Mario Hernán Ramírez

Ahora que los maestros y los médicos andan revueltos tratando de que el gobierno no les vaya a dar “gato por liebre”, o mejor dicho les vaya a salir con un “domingo 7”, luchando mancomunadamente por mejorar sus conquistas laborales y enriquecer estas con otros aditamentos, se nos viene a la mente nuestra ya lejana infancia cuando ni siquiera existían las escuelas para párvulos y los jardines de niños, sino que directamente a la edad de 7 años obligatoriamente teníamos que asistir a 1er. Grado de Educación Primaria, la cual llegaba hasta el 5to. Grado.

Exceptuando los gobiernos de don Manuel Bonilla y don Francisco Bertrand que trajeron algunos grandes maestros, sobre todo de Chile y Guatemala, la pedagogía entonces de lo que hoy día posee, primero con la creación de la Escuela Superior del Profesorado y en seguida con el ascenso de la misma a la categoría de Universidad Pedagógica Nacional, muy poco se ha avanzado en el tema.

En Tegucigalpa pasarán los siglos y el recuerdo imperecedero de la Escuela Normal de Señoritas y de Varones, no dejarán de añorarse, pues aquellos maestros, verdaderos apóstoles de la educación, desgraciadamente, no volverán jamás de los jamases.

Un alumno de 5to. Grado de aquella lejana época era mejor preparado que cualquier joven de la educación media actual, llámese Bachiller, Contador Público, Maestro, etc., ya que su formación era tan completa que al salir de la misma iba directamente el educando a las aulas de los colegios, en los que también otros abnegados mentores completaban la educación de aquella juventud brillante, que andando el tiempo ha marcado historia, precisamente, porque aquellos alumnos egresados de 5to. Grado, al salir del mismo conocían las matemáticas en sus más elementales reglas, el idioma castellano dentro de los parámetros más sobresalientes de la lengua de Cervantes y, de la Geografía e Historia, ni hablar, pues aprendimos a conocer el mundo en toda su dimensión histórica y geográficamente, y, hasta la escritura era excepcionalmente lúcida, pues con el sistema palmer, todos aprendíamos a tener una letra legible, más aun aquellos que como los telegrafistas, por ejemplo, cuando no existían las máquinas de escribir, recibían los mensajes, los cuales eran llevados a los hogares del receptor con una letra admirablemente bella.

Evocamos aquellos años dorados de nuestra ya lejana infancia y adolescencia, porque ahora en que la tecnología ha puesto al alcance de la humanidad todos los instrumentos necesarios para su desarrollo integral, a veces tropezamos con profesionales de altos estudios, cuyo bagaje intelectual da tristeza y vergüenza, comenzando por la pésima ortografía de que hacen gala, inclusive los maestros que son los llamados a conocer las ciencias de la educación en su más alto contenido.

Cualquiera que lea estas líneas no dejará de reprochar nuestras añoranzas, señalando, sobre todo el atraso arquitectónico en que vivíamos en aquella época; pero la verdad es que, las diversiones eran muy escasas, a no ser el deporte y el cine que desde los años 20´s del pasado siglo hizo su estreno, por lo menos en Honduras, con películas mudas, hasta que el cine parlante en la siguiente década las desplazó y comenzó la era del cine moderno. En esa época, entonces, la única distracción que existía era la lectura, por lo que la mayoría de los muchachos de ese entonces, ávidos de conocimiento buscaban revistas como El Peneca y El Billiquen que venían de La Argentina y de Chile, pero también las bibliotecas particulares, cuyos propietarios las mantenían repletas, con autores de la más alta alcurnia, en todos los campos de la ciencia y la literatura, servían en muchos casos para que los adolescentes sobre todo y la juventud ansiosa de superación, se empaparan hasta el tuétano de todo lo que en el planeta tierra existía por aquellos lejanos días y, de esa manera se adquiría una cultura general que rebasaba los límites de la erudición como lo demuestran por ejemplo escritores de la talla de José Cecilio del Valle, Ramón Rosa, Antonio Ramón Vallejo, Rómulo Ernesto Durón, Froylán Turcios, Juan Ramón Molina, Policarpo Bonilla, Adolfo Zúniga, Alberto Membreño, los hermanos Miguel e Inés Navarro y pare usted de contar, porque los talentos de para entonces eran sencillamente admirables, brillantes, lumbreras, diríamos nosotros.

Todavía en los años 50´s se practicaba la misma disciplina educativa, la cual se mejoró en nuestro país con la presencia de una comisión de pedagogos chilenos que trajo al país el doctor Juan Manuel Gálvez y que los incorporó a las escuelas Normales y al Instituto Central que fueron los colegios más beneficiados con la presencia de estos ilustres caballeros de la enseñanza que dejaron huella  inextinguible, pues su metodología era sencillamente admirable.

De ese tiempo a la fecha la población hondureña ha crecido enormemente porque aproximadamente de millón y medio de habitantes que poblábamos ese hermoso jirón de tierra a mediados del pasado siglo, hoy somos aproximadamente diez millones los que enriquecemos con nuestro esfuerzo en sus diferentes áreas estas “tierras de pan llevar” como solía decir el gran Rafael Heliodoro Valle; han aparecido centros de educación media con el nombre de institutos vocacionales, se amplió la educación primaria hasta los nueve años, en fin, una gran cantidad de reformas, algunas de las cuales, concuerdan con la educación que en otras naciones de mayor progreso, han alcanzado; sin embargo, nosotros en nuestra ya larga jornada hemos visto muy poco avance en la educación de nuestro país en sus diferentes niveles, por lo que es oportuno aprovechar precisamente este espacio para excitar muy respetuosamente a los distinguidos mentores de nuestro país a que continúen con su lucha, porque les asiste todo el derecho de mejorar sus condiciones intelectuales, morales y económicas, pero también es preciso hacer una revisión exhaustiva del actual sistema escolar, en el que ellos mismos encontrarán que hay abismales diferencias entre el ayer y el hoy.

De la salud, hablaremos después.

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