Por: SEGISFREDO INFANTE
Cuando un usuario ocasional se mete en los archivos locales o se detiene a hojear papeles polvorientos, a veces se topa con informaciones inesperadas. He encontrado de pura casualidad un ejemplar de una publicación (número 28) que jamás pasó por mi mente que existiera o haya existido. Me refiero a la revista “Morazán en la Historia”, dirigida por Servio Tulio Mejía, con el auxilio de Julio Rodríguez Ayestas, J. Efraín Castellanos, Elvia Castañeda de Machado, Raúl Gilberto Tróchez y Jorge A. Coello. El número especial, del año 1986, está dedicado a la memoria de Jorge J. Larach (QEPD), fundador de tres periódicos hondureños, uno de ellos ya desaparecido.
Al hojear sus páginas, con formato de libro estándar, me han interesado varios textos, incluyendo uno de Litza Quintana (Elvia Castañeda de Machado) y otro opúsculo, infrascrito, por Julián López Pineda. Pero ahora deseo detenerme en una corta semblanza que el poeta Raúl Gilberto Tróchez le dedicó a Medardo Mejía, cinco años después de su fallecimiento. El artículo se titula “Recordando a Medardo Mejía: el humanista”. Es curioso que Tróchez le haya regalado un ramillete póstumo a don Medardo Mejía, por las fuertes diferencias de personalidad entre ellos. Quizás lo hizo por la amistad triangular con el archivista Julio Rodríguez Ayestas.
Sin mencionar la fuente originaria, R. G. Tróchez cita párrafos tomados de una subespecie de autobiografía de “Don Medardo”, es decir, “Refiere Anisias, el paso de aquel milpero”. En dichas páginas el escritor menciona que bajo la influencia de Froylán Turcios y otros personajes olanchanos de finales del siglo diecinueve y comienzos del veinte, comenzó su carrera de escritor fundando “un periodiquito estudiantil llamado Luz y Patria”. Este dato me recuerda, por otro lado, que según el bibliógrafo nacional Miguel Ángel García, el líder estudiantil Carlos Antonio Arita Valdivieso (QEPD), fundó y dirigió en Santa Rosa de Copán, el periódico “Vanguardia Occidental”, un “quincenario de crítica, orientación y combate”, que circuló entre 1959 y 1961, detalle que también ha sido confirmado por su hermano Mario Arita Valdivieso.
Tróchez escribió literalmente lo que sigue: “Medardo Mejía dejó muchas obras publicadas y otras listas para entrar en prensa. Entre las primeras tenemos: Discurso del Dorado; algo sobre política hitleriana del doctor Ángel Zúñiga Huete; José Antonio Domínguez en el Himno a la Materia; Capítulos provisionales sobre Paulino Valladares; El Movimiento Obrero en la Revolución de octubre (en Guatemala); El humanismo en la presidencia de Guatemala; Don Juan Lindo, el Frente Nacional y el Anticolonialismo; Ante-Proyecto de Constitución de la República de Honduras; Cinchonero, La Ahorcancina y Medinón (trilogía aparecida con el título de Los Diezmos de Olancho); Historia de Honduras (dos tomos); Anathé y Fuego Nuevo, poemas; Antología Poética de Alfonso Guillén Zelaya, con título de El Quinto Silencio”. (…) “Trinidad Cabañas, Soldado de la República Federal; El Genio de Cervantes y el Secreto del Quijote en América Latina; Froylán Turcios en los Campos de la Estética y el Civismo, y Memorias de Froylán Turcios.” (Percibo que los títulos de estos libros están mal transcritos).
No se incluyen en la lista anterior otros aportes medardeanos, como el de dirigir con denodado esfuerzo la “Tercera Etapa de la Revista Ariel” (1964-1976). Tampoco el folleto conmemorativo “José Cecilio del Valle, gran precursor del movimiento de liberación nacional de la América Latina” (1977); ni el suplemento “Carta Agraria a Epifanio Hernández”; ni la publicación del libro “Comizahual”; o el largo proceso de impresión de los seis tomos de la “Historia de Honduras”, rescatados y publicados por nosotros en la vieja Editorial Universitaria de la UNAH. De igual manera habría que añadir los “Cuentos Completos” de Medardo que publicó la Editorial Iberoamericana, por iniciativa del poeta, académico y editor Oscar Acosta.
Con Medardo Mejía se corre el riesgo de estereotiparlo, por desconocimiento directo de su personalidad o ignorancia de los entrelineados de su obra global, misma a la que debemos aproximarnos con cautela. Creo que uno de los intentos de aproximación hiperbólica fue realizado por el uruguayo-hondureño Oscar Falchetti, mediante su “Introducción profana a Medardo Mejía” (1976), versión archierudita con la cual ofreció una conferencia en Londres. En la parte final del ensayo, Falchetti cita al homenajeado, con el cierre que después de morir “volverán a florecer los macuelizos”, bella proposición que fue retomada por Ramón Oquelí, poco después de fallecer “Don Medardo”. Por mi parte le he obsequiado a Medardo Mejía, desde que estaba vivo, y después de fallecido, veintenas de artículos, ensayos y menciones en el precario discurrir de mi existencia, por aquello de la amistad genuina y la mirada imparcial, y por saber distinguir, con respeto, las diferencias generacionales y las cosmovisiones y estilos de cada quien.