El panorama era apocalíptico en varias zonas de Honduras, entre ellas Chamelecón. Foto Denis Arita

Lo que el “viento” nos dejó

Redacción En AltaVoz

Las memorias duelen más cuando son recientes.  Abatidos por los recuerdos, Julie, su esposo Dennis, Sonia y Kreenda lo saben. Mientras contemplaban fotografías de sueños truncados y de ilusiones que el viento y el agua les llevaron hace un año, retrocedieron en el tiempo. Sus vidas, excepto la del joven matrimonio, son paralelas, pero tienen algo en común. Hoy, los cuatro están comenzando de nuevo, después que las tormentas tropicales Eta y Iota destruyeran sus bienes materiales, pero no sus fuerzas para continuar luchando.

Fue un tiempo nefasto en el cual la pandemia del Coronavirus (Covid-19), y los fenómenos naturales Eta e Iota, despertaron de manera drástica a una sociedad desprotegida y desprevenida. Era la crónica de dos desastres anunciados.

Foto: Denis Arita

A consecuencia de estos eventos catastróficos, según cifras “oficiales”, 94 personas perdieron la vida, 32 en el departamento Cortés, 16 en Santa Bárbara y 12 en Lempira. Ocho personas desaparecieron. La mayoría de las víctimas fatales, fallecieron por ahogamiento o sepultadas por el derrumbe de sus viviendas a raíz del deslave del suelo causado por las tormentas. Algunos de los fallecidos, fueron miembros de una misma familia.

Las inundaciones y deslaves que cayeron sobre viviendas dejaron el mayor luto en Honduras, según el registro oficial, aunque vecinos del norteño valle de Sula aseguraron que numerosos cadáveres no fueron rescatados. La Comisión Permanente de Contingencias dijo en esa oportunidad que 3.9 millones de personas resultaron afectadas por deslaves e inundaciones y 154,000 fueron albergadas por los daños en casi 70.000 viviendas.  Aquí, 300 carreteras resultaron afectadas, se destruyeron 48 puentes y 32 resultaron dañados por derrumbes, desbordamientos de ríos y quebradas.

Los mayores daños se produjeron en el Valle de Sula, columna vertebral de la economía, por el desbordamiento de los ríos Ulúa y Chamelecón, que obligaron a miles de personas a subirse a árboles o techos de las casas de donde fueron rescatados en lanchas y helicópteros.

Foto: En AltaVoz

Resurgir del “dolor”

Ese fatídico mes de noviembre de 2020, Julie y Dennis revisaban entre el lodillo y el agua aquello que pudieran rescatar de su casa en Valle Escondido, al Sureste de San Pedro Sula. Y en medio de todo, lloraban, pero confiaban en que Dios estaba con ellos.  “Justo en esa circunstancia, vimos la mano de Dios bendiciéndonos a través de incontables personas, gente que ni nos conocía, pero que dijeron presentes para ayudarnos. ¡no estuvimos solos!”, relató emocionada en una conversación que mantuvo con En Alta Voz.

Pero entre toda esa agua y pestilencia, una amiga de los muchachos, Any Cerrato, salió y dijo: “mirá lo que encontré intacto… esto es un símbolo”.  Los corazones palpitaron emocionados al ver el retrato de Julie y Dennis, cubierto de lodo. La foto fue una esperanza en medio de la calamidad.

Julie y Dennis lograron rescatar de los escombros, esta foto de su matrimonio, que para ellos es un símbolo de esperanza.

Recuerdo de la boda de Julie y Dennis, a pesar del lodo siguió mostrando la felicidad de estar juntos.

“Tantas emociones que surgen cuando abrís la puerta de tu casa y ya nada está como lo dejaste, cuando decidiste evacuar por “precaución” aunque te dijeran que estabas loca porque ahí “no se iba a llenar”, relataron Julie y Dennis.

Una luz en el camino

En una de las bolsas de provisiones que la pareja recibió estaba el versículo de Zacarías 9:12 “… Les digo que les restauraré el doble…” y ambos saben y tienen la certeza que esa promesa ha sido real en sus vidas.  Dar gracias a Dios en momentos difíciles y tristes no es fácil, pero es lo más lindo cuando no hay nada ni nadie más a qué aferrarse. “Es ahí cuando verdaderamente podemos vivir aquel versículo de que Dios provee aún a las aves, cómo no a nosotros”, expresa Julie, quien no se cansa de agradecerle a Dennis, su amor, porque no soltó su mano y la mantuvo abrazada siempre.

“Gracias a nuestra familia, a nuestros amigos, hermanos de la fe, compañeros de trabajo, vecinos y desconocidos (que ahora están en nuestros corazones por siempre) por todo su apoyo en oración, en limpiar, en lavar, en botar, en proveer y en estar con nosotros, los amamos y les agradecemos por siempre”, expresaron los jóvenes.

“Las lluvias habían comenzado desde el domingo de esa semana. Nosotros no creíamos que iba a pasar a más. Llegó el miércoles, mi esposo estaba trabajando y yo estaba desde casa porque estaba en cambios laborales. Ya para comenzar un nuevo proyecto la siguiente semana después de los huracanes”, recordó Julie.

Eran momentos de tensión. Los vecinos andaban con un comunicado del patronato diciendo que se podía evacuar como una forma de precaución, pero, aun así, muchos de ellos no creían porque estaban en una zona supuestamente segura. Nada más lejos de la realidad.

“Yo soy una persona bien nerviosa y convencí a mi esposo para salir de allí. El salía a las 11 de la mañana de su jornada laboral, llegó a la casa y vimos que todavía estaba tranquilo en teoría, no se había llenado nada y por eso dudábamos si nos íbamos, al final tomamos la decisión de hacerlo y en el caso personal ayudamos a otros vecinos a que pudieran subir sus cosas pues creíamos que si se llenaba pudiera ser de dos a tres bloques”, dijo. Eso no ocurrió, el agua casi llegó a los techos. Para colmo, cuando el matrimonio iba a la casa de su familia con el temor de ser arrastrado por la corriente, una rastra los impactó. “El conductor ni siquiera paró a ver cómo estábamos”, señaló.  De su casa, sólo pudieron sacar unas prendas de ropa.

Foto: En AltaVoz

Lo material

Según relato de Julie Castro, si se vieron afectados en la parte material, solo pudieron rescatar una parte de su ropa, su refrigeradora que ahora da problemas y de las cosas grandes, también la estufa. De allí todo lo demás lo perdieron.  El impacto emocional resultó muy fuerte. “Ni mi esposo ni yo habíamos vivido algo así, gracias a Dios estábamos con mis papás, también era una zona vulnerable la colonia Felipe Zelaya, no teníamos a donde más ir en ese momento”, recordó.

Los jóvenes nunca olvidarán a todas las personas que les tendieron una mano por lo cual su agradecimiento y su amor hacia ellos será eterno. Eran momentos críticos de demandas que no progresaron, entre aseguradoras y abogados, de ventas para generarse ingresos adicionales y sobrellevar la carga económica fuera de toda lógica. No obstante, siempre estuvieron juntos para apoyarse en medio de la adversidad.  Las oraciones y la Fé llegaron a ser el soporte de sus vidas.

Julie debió lidiar con estrés post traumático, identificado a raíz de una demanda que interpusieron. Sin embargo, “gracias al Divino Creador del Universo esa fue una etapa superada”.

El esposo de Julie ratifica que la aceptación les sirvió para afrontar lo que estaba ocurriendo en ese momento. “Debimos aceptar que lo que había pasado no era un sueño, ni una pesadilla, era algo real. Recuerdo cuando me fui a dormir el día de las lluvias, cuando salimos, mi esposa me despertó en la madrugada y me tocaba el hombro y me dijo amor se inundó la casa hasta el techo, esas palabras jamás pensé que me las iban a decir en la vida y el hecho de que me las estuviera diciendo en ese momento me cayó de golpe y me costó superarlas”, nos compartió.

Foto: En AltaVoz

“Ver cómo todo lo que habíamos trabajado por mucho tiempo, de repente en un día se había ido fue difícil. Para nosotros la primera parte en el proceso de recuperación fue  la aceptación, confiar en Dios como su palabra dice, todos los que aman a Dios les vendrán a bien….es difícil vivirlo, más fácil leerlo en la biblia, decírselo a alguien más pero cuando a alguno le toca vivirlo es complicado asimilar las palabras y poder realmente vivirlas, el apoyo de la familia fue crucial, amigos que no solo apoyaron la parte económica , siempre preguntando como estábamos , vamos a ayudarles, gente voluntaria para ayudarnos a limpiar la casa, fuimos, limpiamos, nos ensuciamos, nos llenamos de lodo, zapatos que no sirvieron después. Eso fue fundamental en el proceso de restauración.

Con mucho esfuerzo y sacrificio, Julie y Dennis han logrado adquirir otra casa. “Aún no hemos comentado con casi nadie que compramos otra casa así que le podemos dar la sorpresa a una parte de nuestra familia que no sabe, no lo habíamos comentado, gracias por darnos esa oportunidad y es catarsis para nosotros”, puntualizó.

Historias conectadas

Sonia Perdomo, una empleada de maquila residente en Chamelecón, también compartió su experiencia dolorosa. “Ese día de noviembre nosotros pasamos una pesadilla, mirábamos en las noticias todo lo que estaba pasando en el país, nos estábamos preparando para evacuar, pues hasta donde yo vivo no llegaba mucho el agua, pero ese día si lo hizo y de manera devastadora”, nos contó.

Resultaron momentos terribles, agónicos, traumáticos.  “Fue algo horrible en lo que a mi respecta pues esa noche con mi familia nos quedamos atrapados, no logramos salir a tiempo, el caos era grande, mucha gente intentaba irse en vehículos y varios quedaron varados porque no lo lograron”, expresó.

Sonia y su familia se quedaron atrapados, pero lograron subir a una terraza donde solo estaba el techo. “Soportamos agua toda la noche, el viento fuerte, muchas señoras morían de hipotermia y nadie venía a rescatarnos, no había energía eléctrica, no había señal, no había nada ese día y mi hijo también estuvo en peligro de muerte… no aguantábamos el frío”, relató conmocionada.

Horas después, cuando el sol comenzó a salir, logramos tener señal y pudieron pedir ayuda. Sin embargo, nadie vino.  “A eso de las 11 mandaron una lancha, era pequeña, la trajeron los de la Cruz Roja, de allí no lográbamos salir porque el agua nos llegaba hasta el cuello, no teníamos comida, pero cuando iba bajando nos movimos hasta cierto punto, porque realmente nadie nos ayudaba, sólo las mismas personas de aquí que ponían lazos para poder sacarnos con los niños y los adultos mayores”, recordó.

Foto: En AltaVoz

Vivir esa experiencia hizo que Sonia y su familia abrieran los ojos. “Estábamos solos contra el mundo, nadie podía ayudarnos, solo Dios y así transcurrieron esos días primero con Eta, superamos esa semana con apoyo de personas particulares, aunque lo perdimos todo, eran personas de noble corazón que nos colaboraron, para el caso, la Colectiva de Mujeres Hondureñas, mucha gente no tenía cómo ni con que comer”, manifestó.

La tristeza embargaba a los pobladores de Chamelecón, al ver a niños hambrientos en los albergues, la solución al alcance era la cooperación entre unos y otros. Dos días después de la tormenta Eta, los vecinos retornaron a sus hogares para sacar el agua y el lodo. No obstante, una noticia inesperada los hizo perder el control. “Recibimos la devastadora noticia que venía la tormenta Iota hacia nuestro país y tocó salir corriendo de nuevo, para salvar nuestras vidas que era lo único que nos quedaba”, dijo Sonia.

Después de los huracanes vino el momento de trabajar para la recuperación. Los pobladores retornaron y vimos el paisaje apocalíptico, las calles destrozadas y el lodo los hizo estremecer. Era como un cuento de terror. Una experiencia similar vivió Kreenda Welsh, residente en la Colonia Sitraterco de la Lima. “Estuvimos fuera de nuestra casa cuatro meses, fue muy dura la experiencia, pero sacamos fuerzas para volver a poner todo en orden y aquí estamos de nuevo”, señaló Welsh, quien cuida de su madre y apoya a su hermana Lisa.

Sonia y Kreenda son dos desconocidas, pero sus historias son similares y las une una fortaleza a prueba de todo. “Nos sentimos alegres de sobrevivir y saber de los conocidos y parientes que lograron sobrevivir”, puntualizaron.

El impacto visual al retornar a sus comunidades, ver escombros, carros volcados, recibir noticias sobre algunas familias que también perdieron todo, o familiares y amistades que desaparecieron o murieron, fue traumático para todos. Un año después de todo ese drama, Chamelecón, La Lima y San Pedro Sula han logrado resurgir de las cenizas como el ave Fénix.

 “Hemos podido salir adelante, hay muchas familias que perdieron sus casas, fue más difícil para ellos y ahora no tener donde vivir es crítico, aparte de enfrentarnos a una pandemia, sobrellevamos las tormentas, pero el mayor monstruo es el gobierno corrupto que no ha dado la cara, hoy resisto y aquí estoy, cada lunes salgo a buscar trabajo y vuelvo decepcionada, pero aquí sigo luchando contra corriente”, dice Sonia.

Pasó un año de la tragedia donde hubo pérdidas económicas, pérdidas humanas, ciudadanos devastados emocionalmente, pero lo que nunca perdieron la mayoría de hondureños fue la Fé, y siempre tuvieron presente que todo iba a pasar.

Las tormentas tropicales Eta y Iota devastaron el país, las secuelas resultaron incalculables y los miles de damnificados, constituyeron la gráfica de la fragilidad de sus municipios para afrontar fenómenos naturales que cada año dejan pérdidas millonarias por causa de las inundaciones.

Julie, Dennis, Sonia y Kreenda han luchado por cerrar este capítulo demoledor de sus vidas y seguirán avanzando para cumplir sus metas, con la fortaleza y la Fé que Dios ha puesto en ellos.  Y como Julie le dijo a su esposo “… ni las muchas aguas, podrán apagar este amor…”

Foto: En AltaVoz

Datos alarmantes sobre el impacto

Un informe realizado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de las Naciones Unidas reveló que las tormentas Eta y Iota en Honduras tuvieron un impacto de 45.676 millones de lempiras.  “Los impactos de las dos tormentas en Honduras fueron devastadores, tanto en términos sociales como en términos económicos.

A nivel humanitario fueron afectadas más de 4 millones de personas, 2.5 millones de personas en necesidad. Más 92.000 personas en albergues y 62.000 casas afectadas”, cita el informe.

La CEPAL estima que los efectos de ambas tormentas se traducen en un impacto de 45.676 millones de lempiras y una reducción de -0,8% en el crecimiento del PIB de 2020 que se suma a los efectos causados por la pandemia Covid-19 que está afectando severamente al país.

La mitad de estos efectos son daños directos, mientras que el 45% son pérdidas y el 5% restante son costos adicionales que surgieron como consecuencia de las dos tormentas. El sector privado se ve más impactado con efectos totales de 36.210 millones de lempiras, que corresponde a 69% de todos los efectos. El sector público con efectos de 9.458 millones de lempiras o el 31% de los efectos totales, indica la CEPAL.

Si bien la llegada de dos tormentas tan fuertes, separadas por solo dos semanas, fue un desastre natural sin precedentes en Honduras, muchas de las personas afectadas consideran que las autoridades del gobierno no mostraron la capacidad en la atención preventiva frente a los huracanes, ni a los efectos provocados durante y posterior a los mismos.

Foto: Denis Arita

El huracán Mitch en 1998 fue el segundo huracán mortífero que pasó por Honduras desde que se iniciaron los nombramientos oficiales en 1950; el otro huracán era Fifi que mató alrededor de 8 mil personas en 1974. Decenas de millares de casas fueron dañadas o destruidas, a causa de los deslaves e inundaciones.

Fotos: En AltaVoz

Esta publicación fue realizada con el apoyo del Fondo de Respuesta Rápida para América Latina y el Caribe organizado por Internews, Chicas Poderosas, Consejo de Redacción y Fundamedios. Los contenidos de los trabajos periodísticos que aquí se publican son responsabilidad exclusiva de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de las organizaciones.

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