Por: SEGISFREDO INFANTE

            Después de las gloriosas “Memorias” de Froylán Turcios, son muy pocos los libros autobiográficos de autores hondureños que se encuentran en los anaqueles de las cada vez más disminuidas bibliotecas locales. El poeta, cuentista y diplomático Oscar Acosta, se quejaba, siempre, que ni siquiera los ex–presidentes de la República dejan una compilación de sus discursos oficiales. Mucho menos sus biografías. Yo le contestaba, en aquellas conversaciones a veces chispeantes, que hay cosas que valen la pena leerse, por su autenticidad. Y otras que naturalmente son inauténticas. Creo que este libro del doctor José María Leiva Leiva, titulado “Una vida, una película”, vale la pena leerse, por varios motivos; entre otros que sabe contar amenamente sus andanzas por la vida, degustando en el camino aquellas copas robosantes de felicidad, y otras recargadas de sabor amargo; un sabor que sólo pueden leer entrelineadamente aquellos que conocemos a este caballero.

            Cuando el doctor Leiva Leiva se presentó en mi oficina de la vieja Editorial Universitaria, me dijo claramente que él era un docente universitario del área de derecho, que deseaba publicar un libro y que le dijera simplemente “Chemita”. Desde aquel instante comenzamos a cultivar una discreta amistad en torno de un tema principal, esto es, nuestra común pasión por la cinematografía, con la diferencia que “Chemita” Leiva ha realizado incursiones sistemáticas sobre el tema del “Séptimo Arte”, con una tesis de doctorado sobre lo mismo (que también publicamos), mientras que el autor de estos renglones ha escrito algunos artículos y poemas muy ocasionales sobre cine, en periódicos y revistas. Conviene añadir que el doctor Leiva ha mantenido una página semanal para cinéfilos, desde hace tantos años, en el diario LA TRIBUNA, un poco en la línea de Enrique Ponce Garay (QEPD), de Mauricio Durón y de “Robertico” Bude, sus “alternos”, por así decirlo.

            Como somos de la misma generación, y casi de la misma edad, es extraño que nunca hayamos coincidido conscientemente en los mismos cines de Tegucigalpa, habida cuenta que nuestras adolescencias transcurrieron en la capital. “Chemita”, por ejemplo, habla en su libro de los “Cines Gemelos Maya” de Tegucigalpa, los mejores de América Central en aquella época. Pues ocurre que yo trabajé en estos cines a finales de 1972 y comienzos de 1973, en unas vacaciones colegiales. Tal vez nos encontramos, y ni siquiera sabíamos de nuestras mutuas existencias. Contemplamos las mismas películas y frecuentamos los mismos lugares, incluyendo los del “Club Cine Ópalo”. Una de las tantas explicaciones podría ser mi permanente bajo perfil.

            En todo caso lo que interesa por ahora es el relato y correlato de la vida de José María Leiva Leiva, a partir, en primer lugar, de su libro “Una vida, una película”, edición personal del año 2019. En segundo lugar conozco de primera mano acontecimientos relacionados con los terribles quebrantos de salud de “Chemita” Leiva en estos últimos años, circunstancia con la cual me he identificado plenamente, al grado que hemos sido tratados por el mismo urólogo, el doctor Robert Gernat. Incluso le dediqué un artículo, en este mismo espacio de opinión, para inyectarle ánimos a un hombre que a pesar de todos sus reveses ha seguido escribiendo artículos de diversa índole. Porque “Chemita” Leiva posee una capacidad extraordinaria de trabajo. Ambos conocemos la soledad real de un escritor que por razones morales escribe uno o varios artículos a pesar de encontrarse asediado por una enfermedad fulminante; y a veces bajo el padecimiento de fiebres indescriptibles, tal como me ha ocurrido en ciertas ocasiones, incluso a mediados del 2018, con severos problemas de neumonía. También recuerdo haber redactado, hace algunos años, convaleciente de un espantoso dengue, un ensayo-conferencia sobre Clementina Suárez, para evitar fallarles a unos amigos de la “Fundación Clementina Suárez”.

            Conociendo todo lo que conozco, creo que José María Leiva Leiva debe ingresar en la lista de los héroes silenciosos y anónimos a los cuales me he referido en mi libro de filosofía “Fotoevidencia del Sujeto Pensante” (2013-2014), en el capítulo que concierne al “Heroísmo Intelectual”, en la parte que dice: “con el añadido que son los pensadores y científicos humildes quienes hacen resplandecer esa Historia (con “H” mayúscula), transfiriéndole algún sentido trascendental, más allá de aquella fenomenología empírica de hechos históricos rutinarios y aburridos”. Cuando hablo de los héroes silenciosos y anónimos que nunca hacen estridencias para llamar la atención, no me refiero, de ningún modo, a ciertos individuos que publican versos y libelos anónimos (en las tinieblas) para desprestigiar a otras personas. Posiblemente “Chemita” Leiva sea descendiente de la familia del ex-presidente santabarbarense don Ponciano Leiva, detalle sobre el cual nunca se ha jactado nuestro amigo. Sin embargo, es sobrino del diplomático e historiador don Rafael Leiva Vivas. El caso final es que el libro de “Chemita” fue presentado exitosamente en un hotel capitalino, por el periodista Miguel Caballero Leiva. ¡!Sea!!

            Tegucigalpa, MDC, 30 de junio del año 2019. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el domingo 07 de julio del año 2019, Pág. Siete).

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