Por: SEGISFREDO INFANTE

            El temor de los padres de familia respecto a que sus hijos retornen a las aulas con clases presenciales, se ha originado, principalmente, en que ellos saben que por las calles, autobuses, taxis, oficinas, fiestas familiares, centros comerciales, hospitales y mercados, deambulan centenas de miles de personas que han rechazado la vacuna contra el coronavirus. La propaganda contra tal vacuna circuló por casi todas las redes sociales del planeta, orquestada por individuos de las más opuestas tendencias ideológicas. E incluso por segmentos religiosos fanatizados. En los Estados Unidos de Norte América y en algunos países de Europa, se orquestó la mencionada campaña. Muchísimas personas (incluyendo un primo hermano muy querido) fallecieron como víctimas de la desinformación, por haberse negado a la inyección de la vacuna. Otros cayeron gravemente enfermos, y por milagro de Dios y de la medicina se salvaron.

            Los principales portadores del coronavirus, han sido los individuos asintomáticos, que llegan a las casas y a las oficinas a abrazar y a besar a sus parientes y amigos sin ninguna precaución, en tanto que ellos y ellas no presentan ningún síntoma, pero que despachan al cementerio, con escaso remordimiento, a sus allegados. La campaña antivacunas en Honduras ha surtido sus efectos negativos. Se dice que un millón de personas quedaron sin vacunarse. Esto significa que uno de cada nueve o diez hondureños, podría ser portador del virus o contagiarse con mayor facilidad.

Debemos aclarar las cosas. Las personas vacunadas con una, dos o tres dosis, pueden contagiarse de cualquier variable del coronavirus. O de la misma “Influenza”, de la cual poco se habla. Pero la posibilidad de sobrevivir es mayor en los vacunados que en aquellos que han rechazado la vacuna. Esto significa, entre otras cosas, que todavía falta por inventarse o descubrirse la vacuna definitiva. Esperamos que nuestra paisana María Elena Botazzi Suárez (sobrina-nieta de Clementina Suárez) encuentre el mejor camino en dirección a inmunizar a las poblaciones de los países más pobres.

Hace unas tres semanas, en la calle peatonal de Tegucigalpa, me encontré con un amigo sin mascarilla. Me dijo que “en Europa ya nadie usa mascarilla”, y que en Honduras debiéramos imitar a los europeos. Se me ocurrió contestarle que en el viejo continente absolutamente todos están vacunados, con tres dosis como mínimo, y con una cuarta dosis para los adultos mayores. Y que Shanghái (en China continental), una de las ciudades más populosas del mundo, se encontraba paralizada con una subespecie de estado de sitio, por causa de un nuevo brote de coronavirus, amén de las protestas de la gente. Es más, incluso en Europa subsiste la probabilidad de nuevos contagios.

Lo anterior, en países como Honduras, se deriva de carecer de opinión propia respecto de muchas circunstancias. En España un pariente mío se negaba a aplicarse la segunda dosis, al grado que deseaba retornar a “Catrachilandia”. Él pensaba que con la segunda dosis moriría. Era víctima de la feroz campaña antivacunas que circulaba por todo el globo. Le dije que las cosas eran más graves en Honduras, y que lo único que necesitaba, allá en España, era vacunarse nuevamente para que lo dejaran trabajar en venta de servicios. Tal vez en nuestro país debiera convertirse en un requisito el hecho de vacunarse para poder trabajar en cualquier parte. Lo mismo que para asistir a clases, ya se trate de los profesores, de los administrativos o de los estudiantes. Pues ya sabemos que los asintomáticos son los principales portadores de estas desgracias.

Honduras, hace menos de un par de décadas, fue un país líder en América Latina y en el “Tercer Mundo”, en vacunas y en materia de erradicación de enfermedades tropicales. Es difícil explicar por qué se ha perdido ese liderazgo internacional. También es harto difícil explicar por qué se vencieron las vacunas “AstraZeneca” en el Instituto Hondureño de Seguridad Social, habiendo un millón de catrachos sin vacunarse. Me imagino (es una mera hipótesis) que dado el extremo formalismo hondureño, los administradores del “Seguro” tuvieron miedo de obsequiarles a otras instituciones y personas tales remedios, habida cuenta de las auditorías y los reparos futuros. Como diría V.I. Lenin en algún momento, para ciertas personas es preferible “que se haga justicia aunque luego perezca todo el mundo”, como una crítica contra los extremistas de derecha y contra los “izquierdistas” de su propio partido bolchevique. (Es oportuno añadir que Vladimir Ilich Lenin y León Trotsky han sido leídos, con ojo crítico imparcial, por personajes británicos como Winston Churchill, John Le Carré y Stella Remington).

Una de las metas realistas del presente año, debiera ser que todos los hondureños estemos vacunados, sin excepción alguna. Entonces podremos salir a las calles sin esas mascarillas asfixiantes que hacen perder el sentido de orientación y de libertad.

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