Por: SEGISFREDO INFANTE

            En un estudio introductorio de Mario Felipe Martínez Castillo sobre “El Cacicazgo de Camasca”, pueblo de indios en el occidente de Honduras, el autor postula algunas hipótesis interesantes pero contradictorias. Entre otras cosas dice (lo cito literalmente) que “El desconocimiento de cual fue la verdadera realidad de los caciques principales o totoques de nuestros pueblos se debe en parte, a que ninguno de ellos llegó a destacar por sus dotes intelectuales y apenas podemos señalar entre otros el caso del Dr. Ruiz, descendiente de los caciques de Chinandega, que llegó a ser vice-rector del Colegio Tridentino de Comayagua, catedrático de filosofía y Latinidad y aspirante por oposición a la canonjía Doctoral del cabildo catedralicio en 1809.” (…) “Otro caso sería el del cacique indio Don Antonio López, catedrático de lengua indiana y descendiente de los caciques de Catacamas, Olancho, quien solicita ayuda para los recién fundados pueblos de Dulce Nombre de Jesús y San Esteban Tonjagua en las montañas de Agalta el año 1608.” Me detengo aquí, en estas citas de un ensayo de Mario Felipe publicado en la revista “Historia Crítica” de septiembre de 1998, para algunas aclaraciones e interpretaciones.

            La primera de todas, conociendo a ciertos lectores, es la de evitar confundir el pueblo de “Camasca” con el pueblo de “Catacamas”, por aquello de los grafemas y fonemas similares. La segunda aclaración es que pareciera, por lo menos en el ensayo citado, que el gran historiador colonial hondureño Martínez Castillo, exhibe dudas sobre el origen de los indios de Camasca. No está seguro si acaso son “mexicas” o “tlaxcaltecas”, asentados en Honduras por los conquistadores, habida cuenta que ambos pueblos de indios fueron enemigos encarnizados entre sí, por lo menos doscientos años, durante el periodo prehispánico. (En mi caso personal he publicado un par de artículos relacionados con el pueblo tlaxcalteca de Camasca, y con otras personas nativas traídas por los españoles). 

            Resulta necesario recordar, en este punto clave, que la mejor y más completa investigación histórica sobre el pueblo de Camasca en el occidente de Honduras y en toda la región ístmica, la ha realizado el abogado e historiador salvadoreño don Pedro Antonio Escalante Arce, mediante su libro “Los Tlaxcaltecas en Centro América”, a quien desearía conocer en forma personal, y cuyo volumen puedo localizar, todavía, en mis anaqueles luchando contra las feroces e implacables termitas. A diferencia de Mario Felipe, don Pedro Escalante esclarece absolutamente el origen “tlaxcala” de los indios y caciques altamente privilegiados de Camasca, quienes quedaron exentos de pagar impuestos a la gobernación de Comayagua y a la Corona misma de España. También quedaron fuera del servicio militar al momento de pelear contra los piratas del Caribe, razón por la cual tuvieron severos enfrentamientos legales con un obispo tlaxcalteco llamado don Juan Merlo de la Fuente (de su mismísimo linaje indígena) que deseaba convertirlos en tributarios.

            Empero, el punto central de este breve artículo es desvirtuar un capítulo de la historiografía oficial (y oficializada) hondureña, y en cierta medida latinoamericana, derivada de las “reformas liberales” del siglo diecinueve, en el sentido que ni los indios ni tampoco los mestizos tenían acceso a la educación formal durante el periodo colonial. Lo cual se ha demostrado archivísticamente como falso. El mismo Mario Felipe Martínez Castillo, quien escribía tal como hablaba menciona, cuando menos, a dos indígenas hondureños que llegaron a ocupar altos puestos en el Colegio Tridentino de Comayagua, y a varios nativos y mestizos que tuvieron acceso a la primeras letras, por iniciativas de los frailes, las autoridades eclesiásticas y por los mismos reyes de España. Uno de esos indios, probablemente de origen “paya” o “pech”, fue don Antonio López, oriundo del remotísimo pueblo de Catacamas, en el valle del Guayape, Olancho, en la temprana fecha de 1608. (Es oportuno subrayar que los pardos y mestizos, por lo menos en provincias demasiado periféricas como Honduras, llegaron a las escuelas doctrineras más tardíamente que los indios puros, en tanto que tales mestizos nacían como en “tierras de nadie”).

            A la par del texto anterior hemos encontrado los nombres de cuatro obispos católicos cristianos de origen indígena: 1) Don Francisco de Solís, indio otomí, obispo de Manila. 2) Don Juan Merlo de la Fuente, originario de Tlaxcala, obispo de Luzón y de Honduras. 3) Don Nicolás del Puerto, indio zapoteca, obispo de Antequera. Y 4) Don Juan de Espinoza y Medrano, obispo del Cuzco, más conocido como “Lunarejo”. Es más, algunos indígenas aislados llegaron a convertirse en capitanes generales. Esto se llama, queridos lectores, imparcialidad histórica, con sus luces y sus sombras.

            En cuanto al pueblo de indios de Catacamas, Olancho, es preciso subrayar el nombre del “paya” don Antonio López, catedrático de lengua indiana, bajo la consideración que algunas monografías que se publican sobre estos municipios son excesivamente pobres, deprimentes y desinformadas, aun cuando ya comienzan a editarse algunas rigurosas.  

            Tegucigalpa, MDC, 15 de marzo del año 2020. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el domingo 19 de abril del 2020, Pág. Siete). (Se reproduce en el diario digital “En Alta Voz”).  

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