Elsa de Ramírez

Hemos aprovechado este tiempo de quedarnos en casa para leer una serie de libros que están por ahí a la espera de disfrutar de su contenido, entre ellos Así Éramos (Memorias de una época) autoría del periodista don Tomás Antonio González Q.D.D.G., el cual describe “…quienes eran algunas de las figuras relevantes de la radiodifusión nacional de Honduras, algunos de ellos todavía activos, en la década de los cincuenta y sesenta. Asimismo, revela interioridades de la creación de algunos programas de alto nivel de popularidad tales como Platicando con mi barbero, Las aventuras de Margarito el Guardia, Diario Matutino y otros, en lo que se vieron involucrados, por medio de humorismo satírico y la crítica seria, políticos altamente reconocidos del acontecer nacional, entre estos, Presidentes y Jerarcas Militares. De igual manera describe el ambiente vivido, no solo en Honduras, sino que en toda la región Centroamericana en lo que muchos, en su momento consideraron la “generación traicionada” en el ámbito de la comunicación social…”

Compartimos para nuestros amables lectores, el relato de la vida real (págs. 73-74).

“…Uno o dos kilómetros adelante estaba un lugar que llamaban el Vacilón. Había dos o tres casas de campesinos que vendían huevos y gallinas. Allí era popular un lugar que llamaban la poza del Canalón, donde decían. “hay buenos pescados”. También decían que en la parte más honda del Canalón había una sirena que a traía a los nadadores para llevárselos a una cueva submarina de donde no salían más. Unos dos kilómetros arriba, estaba el aeropuerto de Toncontín.

Por cierto, años después, ya adolescentes, cuando El Vacilón había sido abandonado por los campesinos y en lugar de corrales con gallinas había estancos y cantinas con rocolas, mis compañeros, Luis Velásquez, Ramón Enríquez yo fuimos testigos de un incidente al que todavía no le he encontrado explicación.

Un hombre joven, al parecer en estado de ebriedad, se lanzó desde la cima de un peñasco, tratando de zambullirse en la parte profunda del Canalón. Después de varios minutos de espera no salía a la superficie. Varios nadadores locales se metieron al agua sin encontrarlo. En esa época no existían los sistemas de comunicación inmediata para llamar a la policía o a los bomberos. Dos o tres bañistas, haciendo gala de su habilidad para bucear se zambulleron en el área profunda, sin resultado alguno. El nadador o su cadáver, no aparecía por ningún lado. La búsqueda era infructuosa.

Llegó un señor, fornido, de mediana edad. Se identificó como nicaragüense y pidió de inmediato un huacal y una vela de cera. Después de encender la mecha de la vela se ubicó cerca de la orilla del río y dejó que el huacal se fuera a la deriva arrastrado por la corriente, que era algo fuerte. “Allí, donde se detenga, allí estará el cuerpo”, dijo.

El huacal navegó lentamente, corriente abajo. Inesperadamente se detuvo en un área y se quedó en el lugar, girando lentamente, concéntricamente. El señor nicaragüense se persignó, rezó algo y se lanzó al agua, zambulléndose en el lugar donde giraba el huacal, todavía con la vela encendida. Instantes después reapareció. “Está allí abajo”, dijo, pero necesito ayuda para sacarlo”. Dos de los nadadores locales se sumergieron en el agua con él. Momentos después emergieron, jalando el cuerpo del infortunado bañista. Nosotros seguimos todo el incidente con mucha atención y por mucho tiempo lo platicamos entre nosotros y hasta llegamos a pedir alguna explicación aquel fenómeno a uno de nuestros profesores. Nadie supo darnos una respuesta coherente y aclararnos aquel suceso…”

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