Por: SEGISFREDO INFANTE

            No es nada fácil que cada persona identifique, por su cuenta, la vocación que le es inherente y que debiera seguir el resto de su vida. Pues aquí se interpone, previamente, el mundo de las necesidades que habrá de sortear frente al entorno. La cosa se pone más laberíntica en los países atrasados o con escasas oportunidades, en donde los muchachos (y a veces los niños) deben ingeniárselas para sobrevivir, haciendo las veces del predicado de “los mil usos”, según sea cada circunstancia. En los países desarrollados, por el contrario, las oportunidades de empleo, los centros académicos, las escuelas de artes y oficios, los museos y las bibliotecas se multiplican, de tal modo que existen más probabilidades para que cada quien encuentre su propio camino vocacional.

            Pero conviene introducir otra aclaración. No es lo mismo elegir una carrera secundaria o universitaria, que seguir el llamado interior de la vocación. Muchas veces se elige una profesión para imitar a los padres, a los hermanos mayores o bien por causa de las tensiones del ambiente, es decir, de los amigos y de los familiares. En muchos casos los jóvenes se dejan llevar por las modas. Tal o cual carrera es la más redituable; o la que facilita el dinero y prestigio inmediato. Hace algunas décadas en países como el nuestro, varios jóvenes determinaban estudiar medicina o ingeniería civil, porque el prestigio venía por sí solo, aun cuando la vocación de médico fuera totalmente ajena a sus capacidades y deseos más íntimos. O se estudiaba abogacía en tanto que se suponía que era la carrera universitaria más fácil. Ahora nadie sabe cuál carrera universitaria podría ser buena, regular, facilona o mala. La exigencia es acumular “currículum”, aunque sea con vaciedad de conocimientos, con tal de insertarse en la sociedad.

            En la “Edad Media” europea y en las experiencias coloniales, los hijos hidalgos o “segundones”, quienes nacían desheredados porque las herencias las recibían los primogénitos, sólo tenían frente a su existencia dos opciones: O entregarse a la carrera de las armas, o refugiarse en algún convento y hacer más tarde carrera sacerdotal, en alguna diócesis. La agricultura, las finanzas y el comercio eran impropios para los hijos de la nobleza, por tanto tales actividades quedaban en manos de los plebeyos, los mercaderes, los artesanos y los primeros “burgueses”. Sin embargo, debe reconocerse que gracias a la determinación temeraria (a veces despiadada) de los “segundones”, los navieros, los frailes acompañantes, los pastores y los piratas nórdicos, se descubrieron nuevos mundos y nuevas rutas comerciales, cuyo resultado principal fue la “acumulación originaria de capital” en beneficio de casi toda Europa y del “Viejo Mundo”. Lo mismo que el surgimiento de sociedades mestizas. Es harto difícil saber cuáles eran las vocaciones genuinas de los hijos “segundones”; pero varios de ellos pasaron con relativa fama y gloria frente a la posteridad, incluyendo a los próceres independentistas criollos, hijos de españoles, italianos y portugueses nacidos en América. Otro tanto vale para los nacidos en las nuevas colonias británicas del norte continental. 

            La vocación intelectual ha sido quizás la más difícil de identificar, sobre todo en sociedades confusas. Por regla general los intelectuales de vocación han surgido en el seno de las clases medias. Y a veces han sido oriundos de los segmentos más pobres de cualquier sociedad. Descifrar la voz interior de lo vocacional, nunca ha sido nada fácil, entre otras razones y motivos porque decidirse por una carrera vocacional extrauniversitaria ha significado, y significa, renunciar a las riquezas y a las comodidades que se les suelen ofrecer a otras profesiones más expeditas. Alguien puede llegar a convertirse en profesor de una carrera universitaria. Pero eso no significa, de ninguna manera, que posea vocación pedagógica o que sea un verdadero intelectual. Algunos profesores, especialmente del área de matemáticas, se dedican a burlarse de los estudiantes y a humillarlos. No saben enseñar los números con lenguajes más o menos asequibles, ni tampoco son verdaderos matemáticos.

            Dentro de las profesiones intelectuales la más compleja de todas es la que concierne a la vocación de escritor, asociada al silencio, al hambre, al desamor, la incomprensión y “la espera infinita” para que se le publique un texto. Pero también aquí se debe tener mucho cuidado. Conviene entonces identificar la diferencia entre vocación y profesión. Ortega y Gasset realizó unos estudios aproximativos al respecto, con unos textos sobre “Goya”, “Velásquez” y “En torno de Galileo”. Una de sus expresiones más curiosas fue la de afirmar que Diego de Silva y Velásquez carecía de vocación de pintor, porque nunca terminaba de pintar sus lienzos, aunque era un gran profesional de la pintura. Su verdadera vocación, según Ortega, era la de ser un cortesano y servirle al rey. Aquí hablamos de uno de los más grandes pintores de todos los tiempos. Por eso Ortega introduce muchas dudas en el ambiente.

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