La falta de oportunidades de empleos que se perdieron en la pandemia ha sido un detonante para la migración de miles de hondureños hacia Estados Unidos.

Redacción En Alta Voz

Los nervios eran evidentes. Manos temblorosas y palabras que fluían a cuenta gotas. Evelyn Murillo, a sus 51 años fue desplazada por la violencia de estructuras criminales que la obligaron a entregar su casa, en El Venado, una pequeña aldea de Villanueva, Cortés, al norte de Honduras, en 2019.  A los dos años retornó de México al ser deportada, pero en 2020, la pandemia de Coronavirus (Covid-19) le dio el golpe final.

“Perdí a varios familiares por esa maldita enfermedad y yo me tuve que ir porque los pandilleros nos habían amenazado, imagínese, sin trabajo, sin posibilidades de nada y ahora con esta pandemia, que triste lo que estamos viviendo”, lamentó.

Para el licenciado Jesús Santos, sociólogo experto en Violencia y Criminología: “el impacto del Covid en el crecimiento de la violencia es relativo. Se han afectado más los aspectos de convivencia ciudadana por el tema del encierro y el desempleo aparte de un menor ingreso en las familias. Eso ha incrementado la violencia intrafamiliar y el maltrato a los niños, pero si hacemos un análisis comparativo según datos de la Secretaría de Seguridad, en agosto de 2020, la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes a nivel nacional fue de 39.95, mientras que en 2021 fue de 51.13, es decir que se elevó 12 puntos.

Dentro de los homicidios las grandes ciudades son las más afectadas sobre todo San Pedro Sula, en el sector Rivera Hernández y Tegucigalpa. También ha subido el índice de robos y hurtos, expresó. Podría decir, afirma, que este repunte sea efecto del Covid 19 pero también es provocado por la crisis social y política que vive el país. No solo se le puede achacar al Coronavirus, más que eso, es una variante social y se ve en el tema migratorio, muchas personas siguen abandonando el país sobre todo hacia Estados Unidos y España, entre otros destinos de la diáspora catracha. 

Números rojos

Durante los primeros ocho meses y 20 días transcurridos de 2021, Honduras registró 36 homicidios múltiples o masacres en los que perdieron la vida de forma violenta 126 personas, 19 mujeres entre ellos.   Así lo dio a conocer la directora del Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma (OV-UNAH), Migdonia Ayestas, quien lamentó el miedo en la población que suscitan estos actos violentos.

“Lo que provocan es que la gente se inhabilite a caminar por los espacios públicos y generalmente es a no utilizarlos”, expresó.

Además, dio a conocer que el OV-UNAH registró 51 reportes de violencia política en todo el territorio nacional; 14 de estos 51 han terminado en homicidios, precisó.  Además de las masacres el país reporta aumento de la violencia por razones políticas.

Siguen saliendo

La incertidumbre de la inseguridad, las amenazas de grupos criminales y la falta de oportunidades laborales porque el Covid nos dejó sin trabajo me obligan a irme, afirma Evelyn Murillo. “Nadie me da una oportunidad, por eso me voy a Estados Unidos, quizá muera en el camino, pero lo prefiero a quedarme en este lugar, soñaba con vivir tranquila en mi casa, con mis hijos, pero no se pudo”, dice.

Murillo parece no saber que el gobierno del presidente Juan Orlando Hernández recibe cuantiosa ayuda del exterior para apoyar a personas que, como ella, buscan sobrevivir.  “Es cierto que hay programas como una bolsa solidaria o de viviendas, pero a uno de le dan nada y si es cierto que reciben dinero para ayudarle a la población ni mi familia ni yo nos beneficiamos, eso va a parar a manos de los corruptos”, lamenta.

Así como Evelyn Murillo, madre soltera de cuatro hijos, estiman economistas, el 67 por ciento de los hondureños, es decir, Seis millones 300 mil habitantes, la va pasando, en precarias condiciones y en comunidades remotas donde miles de familias aún subsisten con un dólar al día. “Hay pueblos que se quedaron sin hombres porque se fueron en busca de un mejor futuro para Estados Unidos, a otros los mató la delincuencia y el presidente Hernández no ve eso, vive en una nube de fantasía donde lo que quiere es vacunar a lo loco antes de que se le vayan a vencer las donaciones”, dice Murillo.

Daniel Martínez tiene la licenciatura en Economía de una universidad local. “Me cerraron puertas, sin opción, llevé mi hoja de vida a varios lugares y siempre dijeron que me llamarían, nunca ocurrió porque vivo en una zona controlada por pandillas, estuve trabajando como taxista, vendí comida, pero apenas sacaba para pagar deudas, tengo familia en Estados Unidos, sé que me costará llegar, pero voy a conseguir trabajo allá y ganaré dólares, aquí no puedo, la universidad nos forma para ser empleados y el mercado es inestable por la pandemia”, expresa.


Su futuro es incierto y no saben si van a sobrevivir, pero prefieren irse de su tierra y huir de la violencia. El Covid poco les importa.

Son testimonios similares

 No denunciaron por miedo, pero es cierto, en algunos barrios de San Pedro Sula, hay casas abandonadas, desmanteladas, en colonias manchadas por los grafitis de las maras Salvatrucha y 18 y de otras que están en proceso de formación. En esos sitios, los que alguna vez pudieron ser hogares felices, hablan, gritan cosas, cuentan retazos de grandes historias.  Ingresamos en una de ellas, en la periferia de la ciudad, no es muy grande, tal vez dos cuartos, una pequeña terraza y un patio.

Por lo poco que se aprecia, no es difícil decir que las familias que alguna vez vivieron en estos sitios, dejaron su cariño y empeño, hoy, diluido en un saco roto.  Las advertencias pintadas en las paredes son sólo una señal que sus antiguos residentes, sufrieron el desplazamiento, la huida, el perderlo todo.

Un joven de 17 años que llamaremos Jorge por seguridad, se quedó en Honduras por compromiso con su abuela que lo crio desde que tenía dos años. “Vamos a salir de esta crisis del Covid y yo seguiré vendiendo muebles reciclados, por ahora no puedo continuar con mis estudios, pero sueño que ser mecánico y voy a lograrlo”, dice.

Para el presidente de la Asociación Nacional de Medianas y pequeñas Industrias de Honduras, Efraín Rodríguez, la falta de oportunidades laborales por causa del Coronavirus, la carencia de oportunidades económicas, sociales y la inseguridad, han llegado a provocar desaliento y allí se genera la migración. Es un impacto psicológico grave.

¿Qué están haciendo las empresas para evitar y contribuir a que haya más desarrollo en el país? “No es trabajo de las empresas traer desarrollo a un país. El trabajo de las empresas es generar productos, servicios y utilidades. Con ello se genera el empleo. El empleo no es el motivo principal de una empresa. El desarrollo lo trae el gobierno con infraestructura, social, económico, seguridad, salud, educación. Estos son factores de desarrollo”, considera.

Desde su perspectiva, el éxodo masivo se puede evitar si se fomenta la capacidad de hacer realidad los sueños de los hondureños. “Hacer todo lo que yo deseo hacer en este país, aviador, químico, ingeniero, licenciado, abogado, etc. y emprender mi propio negocio. Muchos de esos sueños son solo tener una casa, un empleo estable, una familia y seguridad.

Se podría potenciar las micro y pequeñas empresas al proveer financiamiento a costos diferenciados. El 60% del empleo en el país lo genera la Mipyme formalizada y más del 25% del empleo lo genera la micro empresa no formalizada. La tasa de desempleo en Honduras, según OIT es de 400mil. Datos cuestionados por expertos. El sub-empleo anda alrededor del 60% según el economista Claudio Salgado.

Otro testimonio

Si la vida de “María López” pudiera explicarse con una línea de tiempo, una sucesión de hechos representados por coordenadas y picos unas veces altos, otras veces bajos, podríamos decir que su antigua vida acabó cuando su familia recogió lo poco que podía y huyó de su barrio sin rumbo fijo. Ahora le queda trata de no contagiarse de Covid19.

Un momento trágico, aunque quizá no tanto como el asesinato de sus padres, emboscados en el camino, no muy lejos de su casa, muy cerca de una estación de taxis; tres balas, ningún testigo, sangre saliendo de la boca. Un instante doloroso, a fin de cuentas.

El crimen activó por fin esos sensores nerviosos que desde el cerebro les ordenan a los pies correr. Los mismos individuos que se presume los mataron, en ese mismo año, ya habían acabado a otros cuatro miembros de la familia de María, para entonces una colegiala de 16 años con muchos sueños. Usted podría preguntarse: ¿por qué esa familia no huyó cuando cayó la primera de sus víctimas? ¿Quién aguanta tanta muerte antes de decidir irse de su comunidad?


La violencia en tiempo de pandemia también se ha ensañado con los más vulnerables.

Lo que un día fue

Habrán sido, alguna vez, felices. Lo deja entrever ese paisaje sobresaliente detrás de una ventana sin vidrios y sin barrotes. Al fondo, El Merendón, sombreado por las nubes. Quienes vivieron aquí añejaron sus recuerdos. Lo dicen los árboles de mango que inundan con su aroma todo el patio. Más adelante, otra casa abandonada, habla más que la vecina nerviosa de la vivienda de al lado que revuelca las pocas palabras salidas de su boca y responde apresurada y nerviosa, a preguntas del policía que acompañaba a un grupo de reporteros.

 Esa vecina no recuerda el nombre de los inquilinos.  “La casa, la desmantelaron, no hay techos, ni focos, ni ventanas, tampoco cableado eléctrico, aquí, no queda nada”, dice con lágrimas la mujer que afirma llamarse “Trina”. Ella empaca lo que puede en cuatro horas. Se siente triste, se pregunta: ¿se puede meter toda una vida en una maleta? La respuesta es obvia. Apenas y alcanza llevarse, además de la ropa, un televisor.

En el patio, hay frutas masticadas, semillas chupadas, colillas de cigarrillos, una botella plástica que alguna vez almacenó aguardiente. En el servicio sanitario hay restos de heces. Ya están secos. Los pocos vecinos dices que allí se reúnen algunas personas.  Nos alejamos del sector y después de cruzar dos redondeles y tres calles estamos en otra colonia.

Otra casa que habla. Y otra más: alguien arrancó los ladrillos de una y ha sembrado una pequeña huerta en el patio y en el último cuarto. En otra, unos niños han entrado a jugar con pintura. Se mancharon las manos y las estamparon sobre las paredes. En uno de los pasajes hay varias propiedades abandonadas.

 ¿Qué les pasó a esas familias? ¿Por qué huyeron? ¿De qué huyeron? ¿Quién compra o alquila una casa para luego dejarla abandonada? ¿Por qué nadie llega a vivir ahí? ¿Por qué ningún vecino explica adónde se fueron esos otros vecinos?

Nadie se atreve a contestar esas preguntas. Mueven la cabeza en señal negativa y entre el silencio y la mirada esquiva uno alcanza a percibir algo que se podría traducir como miedo. Pánico a decir algo que no deben decir. Temor a ser vistos hablando con la policía o con un periodista.

Pero el guardián que nos acompaña, es atrevido y desconfiado. Dice que la gente que se ha quedado no contesta porque “en boca cerrada no entran moscas”. Uno no sabe si creerle a él o sospechar que esos que se han quedado simplemente tienen miedo. Quién sabe.



El Valle de Sula es vulnerable por la violencia y el Covid.

La raíz

Hace más de diez años, Honduras libra una cruenta guerra. No hay nada concluyente sobre la razón que la originó. Todo comenzó cuando unos jóvenes, deportados de los Estados Unidos, se mezclaron con otros muchachos más jóvenes en barrios, plazas y parques.

Los que bajaron del norte tenían un nuevo estilo no solo de ver la vida sino de la moda. Vestían camisas flojas, pantalones flojos, pañoletas, gorras… Los de acá se fascinaron con esa nueva moda. Que se mezclaran no fue ningún problema. El problema fue que los de aquí hicieron crecer a las pandillas de los que venían de allá. Los odios continuaron.

Así, dos de las pandillas más peligrosas del mundo proliferan en Guatemala, El Salvador y Honduras, un campo fértil para la batalla, y los Estados se convirtieron apenas en un observador “acomodado” de esos enfrentamientos.

No está nada claro, pero si la historia reciente fuera una línea de tiempo, en los últimos años podrían ubicarse muchos estallidos, representados por picos altos, que demuestran la evolución de las pandillas a base de peleas, cuchillos, balas y muertes. Hoy el panorama es diferente y sus armas sofisticadas. Son brazos armados del narcotráfico.  Ahí donde vivían sus miembros, las pandillas comenzaron a dominar el territorio, se expandieron, y pelearon otras zonas a lo largo y ancho de estos países.

Un informe elaborado por el equipo técnico conjunto de la embajada de Estados Unidos y el Gobierno de El Salvador, en el marco del programa Pacto para el Crecimiento, da cuenta que el alto costo de la violencia en Guatemala, por ejemplo, no llega al 8% de su Producto Interno Bruto (PIB), mientras que Honduras ronda el 10%.

Cifras publicadas en julio de 2018, establecen que más de 190,000 personas se vieron obligadas a abandonar sus casas en Honduras por la violencia, de acuerdo a denuncia del Consejo Noruego para Refugiados, que urgió al Gobierno a implementar “de inmediato” una ley de desplazamiento forzado que asegure “protección” a los desplazados. Otras, se fueron porque se quedaron sin trabajo en la pandemia.

Algo queda muy claro: de cada 100 personas que viven en estado de extrema pobreza; 90 disponen de menos de un dólar para solventar sus requerimientos y “probablemente una buena parte de estas personas y hogares se encuentren en el ámbito rural, en donde la población, por lo general, no tiene permanentes ingresos monetarios provenientes de remuneraciones o de ganancias”.


36 masacres reporta el Observatorio de la Violencia en lo que va de 2021.

Tortilla con sal es el alimento diario de miles de residentes en el interior, donde, cuando no hay para maíz, salen de sus casas a faenar, sin probar un desayuno y, al regresar, la historia se repite. “Allá no hay comida y el virus no les preocupa porque no se mezclan con la gente, ya quedamos pocos”, dice don Víctor Fonseca.

¿Y ustedes quieren regresar? –le preguntamos a María y a Trina. “Por mí, yo quisiera estar en mi lugar otra vez, pero es imposible volver. Las casas de nosotros ya están ocupadas por gente de los mismos pandilleros.

Ellos se apoderaron de ese lugar”, dicen con lágrimas en los ojos. Y como recortaron el personal de la fábrica donde trabajábamos en Choloma por eso del Coronavirus, no tenemos nada más que buscar otros destinos…Las casas están allí, algunas volvieron a ser habitadas y luego sus inquilinos las dejaron de nuevo, pero siguen en pie, y cuentan el drama de cientos de familias que viven en silencio sus propias historias de violencia y de pandemia.

Esta publicación fue realizada con el apoyo del Fondo de Respuesta Rápida para América Latina y el Caribe organizado por Internews, Chicas Poderosas, Consejo de Redacción y Fundamedios. Los contenidos de los trabajos periodísticos que aquí se publican son responsabilidad exclusiva de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de las organizaciones.

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