún momento quiso colarse como justo para tocar el corazón de Jesús, es más, él mismo se confesó culpable y hasta merecedor de su castigo, pero no dejó que su condición lo limite. Muchas personas dejan que sus debilidades, temores o condiciones le impidan lograr grandes cosas, hay que mirar la cruz levantada al lado de Jesús para ver como con poco esfuerzo un “don nadie” puede colarse en este reino.

No perdió tiempo solicitando caprichos o trivialidades. La muerte de cruz era muerte dolorosa, agonizar en un madero con manos y pies traspasados podía tomar varios días. Quizás hubiera pedido morir temprano, clavos más cortos o misericordia para con sus piernas, que luego serían quebradas. ¡Tampoco pidió el perdón de sus pecados! No corrió una lágrima por sus ojos. Pidió lo más grande y centró su petición en el carácter de Cristo, no en el suyo.

Desde hoy este hombre debe ser incluido en la historia, espero ver sus láminas en las clases bíblica, debemos mantener su recuerdo presente. Para llegar a las grandes ligas de Dios no es necesario llegar a la primera base en seis segundos o lanzar la pelota a 100 Km. por hora, solo hay que pedir de su gracia o estar en el lugar correcto en el momento indicado, no importa que el lugar sea una cruz o el lecho de muerte.

¡Hermano ladrón de la cruz, nos vemos en el cielo!

Dios les bendiga

Denis A. Urbina Romero
Licenciado en Ministerio Pastoral
Email: daurbinar@gmail.com

 

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