Por Dunia Orellana y Dennis Arita
San Pedro Sula, Honduras | Reporteros de Investigacion. Eta no les dejó casi nada a los habitantes de Chamelecón y ahora Iota terminó de hundir en remolinos de agua sucia lo poco que les quedaba. “Ya no tengo nada acá”, dice Francisco Ramos, delgado, vestido con camiseta de tirantes, jeans recortados a las rodillas y crocs color lodo. Él es una de las 357,339 personas que Iota ha perjudicado en Honduras.
Francisco se ofrece a acompañarnos desde el puente de hierro del malecón hasta la colonia Morales 3, a cinco kilómetros dentro de este distrito del sur de San Pedro Sula. “Mi casa está al fondo, pero allí ya no podemos entrar porque el agua nos tapa. Es triste ver cómo quedó todo. Voy a irme a Estados Unidos porque acá solo me quedó esta ropita que ando puesta y la que llevo en la mochila”.
En el malecón, la gente se apiña para ver cómo el río ruge a pocos metros debajo de la plataforma de hierro del puente. En las riberas se ven solo unas pocas casas que el río podría llevarse en las próximas horas. “Viene otra crecida a las cuatro”, dice alguien entre el bulto de gente. Son casi las dos, o sea que nos quedan dos horas para entrar y salir sin peligro de ahogarnos dentro de una de las colonias. Otros dicen que la crecida vendrá en la noche. El sol sale dos veces entre las nubes y alguien da las gracias a Dios.
“Acá nadie nos ayuda”, nos dice un grupo de vecinos que descansan en una galera junto a la antigua línea férrea tendida por las compañías bananeras. Es la misma línea que pasa en medio del puente del malecón. Lo que dicen es verdad. Hoy no hemos visto a nadie auxiliando a los damnificados por las crecidas del río Chamelecón que Iota dejó a su paso por esta región.
En 15 días, dos huracanes. Parece una broma diabólica. Pero a habitantes de los 66 barrios y colonias de este distrito, como las hermanas Juana y Marta Cruz, de la San Jorge, esa broma no les causa gracia. Todavía no pueden creer que Iota no haya dejado que la gente terminara de sacar el pie de lodo que Eta dejó en sus casas.
“A Juana la sacaron los vecinos. Todo se quedó dentro de la casa y lo perdió todo”, dice Marta. Por lo menos las dos pudieron salvar sus carteras, que llevan apretadas a la cintura. Marta López y Óscar Casanova, vecinos de las hermanas Cruz, tienen una historia parecida. “Perdí la casita y todo. Solo me quedó esto”, dice Óscar, señalando sus botas y la sombrilla que lleva en la mano.
La gente rumora en la calle que varias personas han muerto en Chamelecón, pero no logramos recoger versiones creíbles al respecto. Las aguas desatadas por Iota, según estadísticas de la Comisión Permanente de Contingencias (Copeco), han ahogado a tres personas en el departamento de Gracias a Dios. Mientras tanto, en el departamento de La Paz, seis más murieron bajo un alud de tierra.
El primer tramo del camino hasta la Morales 3 está cubierto de lodo seco y húmedo, pero al menos es transitable. En esta parte de Chamelecón aún se ve bastante gente caminando y carros pasando por las calles. No vemos militares auxiliando a nadie, solo una que otra patrulla de la policía.
Este gobierno de Juan Orlando Hernández cometió un error porque no avisó que Eta iba a causar tanta destrucción. Con Iota trató de corregirlo diciéndoles a los habitantes de las zonas inundables, incluyendo Chamelecón, que se fueran a lugares altos. Los lugares altos en Chamelecón están cerca del bulevar del Sur que conduce a Tegucigalpa.
La gente de Chamelecón está refugiada en gasolineras, en carpas de plástico levantadas en las aceras o debajo de los modernos pasos a desnivel construidos por la municipalidad de San Pedro Sula. Según cifras oficiales, unas 10,000 personas han sido evacuadas y 61,228 se encuentran en albergues.
A los lados de la calle dentro de Chamelecón se ven sacos de arena apilados frente a ferreterías, reposterías y otros negocios. “De nada les sirvió”, dice nuestro guía Francisco. “El agua igual se les metió”. La inundación no respeta a vivos ni muertos. Más adelante, el cementerio local tiene los muros derribados. Entre las tumbas hay sofás, muebles, colchones y toneladas de basura mugrienta.
El agua ya nos llega casi a la rodilla. Aunque andamos botas de hule, tenemos que dejar que el agua sucia nos moje los pies. A la derecha están las casas que se hallan más cerca de la ribera del río. A algunas, el agua les llega casi hasta el techo. En una pared, alguien escribió “Iota”, pero parece haber dejado su mensaje a medio terminar. “Queremos comida, no fotos”, gritan dos hombres que sacan lodo de una casa de portón rojo. Hasta los militares huyeron de aquí. “No quedó ni uno. Se los llevaron a todos del cuartel”, dice Francisco, señalando el enorme edificio blanco y de las Fuerzas Armadas hondureñas.
Los vecinos pasan por la calle arreando cerdos atados con sogas para llevarlos a sitios altos. Iota no solo maltrata a la gente. Los animales también son víctimas de las aguas. Algunos nadan de una acera a otra, tal vez en busca de sus dueños, que deben haberse ido de acá a las primeras de cambio. Ese no es el caso de Claudia y Esteban Noriega, de la colonia La Laguna, quienes avanzan en medio del agua llevando en brazos a su perro. También cargan una pesada maleta roja. “El agua nos agarró de madrugada”, dice Claudia.
Tampoco es el caso de Eder Cárcamo y su hijo Steven, quienes llevan a su perro Manchas para una corta visita a su casa. “Con Eta nos pasó lo mismo. Salimos desde ayer y vamos a la casa a ver si quedó algo bueno”, dice Eder, quien calza botas de hule y lleva una bolsa de plástico negro al hombro. “Nadie ha llegado a ayudarnos”.
Wilmer Flores incluso adoptó a una perra de color amarillo. “Le puse Eta. Llegó a mi casa y allí se ha quedado”, dice Wilmer, de la colonia Plaza Castillo. “Lo que quisiera es tener el periódico de hoy porque ya tengo los que salieron cuando vino el huracán Mitch”.
Dejamos de avanzar cuando el agua nos llega a la cintura y la corriente es tan fuerte que casi nos derriba. No podemos llegar a la colonia de Francisco.
Para regresar al bulevar del Sur pedimos aventón en un carro que lleva a otras seis personas amontonadas en la paila, incluyendo a un niño. Nos bajamos en la gasolinera junto al bulevar. Son las dos y media y la gasolinera está llena de gente sentada en el suelo junto a sus atados de ropa. Están esperando la crecida de hoy. Planean pasar ahí al menos dos o tres noches más hasta que las aguas por fin bajen.