Por: SEGISFREDO INFANTE

            Durante la crisis del 2008-2010, unos personajes que “se las saben todas”, llegaron subrepticiamente a manchar de color azul el busto del poeta Juan Ramón Molina. Eso a la altura del puente del mismo nombre, entre Tegucigalpa y Comayagüela. Le comenté el asunto al poeta Rolando Kattan. Ignoro si el amigo se hizo cargo de reparar el daño que “pacíficamente” habían inferido otros individuos anónimos, contra el símbolo de uno de los poetas líricos más excelsos de la historia de las letras nacionales. Es interesante, desde el punto de vista histórico y antropológico, que nada ni nadie se salva de las acciones corrosivas de los “bárbaros” de cualquier país y de cualquier época. Pero tampoco se salvan aquellos mismos que ejercen acciones barbáricas impunes, aunque hablen en nombre de los pueblos, ante el juicio posterior imparcial de la “Historia”, aun cuando tengan victorias momentáneas, que pueden durar décadas o siglos. Las cosas, al final de la jornada, vuelven a sus cauces normales, esto es, a las aguas mansas y profundas en donde se arremolinan los saberes de alto quilate de los mejores representantes de la humanidad.

            En fechas recientísimas don Mario Hernán Ramírez y doña Elsa de Ramírez me hicieron llegar una fotografía del “Cementerio General” en Comayagüela, en donde el busto de Juan Ramón Molina aparece rodando por los suelos. Increíble que hayamos traído sus restos desde San Salvador para vilipendiarlos y humillarlos por causa de un segmento de ignorantes que, cuando las coyunturas o la desidia lo permiten, hacen guasa de las cosas más sagradas de la historia intelectual de nuestro país. Los guasones vergonzantes creen que la historia nacional, o universal, comienza con ellos. Piensan (si es que acaso piensan) que nada que sea importante, o insignificante, ha existido antes que ellos y ellas. Padecen del complejo del tigre del cual hablaba el filósofo Julián Marías, cuando señalaba a algunos personajes que al remirarse en los espejos creen que son los primeros tigres rayados que han existido en el mundo. Claro, el tigre, el jaguar o el gato montés, por muy hermosos que sean por fuera, no tienen conciencia ninguna de su existir fáctico por dentro. Simplemente proceden por instinto biológico. El gato montés nada sabe de la autoconciencia individual y universal. Ni tampoco de los valores nacionales, sean individuales o colectivos. 

            A la par de la barbarie contemporánea y de las malas intenciones, existe la desidia de algunas autoridades específicas encargadas de velar por el ornato de la ciudad; o de aquellos cementerios populares que todavía conservan los restos mortales de nuestros ancestros, lo mismo que algunas pequeñas joyas arquitectónicas que las familias y amigos ofrecieron a sus parientes fallecidos. La primera vez que visité en forma deliberada el “Cementerio General” en Comayaguëla, cuando era todavía adolescente, lo hice con el propósito exclusivo de visitar la tumba del poeta y cuentista Juan Ramón Molina. Mi reacción fue de ambigua tristeza. Encontré un humilde sepulcro resguardando los restos mortales del singular poeta modernista, con un pequeño busto sin mayores reconocimientos. A unos pocos metros localicé, para satisfacción íntima, el sepulcro del gran cuentista y poeta olanchano Froylán Turcios. Más tarde me allegué al sepulcro de Ramón Rosa y de otras personalidades que hicieron esfuerzos mentales y materiales por el engrandecimiento de Honduras, aunque a veces los mismos hondureños nos hayamos encargado de ignorarlos, despreciarlos o minimizarlos. 

            Una sociedad que desprecia los valores edificantes de su pasado, es una sociedad con escasas posibilidades de lograr un porvenir halagüeño. Una sociedad que desprecia sus cadáveres beneméritos, es una sociedad condenada a desaparecer. No necesito, pues, en este texto y contexto, coincidir con las posturas filosóficas positivistas, románticas y utilitaristas de un Ramón Rosa, para admirar con sinceridad sus esfuerzos por modernizar a Honduras, y por instalarla en los mejores renglones de la economía mundial. Los ruidosos, gamberros y venenosos jamás podrán apagar “el silencio sonoro” de las personas que desde cualquier esquina de la historia, por muy humilde que ésta fuera, sacaron lo mejor de sus espíritus para aportar algo imborrable a la colectividad humana.

            José Cecilio del Valle, el “Padre Reyes”, Álvaro Contreras, Ramón Rosa, Antonio R. Vallejo, Froylán Turcios, Juan Ramón Molina,  Paulino Valladares, Rafael Heliodoro Valle, Alfonso Guillén Zelaya, Julián López Pineda, Medardo Mejía, Jorge Fidel Durón, José Antonio Peraza Casaca, Eliseo Pérez Cadalso, Elvia Castañeda de Machado, Ramón Oquelí, Roberto Castillo, Marcos Carías y otras personalidades valiosas, contribuyeron al mejoramiento gradual de Honduras y América Central, al margen de sus tendencias políticas o partidaristas, evitando, en la medida de lo posible, los derramamientos de sangre fraterna. Por eso, hace pocos años hice una propuesta escrita al gobierno central (en el marco del “Bicentenario”) para que construyéramos un cementerio específico de los cerebros fallecidos más ilustres de nuestra historia nacional y regional ¡!Sea!!

            Tegucigalpa, MDC, 28 de julio del año 2019. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el domingo 04 de agosto de 2019, Pág. Siete).       

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