Por: SEGISFREDO INFANTE

            Quizás Aristóteles fue el primero en reparar, en forma organizada, que los conceptos centrales poseían varias acepciones. Es decir, una misma palabra en el griego antiguo, significaba distintas cosas, según el contexto. Lo mismo ha ocurrido con otros idiomas a lo largo y ancho de la “Historia”. Incluso en la actualidad. Los viajeros lo perciben cuando se trasladan de un país a otro de América Latina, en que una misma palabra en español significa todo lo contrario entre sí, en Honduras, Chile, Argentina o Guatemala. Pero al final de la tarde la lógica del lenguaje es rigurosa desde los tiempos en que Aristóteles estructuró el “Órganon”, y el lenguaje universalizante se sometió a unos principios normativos que los filósofos y matemáticos formalistas en general, han conocido muy bien. Entre esos principios el silogismo y el panlogismo. Aun cuando, por desviación, la verdadera poesía tienda a escaparse de estos cánones normativos.           

En una entrevista que la televisora internacional “CNN” le formuló a Fidel Castro Ruz en 1998, respecto de la crisis de los misiles de octubre de 1962, me llamó la atención que el comandante cubano dijo que la palabra “imperialismo” era de uso corriente en tiempos pasados, es decir, que era una obligación usarla. En la misma entrevista Fidel Castro le achaca la mayor responsabilidad a Nikita Kruschev, por “el pésimo manejo” de la crisis en aquel terrible momento histórico. Dijo que fueron los soviéticos quienes propusieron la instalación de los misiles atómicos de alcance medio en Cuba, y que ellos (los dirigentes cubanos) se limitaron a aceptar la propuesta, a fin de salvaguardar “el campo socialista y la revolución cubana.” Pero el momento más interesante de tal entrevista, es cuando Castro Ruz menciona las cartas confidenciales que él y Kruschev se giraron entre ellos. Fidel negó, hasta cierto punto, que él haya atizado el inicio de una guerra termonuclear; pero también aceptó la posibilidad de sugerir “el primer golpe”. Creo que es una de las interpretaciones más confusas del lenguaje que el comandante derivó de una carta político-militar redactada por él mismo, habida cuenta que tales documentos comenzaron a circular en forma abierta a raíz del desplome de la Unión Soviética. Fidel aceptó, en forma tácita, que John F. Kennedy manejó correcta y prudentemente aquella tremenda crisis, en los bordes del abismo. La verdad histórica imparcial es que tanto Nikita Kruschev como John Kennedy, fueron presionados por los halcones de la guerra de ambos bloques; pero al final los dos personajes encontraron una salida salomónica, diplomática y política, que libró a la humanidad del exterminio. Tanto Kruschev como Kennedy habían participado, como oficiales al mando, en la “Segunda Guerra Mundial”, y conocían de cerca los horrores de una guerra de tal magnitud. Este dato es importantísimo porque los guerreros novatos exhiben, por norma general, la tendencia de querer participar en guerras civiles, regionales e incluso mundiales. También es interesante que en aquella tenebrosa circunstancia ninguno de los líderes principales en pugna firmó ningún documento. Ellos, como auténticos caballeros, empeñaron sus palabras en silencio, y cumplieron sus compromisos verbales.  

Hoy en día eso de “empeñar la palabra” sin firmar documentos es algo que ha sufrido un proceso de vaciamiento, sobre todo en países como Honduras, en donde nuestros abuelos daban la vida por su palabra empeñada. Ahora ni siquiera se respetan algunos documentos suscritos como resultados de posibles diálogos. La gente les da la espalda a sus compromisos verbales y escritos, con una visión presentista pavorosa, pues olvidan la importancia del pasado y del futuro. Cuando yo era adolescente conocí a un señor llamado Magín Ramírez. Le gusta beber cerveza y pedir crédito en las cantinas; lo curioso es que cuando se le subían los tragos a la cabeza se jactaba que él era “un hombre de palabra”. Lo cual era cierto, pues tres meses después del crédito visitaba a “Valentina”, en el día y la hora exacta en que se había comprometido, a pagar su deuda.

Una palabra que es motivo de usos y abusos, es el vocablo “izquierdista”. Hoy en día a cualquier personaje público que se distancie del conservadurismo extremo, se le señala de “izquierdista”, aun cuando tal personaje sea de “centro”, o de “centroderecha”, o un simple socialdemócrata europeo. A veces socialcristiano. No entienden, los señaladores, que la palabra “izquierdista” la utilizó Vladimir Ilich Lenin con el objeto de criticar a sus camaradas ultraizquierdistas, fanáticos, que militaban en las filas del “Partido Bolchevique” (más tarde conocido como “Partido Comunista”).

Otro concepto manoseado y tergiversado actualmente, es la palabra “liberal” o “liberalismo”. Los neoliberales se la han apropiado para autocalificarse de “liberales”, cuando en realidad son neoconservadores. Razón por la cual los liberales auténticos parecieran haberse quedado íngrimos, sin ningún principio doctrinario.

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