Por: SEGISFREDO INFANTE

            Comprendo que el término “capitalismo” incomode todavía a ciertas personas de cualquier parte del globo. Nunca olvido que en una teleconferencia realizada entre nosotros y el sociólogo y economista Hernando de Soto, algunos asistentes murmuraron que estábamos desfasados al utilizar la palabra “capitalismo”, porque en Honduras somos expertos en convertirnos de la noche a la mañana en cajas de resonancia de las modas, sin poseer conocimientos sólidos sobre los temas que se pretenden abordar. Recuerdo además que tal teleconferencia se realizó en las instalaciones de la Embajada de Estados Unidos en Tegucigalpa, y que el punto central de la discusión era el libro “El Misterio del Capital” del  señor Soto. Desde entonces han transcurrido casi veinte años y el capital y su capitalismo  han experimentado y exhibido muchas fases y facetas: positivas, negativas y ambiguas, incluyendo la turbulenta crisis financiera mundial de 2007-2008, y los síndromes recesivos como consecuencia de la misma, con el añadido reciente de una “guerra” internacional de aranceles, en proceso de negociaciones y reacomodos comerciales.

            Sin embargo, a lo que deseo referirme ahora mismo es a un fenómeno gigantesco relacionado con una de las tantas submodalidades del capitalismo, con características de ferocidad descomunal. Pero que casi nunca aparece en las agendas internacionales de economía pura y de economía política. Me refiero al capitalismo agrícola y ganadero de “praderización” descontrolada en las proximidades del río Amazonas, tanto en Brasil como en Bolivia, mediante la destrucción sistemática de los mejores bosques de selva y de jungla por dos vías: 1) El negocio semi-clandestino de la madera preciosa. 2) Los incendios gigantescos provocados para extender el submodelo de un capitalismo agropecuario extensivo, es decir anti-científico, cuyas variables ponen en grave peligro la destrucción hidrográfica de la Amazonía y el pulmón principal de oxigenación para la humanidad.

No deseo, en este punto, que me vengan con el cuento que la agricultura actual nada tiene que ver con las derivaciones de los macromodelos capitalista y socialista, pues con sólo imaginar la maquinaria pesada con la cual someten a los bosques y los ríos, para luego vender mercancías tercermundistas a algunos países comercialmente desarrollados, incluyendo a ciertos Estados asiáticos localizados más allá de los umbrales emergentes, entonces podemos concluir preliminarmente que estamos hablando de enclaves capitalistas descomunales, al margen de las banderas ideológicas de cualquier signo, que se levanten o pretendan levantar para obnubilar los ojos de las multitudes ingenuas.  

Es increíble que mientras pasamos enajenados con los celulares y con otras tecnologías de punta, reales o ficticias, que podrían existir en el futuro, hemos abandonado el presente del planeta y por consiguiente de la humanidad. Los incendios desaforados en la inmensa cuenca hidrográfica del Amazonas, son el ejemplo incontrovertible respecto de nuestra ceguera estratégica en relación con los intereses vitales de todos los hombres, mujeres y niños que pueblan la precaria circunferencia planetaria, bajo una delgadísima atmósfera que apenas permite la sobrevivencia de casi todas las especies. Y al margen de las cosas interesantes o de las vaguedades que se hayan externado en la penúltima cumbre del “Grupo de los Siete” (G-7), el asunto es demasiado grave y suele excluirse de las agendas internacionales consuetudinarias.

Veamos el problema desde el microcontexto hondureño: En la década del ochenta la prioridad occidental era “la doctrina de la seguridad nacional”. Luego, en los noventas se impuso la agenda de las “reformas estructurales de la economía”. Después vino el grave problema del “terrorismo internacional”. En fechas más recientes el tema transcontinental del narcotráfico. Y ahora mismo la “corrupción”, que yo he bautizado como neocorrupción nacional e internacional, muy pegada al fenómeno del desmantelamiento neoliberal de las estructuras básicas del Estado, y de la aparición del neopopulismo vociferante.

La pregunta central que se deriva de todo lo anterior es cuándo el problema de la destrucción indiscriminada de los bosques, y las reforestaciones sistemáticas, habrán de convertirse en el punto central de las agendas mundiales y nacionales, es decir, de los países más poderosos del planeta, incluyendo al adormecido Brasil y al fragilísimo Honduras. No quiero con esto apoyar a los seudoambientalistas que se oponen a cualquier iniciativa de desarrollo, como la construcción de embalses de agua dulce, de lo cual dependerá el futuro de los hondureños y de la humanidad entera. Tampoco me opongo al manejo científico de bosques. Sin embargo, a mi juicio, los destructores despiadados de los bosques oxigenantes son más peligrosos que los terroristas, que los corruptos y que los narcotraficantes, en tanto que ponen en peligro a la totalidad de la especie del “Homo Sapiens”, y de otras especies. Un solo ejemplo de esto es que la capital de Honduras, en  las semanas anteriores, ha parecido encontrarse en el borde abismal de una sequía total.

Tegucigalpa, MDC, 01 de septiembre del año 2019. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el jueves 05 de septiembre de 2019, Pág. Cinco).

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