Colaboración Elsa de Ramírez


Compartimos la descripción que hacían del poeta hondureño Juan Ramón Molina, algunos de los más connotados e ínclitos varones de todos los tiempos.
“Impecable en su vestir, Blanca flor en el ojal condecora su pecho varonil. Arrogante la postura, y kaiseriano el mostacho seductor”. Eliseo Pérez Cadalso.


 “Vigoroso como un roble, hermoso y bello como un Goethe, ágil como un felino, degenerado con un Verlaine, imponente como un emperador. Bajo otras estrellas, la vida de este hombre –cuya mentalidad a manera de un girasol, tuvo la virtud de volverse hacia todos los soles del pensamiento__ habría tenido entre sus puños la creación de obras de genio”. Alfonso Guillén Zelaya.


“Faz apolínea, frente de poeta,/suave y sedosa cabellera oscura,/ojos vagos, romántica figura,/mezcla de efebo y de viril atleta”. José Mixco.
 “Mostacho cola de alacrán, rizado y largo, tipo borgoña o kaiser. Ojos glaucos y fríos”. Adán Coello.


 “Sus manos eran pequeñas, sus pies breves, su cuerpo hermoso, y tenía una fuerza extraordinaria y la docta agilidad de un gimnasta. Era su carácter violento, su voz varonil y había en su mirar cierto desdén compasivo, que debe ser el que sienten los dioses por las bajas y oscuras miserias de los hombres. Sus fuertes mostachos altaneros, dábanle aire de gascón, y servíanle, no como para ostentar jactancias, sino para acentuar más su natural altivez y señorío”. Luis Andrés Zúñiga.


“El retrato de su semblante puede servir de definición a la estructura poemática: aspecto delicado, fino y de belleza dominante. Estructura firme, y fuerte, sostenida por dos piernas de atlético porte. Frente semi redonda con apariencia de roca bajo la cual habitan dos sonetos con brillo de resplandeciente jade. Labios de carne florecida, enhiestos de lujuria, más rasgados por un óxido contagioso de tristeza…” Humberto Rivera Morillo.
 “Fue bello como un Apolo deslumbrante y triunfal, exquisito y soberbio, con la cólera olímpica de los dioses”. J.R. Castro.


Tiene Juan Ramón Molina/Una soberbia divina,/Y un acento arrullador,/Tal como un águila andina/Con alma de ruiseñor. Samuel Ruiz Cabañas.


Miguel Ángel Asturias –Premio nobel de Literatura (1967) de nacionalidad guatemalteca expresó: “…Juan Ramón Molina nació en Centroamérica a la sombra de los pinos de Honduras, en la ciudad de Comayagüela, el año de 1875, de padre español y madre mestiza. Escribió sus primeros versos en Guatemala, hacia 1894-95, donde se graduó de bachiller.

Su vida se extinguió súbita y prematuramente un atardecer del 1 de noviembre de 1908. Falleció en la ciudad de San Salvador, murió del corazón decía el parte médico, debido a los excesos de alcohol y morfina. Pero cuanto más justo sería decir que el poeta moría en el desaliento, en el abandono, en el olvido que ya lo acompañaba como su sombra de exiliado, en aquella sociedad materialista en la que los seres que consagran la vida al espíritu, no valen nada, sino después de muertos.”


Nace en Honduras, vive en Guatemala, muere en El Salvador, citas geográficas que deben ampliarse con datos para una geografía de la flor, el clima, los ríos, los volcanes, las mariposas, los mitos aborígenes, las fumarolas de suelos siempre en trance de formación a orillas de majestuosos lagos, los pinos en los que el verde silente de la tierra habla con el azul silente de Dios, todo lo que en fin, es Centroamérica. 


El 17 de abril se conmemora el 145 aniversario del nacimiento del poeta hondureño Juan Ramón Molina, símbolo más grande de la literatura nacional, varón irrepetible que lamentablemente pudo haber dado mucho más a la humanidad ya que su producción literaria fue fecunda, pero desafortunadamente falleció a la corta edad de treinta y tres años.

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