Por Rafael Delgado Elvir
Economista. Catedrático universitario
Recientemente tuvo lugar en San Pedro Sula la XVII Cumbre Presidencial del Mecanismo de Tuxtla. Con el objetivo de promover el diálogo político, consolidar la paz, la democracia y fomentar la cooperación regional dicha instancia planeaba reunirse y abordar importantes temas de la agenda regional. Sin embargo, a dicho evento no asistió ninguno de los presidentes de los países miembros. A los que gobiernan en el país y sus portavoces no les quedó más que afirmar que se trató de un evento exitoso más. Otros, tratando de matizar lo imposible, afirmaron que se trató de una cumbre de bajo perfil. Pero es muy evidente que se trató de una cumbre fracasada, donde los que gobiernan el país tuvieron que platicar a solas para nuevamente empezar con el mismo guion de su discurso: lanzar más promesas y más mentiras.
Las razones de este fracaso en la realización de la cumbre presidencial son claras. Los que gobiernan el país han venido cosechando lo que por muchos años han sembrado. Cultivaron un ambiente de división política y social profunda con todas las acciones ilegales que han emprendido; se rieron a carcajadas de una ciudadanía que ha pedido desde hace ya muchos años el combate real a la corrupción y el narcotráfico; se enriquecieron e inundaron el país de droga; fracasaron claramente en guiar el país por el camino de menos pobreza. Todo esto ha provocado el rechazo abierto de la población quien sufre todo lo anterior día a día. Pero además ha trascendido al mundo entero y hoy la cúpula gobernante con sus aliados son reconocidos por ello, ubicando al país en la lista de los más débiles y de los más corruptos del continente.
Como en todas sus acciones, subestimaron al resto del mundo. Pese a toda la lacra que sucede en muchos países, no entendieron que son más fuertes a nivel continental las exigencias por una cultura de la decencia y la transparencia en el manejo de los asuntos públicos y en general de la política. Son innumerables las iniciativas a nivel local, nacional y mundial de diferentes tendencias que cada día hacen un escrutinio de la política y de los negocios. Ya nada puede esconderse; ya nadie puede pasar desapercibido de esos poderosos mecanismos. Pero creyeron estar solos y con todo a su disposición para convertir el presupuesto de la nación en su más caro objetivo, en controlar las instituciones para sus fines; en aliarse con el crimen organizado para asegurarse el control.
Las señales que vienen de afuera son muy claras. Los políticos norteamericanos, que han sostenido a JOH y han tolerado sus ilegalidades, ahora se sienten incómodos con tremendo peso muerto. Con una campaña electoral en ciernes que seguramente va a colocar en la agenda estos temas centroamericanos, no desean ser sorprendidos con señalamientos que indiquen tolerancia y apoyo al status quo hondureño. Los presidentes de la región con la misma lógica, prefieren alejarse de cualquier situación que pueda ser interpretada como cercanía a uno de los gobiernos más corruptos.
Seguimos padeciendo y pagando el costo del desprestigio de la cúpula que detenta el poder político y económico del país. Nadie espera milagros de Tuxtla ni mucho menos de los presidentes que se ausentaron. Sin embargo, la situación particular de Honduras evidentemente debilita aún más ese intento de abordar de manera regional los grandes problemas que nos agobian; disminuye la confianza en el país para enfrentar esos retos. Y eso no es el único costo que pagamos. Honduras, víctima de una crisis latente se ha convertido en un país más complicado de invertir para sus propios emprendedores que no perciben señales claras ni para el presente ni para el futuro.
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