Por Alessandra Bueso
Nadie sabe como se organizaron y pese a que el Gobierno directamente ha acusado a la oposición y a Bartolo Fuentes como el promotor de la caravana que partió el sábado 13 de octubre desde San Pedro Sula, lo cierto es que tras esos rostros de mujeres y hombres sólo se refleja la necesidad, la desesperanza en un país que no les dio oportunidades.
Fueron 750 primero, los que a pié salieron de la Gran Terminal, lejos estaban de saber del periplo que les esperaba, pero en medio de todas las trabas con las que se han topado en el camino, ha salido a flote un ingrediente que nos genera esperanzas: LA SOLIDARIDAD.
En la carretera, en los poblados donde transitó la caravana en Copán, Ocotepeque y Guatemala, hubieron manos, corazones dispuestos para regalarles no sólo un plato de comida, agua o ropa, sino una sonrisa, un abrazo y una dosis de esperanza. Mientras en el país que los expulsó, aún no aflora un gesto de empatía para ellos, al contrario, las pocas intervenciones han sido para buscar culpables en vez de regalar soluciones para la gran cantidad de hondureños que salieron y siguen saliendo porque aseguran que el Gobierno de Honduras no les dio un empleo, no les cumplió con la seguridad y no les aseguró alimento.
“Es duro dejar mi tierra, es duro salir porque no se nos abrieron las puertas para un trabajo. Voy con mis tres hijos y mi esposa. Dos de mis hijos son autistas y nunca he podido darles el tratamiento especial que necesitan. Vamos sólo con la fe en Dios que si en Honduras no encontramos el apoyo, en este camino Dios nos guardará” dijo Ernesto López, un padre de Baracoa Cortés, que camina empujando el coche donde lleva a dos de sus hijos.
Hay cansancio sin duda, las seis noches que han peregrinado han sido duras, la nostalgia les aflora, pero cuando ven a sus hijos o piensan en ellos, dan un respiro para recuperar fuerzas y continuar el camino. Aquí ni las amenazas de Trump, de los Presidentes del Triángulo Norte que tienen una gran deuda con su pueblos los ha detenido y otro grupo de hondureños que de manera espontánea han organizado grupos para partir, tampoco le temen a los anillos de seguridad que la Policía ha instalado en las fronteras para negarles también el derecho a emigrar.
El panorama es sombrío, pareciera que la dosis de humanismo en las autoridades hondureñas se ha perdido y que esta caravana vino a poner el dedo en una llaga que desde varios gobiernos ha crecido por el abandono que los políticos de turno han dado a su pueblo. Mientras entre Trump, Juan Orlando Hernández, Jimmy Morales y Salvador Sánchez Cerén discuten como seguir haciendo la vida de cuadritos a los migrantes, en un pueblo hermano alumbra una esperanza: la de Andrés Manuel López Obrador, Presidente electo de México, quien prometió que al tomar el mando en su Gobierno creará visas de trabajo para los centroamericanos.
Pero mientras llega el momento, el siguiente reto de los hondureños es vencer el cerco policial en Tapachula, que quiere impedir por orden de Enrique Peña Nieto a los migrantes. Esos son los valientes que iniciaron una gesta, una lucha para que los que quedan en tierras catrachas, no desmayen y luchen por sus sueños. La migración siempre ha existido y los hondureños no se van porque quieren hacerlo, se van porque en Honduras no encontraron las oportunidades suficientes para tener una vida digna. El viernes Marcerlo Ebrard futuro secretario de Relaciones Exteriores de México se reunirá con Mike Pompeo, Secretario de Estado de Estados Unidos para buscar una salida a la caravana migratoria que ya se encuentra en la frontera con Mëxico.