Por: SEGISFREDO INFANTE

            En los pueblos de tierra adentro, y en las costas del país, el viajero avispado encuentra múltiples detalles que enriquecen, o podrían enriquecer, la vida nacional, tanto en lo que respecta a la variedad de personas mestizas como a la flora y fauna y sus entornos geológicos hermosos, en cuyos escondrijos se encuentran perlas preciosas difíciles de describir, razón por la cual siempre reaparece la pregunta de por qué motivos, aparentemente insondables, seguimos siendo demasiado pobres.

En una primera instancia yo tengo las respuestas e insinuaciones aproximativas, desde hace muchos años, que corren el riesgo de volverse aburridas si las escribo en forma dogmática, esquemática, ninguneante y autoritaria. En muchos de mis artículos dispersos el historiador científico del futuro encontrará las grandes interrogaciones acostumbradas y las posibles respuestas a las dilemáticas (incluyendo los trilemas polivalentes) y las constantes propuestas de soluciones sinceras. Me refiero a una clase de historiador científico, que además de historiador ojalá sea pensador profundo, que se encuentre muy lejano de los parcialismos espinosos, de los prejuicios inmediatos y de la jerigonza violenta que se encuentra emparentada con las ideologías y seudoideologías al uso.

Cuando era todavía un muchacho adolescente (y luego en mi segunda juventud), por motivos de trabajo viajé por casi todo el país, exceptuando el departamento de Gracias a Dios y el de Islas de la Bahía. También hice voluntariado a expensas de mi salud. En otro artículo he relatado mi experiencia de estudiante de primero y de segundo años de secundaria, con los damnificados del huracán “Francelia” y la creación de la colonia Las Brisas en Tegucigalpa, en uno de los márgenes derechos del río Grande o Choluteca. Creo haber relatado, además, mi experiencia intensa en dos cooperativas en la margen izquierda de los pantanos del Bajo Aguán. Me refiero a la cooperativa de “Los Leones” y a la del “Rincón”, que a pesar de ser  productivas y una de ellas “cooperativa piloto”, sus afiliados vivían en una “inexplicable” pobreza, casi extrema, por sus deudas con el banco que las financiaba. Ahí tuve ocasión de observar hasta el fondo, en un laberinto cenagoso sin aparente salida, los problemas del campesinado desarraigado y pobre.   

Para empezar los dirigentes de las dos cooperativas vecinas se odiaban “a muerte”, por motivos acerca de los cuales nunca encontré explicación. No se podía dormir en la noche por causa de los zancudos. Ni tampoco en el día por causa de las moscas. Los habitantes bebían agua de tierras pantanosas. Yo mismo pesqué una disentería que me tuvo al borde de la tumba, con el agravante que había que caminar todo un día (de ida y regreso) para llegar a un centro de salud sin asistencia y sin medicamentos. Nadie me había invitado a desplazarme a las cooperativas de la margen izquierda pantanosa del río Aguán o Romano. Me fui para allá motivado por los discursos y festejos de la “Semana Agraria” que había patrocinado el coronel Mario Maldonado y otros militares “jóvenes” y reformistas de aquellos años ya olvidados, en el contexto de un magno proyecto de transformación nacional, que a mi juicio es el único y verdadero “Plan Nacional de Desarrollo” en marcha que ha existido en toda nuestra historia catracha, al cual se opusieron ciega, visceral y criminalmente, varios de los que ahora mismo alzan banderas “revolucionarias”, con las mezclas actuales del neopopulismo. Lástima grande que las nuevas generaciones se hayan distanciado de los estudios históricos imparciales o desidelogizados.

En los últimos años he recorrido el país en algunas eventualidades. He redescubierto los matices con los cuales diferentes pueblos del interior hablan el idioma español. Me he detenido a degustar las gastronomías y a observar los trabajos artesanales (incluyendo bisuterías), a lo cual se dedican varios habitantes para reproducir sus peculiaridades culturales pero, sobre todo, para subsistir a las orillas de las carreteras y caminos. Es una forma de realizar micronegocios: formales e informales. De lo contrario esos paisanos tendrían que marcharse del país, delinquir o morir de hambre. Por otro lado son hermosas las pequeñas parcelas cuyas milpas maravillosas florean en el mes de agosto. Inclusive en algunas comunidades se habla de “agricultura orgánica”, según me lo ha relatado en fecha reciente el doctor y cirujano don Romualdo Rodríguez.

Una cosa interesante que he redescubierto en fecha recientísima (aunque lo he dicho en algunos artículos), es que los pueblos del interior del país están mayormente cansados de las confrontaciones políticas en Tegucigalpa y en San Pedro Sula. Lo único que les interesa realmente es cultivar sus pequeñas parcelas o su pesca. De hecho en algunas aldeas y caseríos los campesinos medios cultivan hortalizas y minúsculos jardines con rosales y lirios altivos de primera calidad. Bien lo decía el Rabino de Galilea: que ni el rey Salomón podría conseguir vestidos como los que atesoran los lirios del campo, que son como  arcoíris de belleza extraordinaria del paisaje y del paisanaje, en recodos hondureños.

Tegucigalpa, MDC, 18 de agosto del año 2019. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el jueves 22 de agosto de 2019, Pág. Cinco).

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