Por Manuel Torres Calderón

Creo que se faltaría a la verdad histórica, a la exactitud que él mismo reclamaba, si a la par del nombre de Javier Darío Restrepo se completara el consabido dato de un obituario: 1932-2019.

En efecto, el maestro Restrepo falleció este 6 de octubre en su natal Colombia, a los 87 años, pero sus ideas, su ética, no tienen fecha de caducidad programada, al menos hasta que no las borre el olvido, “el gran borrador de huellas”, al que se refirió en uno de sus últimos artículos publicados.

En ese sentido, lo peor que se puede hacer con sus enseñanzas es recluirlas en el museo del periodismo, archivarlas en la historia o hablar de él en tiempo pasado, como un buen hombre que decidió abandonar, a mediados del siglo veinte, 17 años de sacerdocio y abrazar al periodismo. Ya entonces, cuando dio ese paso, advirtió por qué lo hacía: “Cerrar una revista es mucho más grave que tumbar una catedral”.

Del Maestro Restrepo hay que referirse en tiempo presente, es obligatorio hacerlo así porque sus opiniones y cuestionamientos sobre el oficio y la comunicación social son absolutamente válidos.

Su dilatada experiencia profesional, que incluye cubrir unas seis guerras en el mundo, lo hizo entender con claridad la esencia del oficio de informar: “asumir la profesión no como poder sino como servicio”.

Precisamente, llegar a ese concepto tan claro, y a la vez complejo, lo hizo promover la defensa de las raíces éticas del periodismo; es decir: informar, no deformar o desinformar; mantener la independencia de criterio, contribuir a que la opinión pública asuma su propia posición ante determinados hechos; aplicar los mismos principios éticos a la noticia como al comentario; rechazar alinearse a la polarización ideológica partidarista de intereses en conflicto; denunciar la injusticia; promover la transformación social; no hablar en nombre de otros sino que los otros hablen a través de los medios; tener suficiente distancia crítica y autonomía con el poder, cualquiera que éste sea, incluyendo el poder de quién es dueño o dirige el medio; consultar opiniones plurales; no banalizar la información; respetar las fuentes y el secreto profesional; no intrigar; no adular; no especular; transmitir los hechos con sencillez, transparencia y profundidad; promover y defender los derechos humanos; leer, leer, leer; escuchar, escuchar, escuchar…

Ese periodismo que practicaba y defendía no tenía apellidos específicos, no era clasificable, porque no lo necesita. Entendió que el periodismo debe asumir la condición de sustantivo. Que su compromiso es con la ética del oficio, con sus valores, con la justicia, no con la seducción de una ideología, el discurso de un político o la oferta electoral de un partido.

Es posible que esa sea la forma más solidaria para ejercer el periodismo y, posiblemente, también, de las más solitarias, sobre todo en estos tiempos cuando se exige incondicionalidad política, obviando que para comprender mejor muchos de los problemas que nos preocupan, es necesario volver a analizar los contextos en que ocurren y no perder de vista la memoria histórica. Nuestro país suele dar grandes rodeos para volver al mismo punto.

De todo ello habló, a inicios de marzo de este año, cuando realizó su última visita a Tegucigalpa, invitado por una organización que lo convocó a exponer sobre “el rol del periodismo en la construcción democrática”.

Ya con la salud frágil (una mano le ayudó a bajar una grada del escenario), subrayó, con energía juvenil que “para el oficio solo sirven las personas independientes, el alma más liberal y abierta”, “los medios no se deben manejar como negocio”, “la tarea del periodista es auscultar siempre la vida de la sociedad, no puede intervenir el interés comercial”, “el periodismo debe estar independiente del sensacionalismo”, “el periodista construye su independencia”, “lo digno del periodismo es su independencia”, el periodista es alguien que tiene que inspirar confianza, no debe ser dependiente de empresas, partidos”, “científicamente no se puede hacer un trabajo si está polarizado, el científico es alguien que tiene el periodismo abierto, consciente de que una polarización disminuye su campo de conocimiento, la polarización deteriora, desnaturaliza el ejercicio de la profesión”, “el periodista que está adorando las redes sociales, termina siendo utilizada por ellas”, ”el periodista no se debe dejar deslumbrar o reemplazar por la tecnología”…Temas sobre los que pensar y reflexionar, todos los días, no sólo como oyente de un foro.

No sabíamos aquella mañana que sería la última vez en que nos compartiera su pensamiento en persona, pero, con cierta premonición, en las entrevistas que dio a medios de prensa, el Maestro remarcó una frase que debiera ser epígrafe y no epitafio del buen periodista, del buen humanista: “el día en que yo no construyo mi libertad, retrocedo”.

Gracias Maestro; hará falta.

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