Por: SEGISFREDO INFANTE

            Estos acontecimientos ocurrieron hace alrededor de siete siglos, en los finales de la Edad Media. Fueron catastróficos para los asiáticos y predominantemente para la población  europea. Pero hoy en día muy pocas personas se acuerdan. Así que nada de alarmismo entre los lectores contemporáneos. Se trata de la “peste negra”, o “peste bubónica”, que se experimentó con mayor crudeza entre los años 1347 y 1352 de nuestra era, con fuertes repercusiones posteriores. El virus o bacteria que todavía provoca esta grave enfermedad, se localiza en Mongolia, en donde se trata de algo endémico contra lo cual hay que luchar todos los años. Como el dengue en Honduras. Su sintomatología se asemeja, en ciertos aspectos, al llamado “coronavirus” actual.

            Jean Carpenter y Fracois Lebrun, en su “Breve Historia de Europa” (1990, 2014), apenas le dedican el espacio de una página al siniestro bubónico medieval. Veamos lo que dicen: “La peste negra de los años 1347-1352 afecta al conjunto del continente europeo. Procedente de Asia, ese azote, del que durante siglos se había salvado, llega por las rutas de la seda y de las invasiones. Asediados en Caffa, en Crimea, los genoveses habrían sido víctimas de una verdadera guerra bacteriológica, dado que sus adversarios tártaros habrían lanzado cadáveres apestados por encima de las murallas de la ciudad. Los navíos italianos traen luego el mal hacia el oeste: a Constantinopla, desde donde se difunde a las islas del mar Egeo; a Grecia, desde donde se distribuye por los Balcanes; a Sicilia, Venecia, Génova y Marsella, desde donde la epidemia invade ya, a finales de 1347, al conjunto del continente, que asolará en un periodo de cuatro o cinco años. Puede estimarse que, en este cataclismo, la cuarta parte de la población europea o en un tercio desapareció.” Los dos autores añaden los choques sicológicos, familiares, sociales y económicos de las sociedades europeas, como producto de aquel fenómeno, causado por la bacteria de una pulga asiática que portaban ciertas ratas de las casas, los campos y los barcos.

            Conviene destacar que la epidemia se desplazó del Lejano Oriente hacia Europa por la vieja ruta comercial de la seda china. De tal modo que no es nada descabellado asociar, hasta cierto punto, la peste biológica al comercio internacional, tal como lo hicimos nosotros en un artículo recientísimo. Un comercio observado, por algunos autores, en sus lados positivos y negativos. Pues todo aquello que se desboca en el mundo crea problemas insospechados, o impredecibles, para el ser humano mismo. Es más, la “peste negra” había creado serios problemas en el antiguo Imperio Romano, sin llegar a los extremos que se experimentaron al final de la Edad Media y en los comienzos del Renacimiento. Incluso con algunas recurrencias durante el siglo diecinueve de nuestra era.

            Las primeras reacciones de la gente cristiana del mundo medieval, fueron las de argumentar que se trataba de “un castigo de Dios”. Los más informados sabían que tales siniestros eran promovidos por ciertos musulmanes. Pero poco después los más fanáticos e ignorantes buscaron un chivo expiatorio inmediato y, como casi siempre ha ocurrido, les achacaron la culpa a los judíos, cometiendo crímenes inenarrables. Con el devenir de los años y de la ciencia, se comenzaron a realizar análisis históricos y demográficos más o menos fríos relacionados con aquel siniestro biológico. En algún momento se exageraron las cifras de los muertos. Incluso se continúan exagerando. Por ejemplo en Florencia alguien  sentenció que había muerto más de la mitad de la población. Pero según nuestras lecturas posteriores, apegadas a la técnica de la “historia cuantitativista”, por la cantidad de pan y de trigo consumido en aquella época, hemos llegado a la conclusión preliminar que tal vez solamente murió poco menos de un tercio de la población florentina, creadora de arte, humanismo grecorromano y capitalismo. Y lo mismo pudo haber acontecido en otras ciudades. Naturalmente que en estos casos la muerte repentina de una sola persona valiosa, de un sujeto fotopensante, se puede convertir en una tragedia para la historia maciza de una sociedad en posible desarrollo.

            El siniestro bubónico era horrendo para las personas que lo padecían y para aquellos que lo contemplaban. Pues se trataba de inflamaciones purulentas en los ganglios, en los ojos y en las ingles de las personas afectadas. Sin embargo, a pesar de la gravedad había personas que se curaban, según fueran las defensas orgánicas de cada cual. Y hubo mucha gente que adoptó medidas de cuarenta drástica, a fin de lograr la sobrevivencia. Como ahora mismo se recomienda en términos generales.

            La lectura imparcial de la “Historia” es saludable y aleccionadora. Y aunque ésta nunca se repite mecánicamente, en tanto que los personajes y los contextos son diferentes, de hecho se imponen analogías que vale la pena rescatar. Tales lecturas son importantes a veces por mera curiosidad. O por el simple saneamiento del Espíritu.

            Tegucigalpa, MDC, 08 de marzo de 2020. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el día domingo 15 de marzo de 2020, Pág. Siete). (Se reproduce en el diario digital “En Alta Voz”).

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