Por: SEGISFREDO INFANTE

            El desgaste gradual cuantitativo es un proceso normal de los organismos vivos y de aquellos cuerpos inanimados, o inorgánicos, de la naturaleza. Y aunque es desaconsejable aplicar mecánicamente estos conocimientos a las sociedades dinámicas y sus instituciones, debido a que por regla general la vida humana tiende a ser extraña, añadiendo el factor “equis” inesperado de las culturas creativas, de los individuos imaginativos y del “Espíritu Universal”, nunca se debe olvidar que a veces resurgen los actos salvajes y barbáricos en colectividades específicas, con nuevos ingredientes y motivaciones, incluso en sociedades desarrolladas e hipermodernas del siglo veinte y comienzos del veintiuno. No sólo en los países atrasados, tal como suele equivocadamente subrayarse. Los ejemplos de las cosas negativas, ambiguas y positivas de los tiempos modernos, los hemos enumerado y esbozado en múltiples artículos, con sustentación histórica y filosófica.

            Comprendido lo anterior debemos observar los procesos de desgaste dinámico en los individuos y en las agrupaciones políticas. Y para quedar incluido dentro del panorama observado debo confesar, como punto de partida, que en el plano estrictamente personal he experimentado algunos desgastes dolorosos de los cuales me resulta difícil la recuperación física y espiritual. Este proceso lo experimentamos unos individuos más que otros, según sea la sensibilidad y la textura genética de cada cual; o según sean los estilos de vida (voluntarios o involuntarios) que han debido experimentarse y sortearse en el curso de la existencia biológica y cultural. De manera análoga, pero sin forzar las comparaciones, en Honduras hemos detectado, cuando menos con un amigo, ciertos desgastes políticos innegables sobre los cuales valdría la pena detenerse fríamente, y luego lanzar una mirada estratégica abarcadora, distanciándonos un poco de los coyunturalismos tácticos y de los archi-consabidos lenguajes confrontativos.

            No es nada fácil que la persona, el grupo o la institución desgastada pueda detenerse, autocríticamente, a reflexionar sobre su propio desgaste, a fin de dar un giro moderado para superar las deficiencias, corregir los errores y buscar la conciliación de los contrarios humanos para el bienestar de todos, sin caer en el vacío. Por regla general los supuestos observadores exhiben la práctica consuetudinaria de resaltar los defectos de los demás, sin detenerse en ningún momento a observar sus propios defectos, que podrían ser más grandes que aquellos que les señalan al prójimo. Con tales actitudes, en vez de buscar la pretendida modernidad, se le infiere un enorme daño al pasado, al presente y al futuro de los pueblos; sobre todo de sociedades tan vulnerables como la de Honduras.

            Frente a las turbulencias y las incertidumbres, es exigible la sensatez. Cualquier discurso o acto precipitado; cualquier “error de cálculo” en cualquier dirección, pueden conducir al abismo total. No se debe conspirar, con ninguna bandera ideopolítica, ni religiosa ni tampoco tecnocrática, contra instituciones vitales que pertenecen a todos los hondureños. Nosotros, con nuestras virtudes y errores, hemos venido construyendo una historia que, como diría Henry Kissinger citando a Chou Enlai, “es muy pronto para juzgarla”. Los extranjeros deben hacer un esfuerzo honesto por comprendernos, y evitar en lo posible empujarnos hacia el vacío sólo por el deseo de colocarnos ante “el último grito de la moda” transitoria, que cada cierto tiempo cíclico se propone. En esto es recomendable el sano equilibrio entre lo universal y la fuerte particularidad histórica. Y evitar asimismo, como diría John Kennedy en un momento de crisis, cualquier “error de cálculo”.

            Algunos, haciendo gala de insensatez, hablan de inestabilidad y señalan que los demás se encuentran “en hilos de cucaracha”. Recuerdo que mi profesor de “Antropología” expresaba que debiéramos respetar incluso a las cucarachas porque tienen más de trescientos millones de años de existencia. Son insensatos, en sus prédicas públicas, porque ignoran su propia inestabilidad congénita y los límites de sus conocimientos. La verdadera sensatez indicaría que todos los hondureños somos inestables y que por tanto debiéramos pactar el orden y la estabilidad, respetando a todos los segmentos sociales, y a ciertas instituciones tradicionales claves que le imprimen coherencia a la nación.

            Reconocer el desgaste y nuestros propios límites, conduce al camino de la sensatez y posiblemente a la “sabiduría”, en el sentido griego, y moderno, del concepto. Por eso, como una digresión válida, los dirigentes del Partido Nacional tendrían que evitar a todo trance el resquebrajamiento interno de esta institución centenaria, de la cual depende en un alto porcentaje la sobrevivencia de la democracia republicana hondureña. En otro porcentaje depende del resurgimiento del Partido Liberal, en un sano equilibrio de lo viejo y de lo nuevo. Aquellas sociedades que de un día para otro destruyen sus buenas tradiciones están como condenadas a la autoliquidación y a desvanecerse en una levedad insoportable, para utilizar un símil del novelista checo Milan Kundera.

            Tegucigalpa, MDC, 07 de julio del año 2019. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el día jueves 11 de julio del 2019, Pág. Cinco).

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