Juan Ramón Martínez
Honduras es un territorio agreste, cubierto de montañas y valles aislados que configuran mucho el carácter del hondureño. “Elusivo, haragán y taimado”. También ha determinado las formas de poblamiento, sus estructuras de gobierno; e incluso obstaculizado sus posibilidades de progreso y desarrollo. Las comunidades indígenas tuvieron poco desarrollo. Solo en occidente y en la franja que va desde allí hasta el centro de la Costa Caribe, se puede notar la presencia de los mayas, que ha sido la cultura más poderosa. Aislados, los tolupanes y los payas. Los lenca, siempre fueron muy dispersos. La lucha entre Lempira y Alonso de Cáceres, es presentada en las escuelas, institutos y universidades, como una en la que la única fórmula para derrotarlos era vía la traición. Y desde la colonia, Honduras fue un territorio que por su aislamiento ha sido fácil para la sospecha automática y la búsqueda de caminos distintas al cumplimiento de la palabra empeñada. Cristóbal de Olid, vino a conquistar la Costa Norte de Honduras y en el camino traiciono al Gobernador de Cuba, Diego de Velásquez.
Es decir que el domino español empieza con una traición, que, sin duda, tuvo algo que ver con el carácter y la forma de ser de los hondureños. Hernán Cortés envío a Francisco de las Casas quien es capturado por Olid que le retiene con cortesía; pero al final traiciona la hospitalidad recibida. Se rebela y lo captura, juzga y ajusticia. Es la segunda traición. Cortés, interesado en Honduras emprende viaje al distante territorio. Michi Strausfeld en “Mariposas Amarillas y los señores dictadores” escribe que “tan solo en la marcha a Honduras fracaso Cortés, y Bernal Díaz Castillo remata la imagen del conquistador con las derrotas. Leemos como reaccionó a ella el capitán mimado por los éxitos, como hubo de volver a situarse una y otra vez”.
Durante la provincia, Honduras mostro dificultades para la integración. Comayagua y Tegucigalpa, disputaron la primacía entre las ciudades, exhibiendo pruebas de los problemas para lograr acuerdos y la preferencia suicida por soluciones de fuerza rechazando acuerdos y transacciones. Estuvieron a punto de enfrentarse. Las guerras civiles ensangrentaron la campiña. Fortalecieron un localismo que solo en los últimos años se ha superado, aunque quedan barruntos de “lucha territorial” entre Esquías y San Luis, Comayagua, que vale la pena estudiar.
En 1838, Ferrera luchó contra Morazán, bajo cuya espada había servido. Lo traiciona y se torna su enemigo. Marco Aurelio Soto traiciona a Medina y lo fusila, porque reclamaba lo pactado. Policarpo Bonilla traiciona a Manuel Bonilla y se abre la primera fisura que marcara las relaciones entre las castas políticas del siglo XX. Carias, traiciona al PL. Gregorio Ferrera traiciona a Tosta y a Mejía Colindres, hasta concluir sus correrías enfermo, balaceado en una montaña cerca de Choloma.
Rodríguez, Caraccioli y Gálvez Barnes, traicionan a Velásquez Cerrato. Después, estos engañan a Julio Lozano al que derriban el 21 de octubre de 1956. López Arellano traiciona a Villeda Morales y a Ramon E. Cruz. Mel traicionó al Partido Liberal, engañó a Nasralla y le falló a Lobo. Flores abandono el liberalismo para protegerse a sí mismo. JOH, violo la ley, fallo a los gringos y embosco a varios carteles delictivos. Mel traiciono a Cálix y a Ávila, para imponer su voluntad.
Ahora enfrentados a alta ingobernabilidad donde son inevitables los arreglos para defender la tranquilidad del país, no hay una cultura del acuerdo; y menos una actitud de cumplimiento de la palabra empeñada. Es notoria una dosis de desconfianza que dificulta las negociaciones y los acuerdos. Los que se presentaron como caballeros del honor hasta hace poco, los militares, desde en tiempos de JOH se han refugiado en un legalismo infantil y en la defensa de la ley que se agota en la letra, perdiendo el espíritu de la misma, dejando de ser el fiel de la balanza, atrapados en un oportunismo calculador.
Los estadounidenses –metódicos en el estudio de los pueblos con que tratan– no confían en los hondureños. Xiomara los ha querido engañar con el tema de la extradición; o la estadía de sus tropas en Palmerola. Bukele y Ortega, no confían tampoco. Las elites nacionales no tienen fama de cumplir la palabra empeñada.
En esta hora aciaga necesitamos instituciones que disminuyan la desconfianza. Excluidos los militares, quedan las iglesias – católicos y evangélicos –, y los empresarios. Hay que usarlos. Es la alternativa.