BARLOVENTO

Por: Segisfredo Infante

He preguntado tres veces por la salud de Jorge Arturo Reina. La primera vez le pregunté a Rodil Rivera Rodil y su respuesta fue un tanto evasiva. La última vez le pregunté a uno de sus hijos y la respuesta fue concreta. Quedé pensativo y preocupado, por aquello del sentimiento pesaroso sincero que causa la declinación física o espiritual de una persona brillante que bien pudo “haber llegado más lejos”, para utilizar una expresión del narrador de Yoro, don Jorge Medina García.

Creo haber gozado de la simpatía (incluyendo la amistad) de la mayoría de los rectores y exrectores universitarios de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), comenzando por el ingeniero Arturo Quesada Galindo, uno de los responsables del diseño y ejecución de la ciudad universitaria en Tegucigalpa. Incluso trabajamos juntos, con Quesada, en la mal bautizada “Comisión de la Cuarta Reforma”, en tanto que el concepto fraseológico correcto era “Tercera Reforma”. Debo exceptuar a tres o cuatro rectores cuya malquerencia conmigo me resultó inexplicable. Pero sus nombres, por respeto, conviene cubrirlos “con un piadoso manto de silencio”, tal como lo hubiese sugerido el semiótico y novelista italiano Umberto Eco.

Volviendo a Jorge Arturo Reina Idiáquez, estoy casi seguro que me lo presentaron a mediados de la década del setenta del siglo pasado. Antes de aquel momento apenas había escuchado mencionar su nombre. Recuerdo que era un hombre jovial que de entrada resultaba simpático, y que poseía fama de ser un personaje inteligente y políticamente sagaz, con inclinaciones que oscilaban entre el liberalismo social (de su Partido Liberal) y ciertas posturas de “izquierda”. Sus amigos más cercanos, entre ellos el excanciller hondureño Edgardo Paz Barnica, relataron que Jorge Arturo Reina se había destacado en sus luchas estudiantiles contra la dictadura transitoria de Julio Lozano Díaz y por la conquista de la autonomía universitaria de la UNAH. Vale la pena hacer constar que según el dirigente proletario de la costa norte (ya fallecido) don Agapito Robleda, “la dictadura de Julio Lozano Díaz había sido peor que la dictadura del general Tiburcio Carías Andino”. Aunque era un hombre que solía exagerar las cosas, algo de cierto podría haber en tal afirmación de Agapito, respecto del gobierno de “Don Julio”, un presidente que se dejaba manipular por los chismosos e intrigantes de su entorno inmediato, quienes incluso habían conspirado contra la estabilidad laboral y la salud espiritual del gran polígrafo Rafael Heliodoro Valle, según me lo confirmó Eliseo Pérez Cadalso.

El nombre de Jorge Arturo Reina se puede asociar, legítimamente, a las luchas estudiantiles universitarias y a la conquista de la autonomía de la Universidad Nacional de Honduras, con la cual se han beneficiado decenas de miles de estudiantes pobres y de clase media. Conquista con la cual siempre fue coherente, antes, en el momento y después de fungir como rector de la mencionada institución. Negarle este mérito, más que un crimen podría ser “un error”, según una frase famosa del viejo diplomático francés Maurice de Talleyrand. Muchos de los funcionarios públicos y privados (de diversas tendencias ideopolíticas) han escalado relevantes peldaños en la estructura social hondureña, gracias a las posibilidades múltiples de una institución universitaria con estatuto autónomo. (No independiente). Cuando algunos de esos funcionarios aislados han conspirado, alevosamente, contra la UNAH, les he subrayado, en forma personal, que son unos ingratos, porque sin la autonomía universitaria y sin la educación superior estatal, simplemente “no serían nada ni nadie”, incluyendo al pobre individuo marginal que escribe estos renglones, con sentido de gratitud y lealtad crítica. Por eso me sorprendió un amigo exrector cuando hace un año aproximado propuso una nueva intervención directa contra el “Alma Máter”.

Ahora mismo recuerdo una conferencia del doctor Hernán Corrales Padilla (exrector universitario) en al Auditórium Central. Siendo uno de los redactores de la primera “Ley Orgánica”, él aconsejaba que nunca permitiéramos que los políticos manosearan dicha ley de educación superior. Y que había que mejorar la universidad, pero sin lastimar la autonomía y su presupuesto.

Hoy deseo destacar los méritos de Jorge Arturo Reina, en tanto que para señalar, inventar y exagerar defectos no se requiere de ningún talento. Jorge Arturo, en verdad, hizo crecer la universidad. Bajo su rectorado se consolidó el Sistema Bibliotecario de la UNAH, que posteriormente fue descuidado, y casi abandonado, por una persona enajenada con las tecnologías digitales de punta. Recuerdo que en cierto momento Jorge Arturo se resintió conmigo por un artículo de análisis político de coyuntura, y muy prudentemente me llamó por teléfono. Hoy quiero subrayar, de nuevo, que Jorge Arturo Reina ha sido uno de los hombres más talentosos de Honduras, y que anhelo fervorosamente que este artículo se lo lean en voz alta sus familiares más cercanos.

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