Doctor HORACIO ULISES BARRIOS SOLANO, Premio Nacional de Ciencia “JOSÉ CECILIO DEL VALLE”

Como coterráneo vindico la memoria ultrajada del sabio José Cecilio del Valle: El doctor Ramón López Jiménez de nacionalidad salvadoreña en un libro dizque biografía del Sabio y textualmente dice en el prólogo: “Enjuiciaremos detalladamente su actitud como anexionista, su aceptación a la diputación en el Congreso de México; su igual aceptación del cargo de Ministro de Relaciones Exteriores del tristemente pasajero imperio de Iturbide y otros actos políticos de su vida, muchos por cierto, que lo evidencian como el mayor político que ha tenido Centro América, como el Fouché centroamericano” (San Salvador, mayo de 1963).

En el mismo libro el doctor López Jiménez dejó escrito por su parte, uno de los más insignes biógrafos de Valle, el escritor hondureño doctor Ramón Rosa, dice: “El arzobispo Casaus, presentando a Valle como modelo de lealtad española, afea la figura de aquel centroamericano…”

Ahora bien José Cecilio del Valle propugnó por los derechos humanos derivados del Derecho Natural cuyo fundamento primordial en la concepción del ser humano que contempla la religión católica y, en segundo lugar, en la corriente liberal, cuya concepción de los Derechos Humanos quedó plasmada en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 y con el agregado de que Valle es uno de los primeros escritores hispanoamericanos que se apoya en los derechos humanos para defender la Independencia de América.

La vocación latinoamericanista es manifiesta, redactor del Acta de Independencia de Centroamérica en 1821, José Cecilio del Valle (Honduras, 1777-1834) es uno de los representantes más cabales de la generación de americanos de principios del siglo XIX. En 1822 propugna, con una propuesta muy concreta y realista, la Confederación de los Países de América Latina desde su periódico El Amigo de la Patria, independientemente de Bolívar, cuyos propósitos al respecto no eran entonces conocidos por él. Esta antología del pensamiento de José Cecilio del Valle recoge lo fundamental de su obra, agrupada temáticamente en nueve capítulos: 1) El Estadista, 2) El Educador, 3) El Jurista, 4) El Científico, 5) El Americanista, 6) El Periodista, 7) El Economista, 8)El Legislador y 9) El Historiador, enumeración que demuestra por sí misma la diversa y pujante inquietud de este destacado americano.

Mis dilectos ciberlectores rescato textualmente este segmento de la Introducción y notas de Juan Valladares de la Oficina de Relaciones Públicas de la Presidencia de la República de las trece cartas familiares que se terminaron de imprimir el 12 de enero de 1972 en los Talleres Tipo-Litográficos Nacionales “Ariston” (Donde siendo yo un mozalbete trabajé en la década de los 50 para costearme mis estudios el famoso Instituto de Comercio “Héctor Pineda Ugarte” (HPU)  cuyos “corresponsales son invariablemente tres personas en conjunto: su esposa doña María Josefa Valero y sus hermanas Francisca y Manuela Díaz del Valle, a quienes él las llama sus amadas Pepa, Chica y Nela”

De igual forma de la Introducción de las trece cartas familiares transcribo literalmente lo siguiente: “Fue electo diputado al Congreso Mejicano por las provincias de Tegucigalpa y Chiquimula…Era Vice-Presidente del Congreso cuando en tarde del 27 de agosto (de 1882) fue llevado preso al convento de La Merced, de donde fue trasladado al de Santo Domingo dos días después. Allí permaneció tratado con toda consideración, preso bajo su palabra de honor…”

Sirviéndome como documento fuente las cartas familiares en referencia derivadas de ellas podemos agrupar ciertos rasgos del Sabio Valle en su vida privada:

“Se levantaba a las siete de la mañana, hacía algún ejercicio, dormía la siesta, regularmente se acostaba a las diez y media de la noche, pero siendo Ministro de Iturbide hubo vez que en despacho hasta la hora de maitenes. Amante de la buena música y de la buena mesa, elementos indispensables para solaz del espíritu y para la sustentación del cuerpo, durante su estancia en Méjico, aún en su prisión del convento de los dominicos, siempre tuvo a su servicio a un negro de Guatemala que le cocinaba. Fumaba gruesos cigarros; gustaba del rico y aromático soconusco y, a la hora propicia de las comidas, no hacía ascos al buen vino. No tratándose de libros era parco en gastar…”No hacía una visita por separarse de sus quehaceres…pero recibía todas las visitas que se le hacían; y sus amigos íntimos se reunían en la noche en su casa, en donde lo oían con placer.   Orador de dialéctica convincente, su vos era clara. Escribía de día y leía de noche. Decía que su paraíso estaba en su biblioteca, rica y escogida, que él tenía por la más grande de Centro América, “atestada de libros no sólo a lo largo de las paredes, sino también amontonadas en el piso, que con dificultad se abría paso a su escritorio, profusamente cubierto de manuscritos y papeles impresos…rodeado de pruebas de imprenta, hacinamiento de manuscritos, libros en folio, en cuarto y en octavo, abiertos o señalados con tiras de papel anotadas, esparcidos en profusión sobre la mesa”. Escribía muchas cartas, dejando de todas ellas borradores de su puño y letra. Por lo menos en diciembre se trasladaba todos los años a su hacienda La Concepción; ahí pasaba la época más fría del año, regresando en el mes marzo, y cuando no hacía este viaje saludable sufría de cólicos nefríticos”

A Valle lo podemos considerar liberal en el sentido amplio de la palabra, teórico de la ruptura del vínculo político contra cualquier tentativa centralizadora y en la adopción de ideas, imaginarios, valores y prácticas del ideario liberal (Inventando La Nación Antonio Annino, François-Xaxier Guerra páginas 37-48) reflejando el paso del apoyo al proyecto centralista, unificador, globalizante, al proyecto Federativo y toda la elaboración de un ideario que pretende que las aspiraciones del sector que representa, se conviertan en la Nación única posible y que así lo asuma el imaginario colectivo. Valle utiliza su introspección pues comparte con los liberales las ideas francesas y aunque no reniega de la España tradicional, sí la crítica; pero no aprovecha, como los defensores del Antiguo Régimen, el ataque a los franceses para evitar reformas.

Su amistad personal con Bentham le sirvió de enlace con pensadores políticos como Rivadavia, Presidente del gobierno de Buenos Aires en 1827; con periodistas como Miranda, hijo, de Colombia, su conocimiento de las ideas ilustradas y de la Revolución Francesa, sus constantes referencias a Rousseau, Montesquieu, Humboldt y sus conocimientos lingüísticos dieron gran solidez a su trabajo intelectual; además leyó a  Pascal, Buffon, Condorcet, los cronistas de Indias (Acosta), Torquemada, Ulloa; economistas como Adam Smith, Say, Filangieri, Genovesi, Storch y Flores Estrada.

Valle aprendió idiomas como el inglés, francés e italiano, y pudo leer a los científicos en su propia lengua, fue uno de los primeros escritores hispanoamericanos que tuvo la visión del Panamericanismo y de la aplicación de los Derechos Humanos Universales como fundamento de las garantías individuales y sociales de los pueblos americanos.

La opinión de algunos historiadores es que José Cecilio del Valle fue uno de los padres del Panamericanismo, junto a Francisco Miranda y Simón Bolívar. Valle fue el primero, en diseñar un plan específico de cómo llevar a cabo, la unidad de la América Latina, fundado en la igualdad de los estados, la justicia, la paz internacional y la solidaridad entre los pueblos. Simón Bolívar por otro lado, fue el primero en poner en práctica esta idea.

Y no perdamos de vista que también fue uno de los pensadores políticos Centroamericanos del primer tercio siglo del XIX fue José Cecilio del Valle quien plantea la dificultad o indeterminación de los límites espaciales de su obra, pues su trayectoria personal lo llevó a ser actor protagónico  de acontecimientos muy importantes para el futuro americano y Centroamericano, a entrar en contacto con otros países, con otras realidades políticas en las que desempeña un papel de gran relevancia y a beber en las fuentes de sus paisanos más ilustres y de otros personalidades históricas de la Independencia del dominio colonial español.

Pérez Cadalso comenta: “Los criollos fueron los verdaderos autores de la independencia. Criollos eran Bolívar, San Martín, Valle, Iturbide y casi todos los directores de la revolución manumisora. Su sangre hispana era el pasaporte para ilustrarse en universidades tanto europeas como americanas, habiendo ganado la mayor parte de ellos una sólida cultura humanística” (Pérez, 1969: 18-19). Sin embargo, “José Cecilio del Valle no figura entre los patriotas que promovieron movimientos sediciosos, porque él era hombre de estudio y no demagogo, y porque como sujeto de reflexión, conocedor de las leyes que regulara las transformaciones de la sociedad, comprendía que dichos movimientos estaban condenados a abortar por la ausencia de lógica en los planes y la falta de preparación intelectual de sus autores” (Pérez, 1969: 24).

Ahora la pluma de su biógrafo  Stefan Zweig relata lo siguiente: José Fouché fue uno de los hombres más poderosos de su época y uno de los más extraordinarios de todos los tiempos. Sin embargo, ni gozó de simpatías entre sus contemporáneos ni se le ha hecho justicia en la posteridad.

A Napoleón en Santa Elena, a Robespierre entre los jacobinos, a Carnot, Barras y Talleyrand en sus respectivas Memorias y a todos los historiadores franceses -realistas, republicanos o bonapartistas-, la pluma les rezuma hiel cuando escriben su nombre.

Traidor de nacimiento, miserable, intrigante, de naturaleza escurridiza de reptil, tránsfuga profesional, alma baja de esbirro, abyecto, amoral… No se le escatiman las injurias. Y ni Lamartime, ni Michelet, ni Luis Blanc intentan seriamente estudiar su carácter, o, por mejor decir, su admirable y persistente falta de carácter. Por primera vez aparece su figura, con sus verdaderas proporciones, en la biografía monumental de Luis Madelins, al que este estudio, lo mismo que todos los anteriores, tiene que agradecerle la mayor parte de su información. Por lo demás, la Historia arrinconó silenciosamente en la última fila de las comparsas sin importancia a un hombre que, en un momento en que se transformaba el mundo, dirigió todos los partidos y fue el único en sobrevivirles, y que en la lucha psicológica venció a un Napoleón y a un Robespierre. De vez en cuando ronda aún su figura por algún drama u opereta napoleónicos; pero entonces, casi siempre reducido al papel gastado y esquemático de un astuto ministro de la Policía, de un precursor de Sherlock Holmes. La crítica superficial confunde siempre un papel del foro con un papel secundario.

Sólo uno acertó a ver esta figura única en su propia grandeza, y no el más insignificante precisamente: Balzac. Espíritu elevado y sagaz al mismo tiempo, no limitándose a observar lo aparente de la época, sino sabiendo mirar entre bastidores, descubrió con certero instinto en Fouché el carácter más interesante de su siglo. Habituado a considerar todas las pasiones las llamadas heroicas lo mismo que las calificadas de inferiores-, elementos completamente equivalentes en su química de los sentimientos; acostumbrado a mirar igualmente a un criminal perfecto -un Vautrin- que a un genio moral -un Luis Lambert-, buscando, más que la diferencia entre lo moral y lo inmoral, el valor de la voluntad y la intensidad de la pasión, sacó de su destierro intencionado al hombre más desdeñado, al más injuriado de la Revolución y de la época imperial. «El único ministro que tuvo Napoleón», le llama, singulier génie, la plus forte tête que jeconnaiss, «una de las figuras que tienen tanta profundidad bajo la superficie y que permanecen impenetrables en el momento de la acción, y a las que sólo puede comprenderse con el tiempo». Esto ya suena de manera distinta a las depreciaciones moralistas. Y en medio de su novela «Une ténébreuse affaire» dedica a este genio grave, hondo y singular, poco conocido, una página especial. «Su genio peculiar -escribe-, que causaba a Napoleón una especie de miedo, no se manifestaba de golpe. Este miembro desconocido de la Convención, lino de los hombres más extraordinarios y al mismo tiempo más falsamente juzgados de su época, inició su personalidad futura en los momentos de crisis. Bajo el Directorio se elevó a la altura desde la cual saben los hombres de espíritu profundo prever el futuro, juzgando rectamente el pasado; luego, súbitamente -como ciertos cómicos mediocres que se convierten en excelentes actores por una inspiración instantánea, dio pruebas de su habilidad durante el golpe de Estado del 18 de Brumario. Este hombre, de cara pálida, educado bajo una disciplina conventual, que conocía todos los secretos del partido de la Montaña, al que perteneció primero, lo mismo que los del partido realista, en el que ingresó finalmente; que había estudiado despacio y sigilosamente los hombres, las cosas y las prácticas de la escena política, adueñóse del espíritu e Bonaparte, dándole consejos útiles y proporcionándole valiosos informes… Ni sus colegas de entonces ni los de antes podían imaginar el volumen de su genio, que era, sobre todo, genio de hombre de Gobierno, que acertaba en todos sus vaticinios con increíble perspicacia». Estos elogios de Balzac atrajeron por primera vez la atención sobre Fouché, y desde hace años he considerado ocasionalmente la personalidad a la que Balzac atribuye el «haber tenido más poder sobre los hombres que el mismo Napoleón». Pero Fouché parecía haberse propuesto, lo mismo en vida que en la Historia, ser una figura de segundo término, un personaje a quien no agrada que le observen cara a cara, que le vean el juego. Casi siempre está sumergido en los acontecimientos, dentro de los partidos, entre la envoltura impersonal de su cargo, tan invisible y activo como el mecanismo de un reloj. Y rara vez se consigue captar, en el tumulto de los sucesos, su perfil fugaz en las curvas más pronunciadas de su ruta. ¡Y más extraño aún! Ninguno de esos perfiles de Fouché, cogidos al vuelo, coinciden entre sí a primera vista. Cuesta trabajo imaginarse que el mismo hombre que fue sacerdote y profesor en. 1790, saquease iglesias en 1792, fuese comunista en 1793, multimillonario cinco años después y Duque de Otranto algo más tarde. Pero cuanto más audaz le observaba en sus transformaciones, tanto más interesante se me revelaba el carácter, o mejor, la carencia de carácter de este tipo maquiavélico, el más perfecto de la época moderna. Cada vez me parecía más atractiva su vida política, envuelta toda en lejanía y misterio, cada vez más extraía, más demoníaca su figura. Así me decidí a escribir, casi sin proponérmelo, por pura complacencia psicológica, la historia de José Fouché, como aportación a una biografía que estaba sin hacer y qué era necesaria: la biografía del diplomático, la más peligrosa casta espiritual de nuestro contorno vital, cuya exploración no ha sido realizada plenamente.

Una biografía así, de una naturaleza perfectamente amoral, aun siendo, como la de José Fouché, tan singular y significativa, me doy cuenta de que no va con el gusto de la época. Nuestra época quiere biografías heroicas, pues la propia pobreza de cabezas políticamente productivas hace que se busquen más altos ejemplos en los tiempos pasados, No desconozco de ninguna manera el poder de las biografías heroicas, que amplifican el alma, aumentan la fuerza y elevan espiritualmente. Son necesarias, desde los días dé Plutarco, para todas las generaciones en fase de crecimiento, para toda juventud nueva…….Salzburgo, otoño 1929.

Aunque en este artículo no hemos escrito In extenso de Valle y de Fouché donde cabe la comparación del “Sabio de Centroamérica” o “Cicerón Andino” como diría el viajero inglés George A. Thompson (George Alexander Thompson, “Narrative of an Official Visit to Guatemala from México”, en  Franklin Dallas Parker, Travels in Central América 1821-1840. University of Florida Press. Gainsville, Florida. 1970. p. 253-254) con José Fouché el genio tenebroso, sencillamente en ninguna parte, ¿tuvo honor José Fouché? ¿En dónde está el baldón de Valle para Centro América? Pues dilectos lectores, en ningún lado de la vida pública o privada; por eso en nuestra opinión, la comparación y el mote que le endilgaron al Sabio de: La Fouché de Centro América es ignominiosa, ya que José Fouché fue el hombre más desdeñado, el más injuriado de la Revolución Francesa y de la época imperial con el agravante de tenerse muy bien ganado el sobre nombre de genio tenebroso como lo definió Stefan Zweig en la biografía describiéndolo además como esbirro, abyecto y amoral. “Por lo demás, la Historia arrinconó silenciosamente en la última fila de las comparsas sin importancia a un hombre que, en un momento en que se transformaba el mundo, dirigió todos los partidos y fue el único en sobrevivirles, y que en la lucha psicológica venció a un Napoleón y a un Robespierre…”.

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