Patria, cuanto más se le sufre, más se le ama. A pesar de ser en su mayoría expulsados de su tierra, nuestros compatriotas que emigran hacia otras tierras, se llevan la patria en lo hondo de su corazón. El himno nacional cantado en tierra extraña nos pone a llorar de patria ausente. En esa idea de patria, hay algo muy profundo, que causa emociones, crea fidelidades, proporciona identidad.

Patria tiene que ver con el pedazo de tierra donde nacimos, con el patio, sus animales domésticos, sus flores y sus comidas. Cuando abandonamos la tierra, ese desarraigo nos deja algo de orfandad, y en cualquier parte donde andemos, cargamos ese dolor de patria ausente. Sin embargo, esta patria a la que le cantamos y a la que nuestros compatriotas migrantes le lloran desde la distancia, es la misma en donde hemos construido un pequeño infierno. Violencia, muerte, drogas, son parte del paisaje de la patria. La migración sigue, y así aumenta la sensación de orfandad. Pero el amor permanece.

¿Qué es lo que mantiene el amor, tantas veces y tan profundamente golpeado? Hay algo profundo que tiene que ver con ese sentido de patria que nos remite a nuestro propio nacimiento, con nuestras propias entrañas. Y por eso cuanto más vemos sufrir a la patria, más la amamos. Es cierto que la patria está hundida. Sin embargo, y a pesar de tantas incertidumbres y angustias, la inmensa mayoría de nuestra gente sigue apostando por hacer el bien.

A pesar de tanta violencia organizada desde diversas estructuras de poder, mucha gente sigue resistiendo al mal y se esmera en hacer el bien, y de hacerlo sin publicidad. Brota vida desde la rebeldía de mucha gente que confía en sus propias fuerzas y no hipoteca su futuro en personalismos que emergen como salvadores. Las comunidades y organizaciones que luchan en rebeldía pacífica, que resurgen de las inundaciones y de las sequías, son ejemplo de un pueblo que sigue creyendo en el futuro, que construye patria y ama la patria. Porque patria al final de cuentas, es capacidad de mantener la vida, y mantenerla con dignidad.

Honduras sigue valiendo la pena, por su gente honrada y en resistencia, por sus emigrantes, por sus soñadores y sus persistentes artesanos de paz. Ellos y ellas nos convocan a caminemos juntos, cargando con la tarea cotidiana de construir una patria en donde toda su gente goce de iguales oportunidades y corra por igual con los mismos riesgos.

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