Según anunció oficialmente la Organización Mundial de la Salud, la pandemia de la covid-19 terminará en 2023. A tiempo con el Día Mundial de la Salud, surge la pregunta de qué tanto aprendió la humanidad ante esa, la peor crisis global en 100 años, sobre todo ante la evidencia de que algo así podría repetirse más pronto de lo pensado.

Por Fabiola Chambi de Connectas

Mascarillas, lentes, guantes, trajes de protección. Hace tres años la humanidad se puso una armadura para hacer frente a un enemigo invisible al que nadie entendía y todos temían. El puente del miedo a la esperanza fue por mucho tiempo intransitable, pero ahora el camino parece más liviano porque, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 2023 podría marcar el fin de la pandemia.

Al respecto Patricia García, exministra de Salud de Perú, profesora principal e investigadora de la Universidad Cayetano Heredia, aclara que las pandemias no acaban porque alguien lo dice, pues es un proceso. “La transmisión ha ido disminuyendo fundamentalmente por la introducción de las vacunas y la Organización Mundial de la Salud está tratando de darle una mirada positiva. Pero no se trata solamente de decir terminó el COVID, el virus se queda con nosotros y se tiene que hacer un seguimiento desde la salud pública para saber, por ejemplo, si vamos a necesitar vacunarnos anualmente como la influenza”.

Las cifras servirían para entender la magnitud de uno de los peores capítulos de la historia reciente, pero la realidad es que nunca se sabrá exactamente cuántas personas perdieron la vida por la covid-19. Un estudio publicado en Nature con datos de la OMS, indica que entre 2020 y 2021 se habrían registrado unos 14,83 millones de muertes en todo el mundo, casi tres veces mayor de lo estimado.  

Estos cálculos aún resultan imprecisos porque, en muchos casos, no hubo transparencia para recopilar o publicar información. Este informe indica que “solo 100 países del mundo, un 52%, disponían de datos detallados y completos sobre mortalidad”. 

Pero no se trata solo de los decesos directos por la covid-19, sino de los daños colaterales y el impacto que la pandemia ha dejado en el sistema sanitario y la sociedad. A propósito del Día Mundial de la Salud, el 7 de abril, la OMS celebrará su aniversario bajo el lema “75 años mejorando la salud pública” y además con la campaña “Salud para Todos”.

Después de las graves deficiencias evidenciadas con la pandemia, cabe preguntarse cuánto se ha reducido, o por el contrario, se ha ampliado la brecha del acceso a un servicio de salud de calidad. En la teoría es un derecho para todos, pero en los hechos, solo para unos cuantos.

Si bien ningún país estaba preparado para esto, América Latina sufrió el peor embate con el colapso sanitario, por su carencia de insumos, falta de personal y lo peor, la corrupción. Fallaron los gobiernos y la población lo pagó.

“Muchos gobiernos hicieron más énfasis en la economía que en la vida, y seguimos teniendo esa conceptualización errónea, hedonista y además utilitarista. También nos dimos cuenta de que los políticos son pésimos científicos y no son quienes deben dirigir una campaña sanitaria. Por eso, hoy más que nunca, debemos recordar que la única manera de mejorar el bienestar de una población es apostar por la salud pública”, dice el doctor Marco Tulio Medina, vicerrector de Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Honduras y director del Centro Colaborador de la OMS.

La corrupción, el flagelo de estos países, no dio tregua durante la pandemia. Solo por mencionar algunos casos, altos funcionarios de Perú, Argentina y Chile se vieron beneficiados con las vacunas de manera irregular y antiética. México no se quedó atrás con la denuncia de un contrato de más de 950 mil dólares para la compra de ventiladores a una empresa del rubro de la construcción, la jardinería y la obra hidráulica. En la misma línea Bolivia se anotó otro escándalo con la compra también de aparatos de respiración con un sobreprecio de hasta tres veces el valor del fabricante, los mismos que al final no se pudieron emplear para salvar vidas en la etapa más crítica de la emergencia. Otro oscuro episodio ocurrió en Ecuador cuando se develó que una red criminal negoció con funcionarios de salud para obtener un contrato millonario de venta de bolsas para cadáveres con un sobreprecio de hasta 13 veces su costo real. Y son muchos más los ejemplos que, incluso tres años después de la emergencia, no tienen sentencias o siguen en investigación.

Sobre este episodio, el doctor Alberto Narváez, especialista en control de enfermedades y profesor de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Central de Ecuador, expresa su enojo: “En este país, al igual que en muchos otros, hay ladrones que se llevan todo lo que pueden y esa también es la enseñanza de ese tiempo. La miseria humana que salió a flote, porque los políticos siguieron robando, los negociados fueron un pan de todos los días”.

A pesar de esto, la ciencia respondió y estuvo a la altura en un tiempo récord, tomando en cuenta las dudas alrededor del virus letal. Un estudio de la revista The Lancet, que modeló el mundo con y sin vacunas, calculó que se salvaron 19,8 millones de vidas en el primer año de la pandemia, aunque la mayoría en los países más ricos. Como se esperaba, los avances y soluciones también develaron una fuerte inequidad.

“Hubo humanismo en el trabajo de la ciencia y la lección es que este sector debe ser fortalecido porque el trabajo durante la emergencia fue muy fuerte, a pesar de la cantidad de noticias falsas que buscaban el beneficio de algunos”, remarca el doctor Medina. La desinformación y las consignas antivacunas tuvieron en el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, a uno de sus mayores exponentes, con altos costos de vidas en su país. 

Después de las intensas campañas de vacunación en el mundo, el 28 de marzo de este año un anuncio de la OMS parece pasar la página. Expertos recomendaron no administrar  las vacunas de refuerzo para la población que no esté en grupos de alto riesgo, por el elevado nivel de inmunización en las poblaciones más numerosas.

Los especialistas del Grupo Asesor Estratégico de Expertos de la OMS en vacunas (SAGE), dividieron a la población en tres grupos de riesgo: alto, medio y bajo, y dejaron en claro que solo el primero requiere nuevas dosis de refuerzo.

Las enfermedades de hoy

El fin de la pandemia, como vaticinó la OMS, no necesariamente significará el fin de la covid-19 ni de los efectos que ha desencadenado. “Puede que la pandemia o epidemia del covid-19 se termine, pero está la endemia de las enfermedades virales y bacterianas juntas en un sistema de salud bastante débil. Aunque el sistema de vigilancia y la red de epidemiología hayan mejorado para el control de epidemias, eso no necesariamente garantiza el control de las futuras”, dice Narváez. 

En medio de un sistema de salud deficiente se hace necesario mirar las otras enfermedades. Las que quedaron como secuela, las que se agudizaron, las que no fueron prioridad, las que ahora son el verdadero problema. “Seguimos teniendo muertes en exceso por otras enfermedades como la diabetes, la hipertensión arterial, el infarto agudo del miocardio, los accidentes cerebrovasculares, las insuficiencias cardíacas y las insuficiencias renales, probablemente producto del mismo covid y también tenemos muchos casos de covid persistente”, añade Narváez.

Por otro lado, antes de la pandemia la salud mental había estado invisibilizada. Según un informe de la OMS, la prevalencia mundial de la ansiedad y la depresión aumentó un 25% en el primer año y una de cada tres personas desarrollará un trastorno neurológico en algún momento de su vida, lo que convierte a estas afecciones en la principal causa de discapacidad y la segunda de muerte. “La pandemia nos ha dejado un constante estrés y muchas personas están sufriendo los estragos (…) La depresión es un problema grave, también porque existe el estigma y por eso tiene que ser tratado con fármacos, de manera clínica, pero nuestros sistemas de salud no están preparados, faltan psiquiatras, psicólogos, personal calificado”, asegura la doctora García.

Frente a esta realidad, muchos países optaron por poner en marcha servicios para atender las afecciones y plantear en sus planes sanitarios apoyo psicosocial. Pero aún resulta insuficiente, y el estrés global sigue consumiendo lentamente a la sociedad.

“He tenido un duelo funcional”

Hace dos años, cuando el papá de Tania Imaña falleció a causa del COVID-19, muchas personas conocieron la batalla que libró por salvar su vida. Ella usó las redes sociales para una campaña desesperada y a contrarreloj porque vivió en carne propia las falencias de un sistema de salud limitado y hostil, en el que tuvo que buscar los medicamentos, el espacio en el hospital y los recursos económicos. Pero sus esfuerzos no alcanzaron y el virus letal actuó. “He tenido un duelo funcional porque sabía que tenía que seguir trabajando, seguir con mis cosas. No hay una pausa para que puedas dedicarte solo a gestionar tu dolor. Pero esto, de alguna manera, te permite continuar con tu vida”, dijo.

Al igual que Tania, miles de personas tuvieron que buscar formas de lidiar con las pérdidas. Cada una tendrá historias particulares de estos terribles tres años, pero la pregunta es la misma. ¿Qué aprendimos?

“Aprendí que no hay edad para el dolor. En estos años siento que mi papá muere muchas veces más. Estás viviendo tu vida, haces un trámite, haces tus cosas y de repente recuerdas que está muerto y vuelve a morir. Andas con una muleta emocional hasta que aprendes a aceptar que tu vida cambió”, reflexiona Tania.

¿Qué nos depara el futuro?

“Un hongo súper resistente que mata en 90 días”. Hace poco ese titular despertó nuevamente las alarmas. Se llama Candida auris y los expertos lo han calificado como una “amenaza urgente”, porque sobrevive a múltiples medicamentos, se propaga fácilmente por medio de los centros de atención médica y puede causar una enfermedad mortal. Y algunos incluso sugieren que pudo exacerbarse por la “presión relacionada con la pandemia en la atención médica y el sistema de salud pública”.

Además, “la posibilidad de tener nuevamente una pandemia sigue alta, debido a varios factores, entre ellos la sobrepoblación humana. Hemos invadido espacios en la naturaleza, que antes eran totalmente aislados, incluso la posibilidad de zoonosis. La posibilidad de una nueva infección que afecte a un grupo importante de la población sigue siendo una amenaza en el futuro cercano”, dice el doctor Medina.

Por otro lado, el ecuatoriano Narváez considera que la pandemia también despertó la solidaridad de la población ante la ausencia del Estado. “La ayuda entre los vecinos y con las personas afectadas ha sido muy grande y eso es parte de la enseñanza, cómo una comunidad organizada puede contribuir enormemente en estas circunstancias. Y eso todavía perdura”.

Para la doctora García es importante hacerse las preguntas correctas, ¿hacia dónde vamos? y ¿cómo vamos a prepararnos después de esta experiencia? “Este tiempo postpandemia nos debe servir para ver qué problemas nos ha dejado y cómo los vamos a resolver para el futuro”. La experta peruana está convencida de que los esfuerzos en salud pública deben ser globales y se está trabajando en ese camino a través del “Tratado sobre Pandemias”, un trabajo de negociación al que se han sumado varios países con el fin de establecer medidas que puedan mejorar la preparación y respuesta ante posibles futuras pandemias. El primer borrador del documento, difundido en febrero de este año, incluye “líneas claras de acción y rendición de cuentas antes y durante una crisis como la vivida durante la pandemia de COVID-19. También han identificado la necesidad de incluir incentivos que promuevan la toma de las acciones correctas; apoyo financiero y técnico para aquellos países con menos recursos y un sistema global que asegure el respeto a las disposiciones del Tratado”.

Hace tres años, un virus desconocido se dispersó por el mundo y convirtió de un día para otro la vida normal a la que estábamos acostumbrados en una realidad distópica. Hoy tal vez hayan quedado atrás las noticias aterradoras de muertes que invadieron los medios y las redes sociales, cambiadas por un solo titular: “Ya no hay pandemia”. Aunque esta, en su legado más negativo, dejó ese temor apenas cubierto con una falsa seguridad y un futuro incierto.

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