Rubén Escobar
El concepto geográfico y de problemática social compartida que llevaron a acuñar el concepto de Triángulo Norte de Centroamérica (Guatemala, Honduras, El Salvador), no existe más, y los rumbos que han tomado los países en los últimos años llevan a visualizar dos tendencias en el ámbito político y de desarrollo. Por un lado, Nicaragua y El Salvador han adoptado un giro hacia una cultura autoritaria en el manejo del poder; y por el otro Honduras y Guatemala, con sus gobiernos actuales, intentan modelar valores que se acercan a la democracia en un intento incipiente por crear un Estado de derecho.
Ese es el enfoque expuesto por la socióloga Leticia Salomón durante el foro “Una mirada centroamericana a la democracia, avances y desafíos”, transmitido por Radio Progreso bajo la dirección del Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación (Eric, de la Compañía de Jesús).
“Alguien en los Estados Unidos definió el Triángulo Norte, no sólo por estar geográficamente en el norte de Centroamérica, sino por ser países con problemas muy similares, pero eso se ha ido diluyendo, porque en la medida en que Honduras se va pareciendo más a Guatemala, nos vamos diferenciando de El Salvador, y aparece Nicaragua. El Triángulo se ha convertido en una relación de cuatro”, expuso la investigadora social.
Trece conceptos para evaluar las democracias de C.A.
El análisis se enfocó en los cuatro países con problemas y desafíos similares, dejando fuera a Costa Rica, que está por delante en cuanto a condiciones políticas, económicas y sociales. Para ello, Salomón revisó trece conceptos cuya presencia o ausencia determinan qué tan democrático es un país.
El primero es practicar “elecciones”, acto que se ha convertido “en la puerta de entrada a la democracia” pero cuya sola presencia no determina si un país es democrático. Lo importante es determinar el tipo de gobierno que se va a instaurar después de las elecciones.
El segundo es la presencia de “valores democráticos”: pluralismo, permitir la existencia de organizaciones con intereses diferentes; tolerancia, aceptar que otras personas piensen diferente y reconocer su derecho a existir; y respeto a la diversidad, que en el planteamiento y solución de problemas sociales participen personas con visiones distintas.
El tercero se enfoca en ver el tipo de “cultura política”, ramificado en una “cultura política autoritaria” y “una cultura política democrática”. Un ejemplo de cultura autoritaria es el uso de las Fuerzas Armadas en la resolución de la conflictividad social, práctica heredada de la Guerra Fría y que sigue vigente.
El cuarto es el respeto al Estado de Derecho enfocado en tres grandes aspectos. Uno es el respeto a los derechos individuales (económicos, políticos, sociales, culturales, etc.,); y los otros dos hacen referencia a conductas que no deberían estar en una democracia: la “politización partidaria de la justicia”, entendida como la obediencia de actores judiciales (jueces, magistrados y fiscales) a los políticos que los nombraron; y la “judicialización de la política”, cuando se inventan cargos penales contra políticos para bloquear su participación en cargos de elección popular.
El quinto concepto es la relación del gobierno con los poderes fácticos, aquellas fuerzas capaces de intervenir y dar una sacudida al poder político. Estos son: Fuerzas Armadas y policías, empresa privada, iglesias y medios de comunicación, especialmente los corporativos.
El sexto es el manejo de la conflictividad política y social. Donde priva la cultura autoritaria los conflictos se resuelven mediante la represión a través de policías y militares; en una cultura democrática se brindan soluciones reales a los problemas.
El séptimo es brindar atención a las necesidades básicas de la población: empleo, salud, educación, seguridad, vivienda, alimentos. Un gobierno democrático trabaja más para satisfacer las necesidades sustanciales, de lo contrario cae en rezago y aumentan las cuentas pendientes con los ciudadanos.
El octavo concepto hace referencia al involucramiento político de más alto nivel en la corrupción. “Ustedes me dirán ‘corrupción siempre ha habido y siempre habrá’, pero nunca se ha producido un fenómeno en la dimensión como se produjo en los últimos 12 años”, apuntó la catedrática universitaria.
El noveno punto tiene que ver con el anterior: el involucramiento político de altas autoridades en narcotráfico, maras y pandillas. El décimo alude a la concentración de poder. A mayor nivel de concentración en pocas manos, menos democracia.
El decimoprimero es tener una sociedad polarizada en torno a valores religiosos, políticos, familiares, de preferencia sexual u otros temas. La polarización es un elemento distante de la democracia.
El siguiente concepto es la relación de los gobiernos con organizaciones y movimientos sociales que buscan reivindicar derechos sociales ¿es una relación confrontativa, discriminativa, de choque?
Y el último es el “manejo político de la migración”. ¿El gobierno permite a sus ciudadanos salir libremente de su territorio o usa a policías y militares para bloquear fronteras? ¿Se busca dar soluciones a grupos sociales que exigen reivindicaciones y cuya inconformidad se manifiesta al emigrar?
Coincidencias y diferencias
Aunque el Triángulo Norte está entrando en una etapa de distanciamiento en las formas de manejo del poder, aún persisten ciertas coincidencias, según el análisis de Salomón. En primer lugar, los tres gobiernos heredaron arraigados esquemas de corrupción y ahora tratan de desmontar esas estructuras y reflejar, con sus acciones y discursos, un claro rompimiento. El único que no entra en esta categoría es Nicaragua porque Daniel Ortega gobierna desde el año 2007.
Históricamente los tres han padecido problemas similares, que no han sido superados. Además de la corrupción están: debilidad del Estado de derecho, inseguridad, violencia (en particular de las maras), migración, polarización política y social. En el caso de Honduras también se dio en los últimos doce años un involucramiento político, de alto nivel, en narcotráfico y con maras y pandillas.
“Estos problemas crecieron y se magnificaron en gobiernos anteriores y a los gobiernos actuales les toca ver cómo desmontan todo eso para tratar de salir adelante” en medio de la crisis, refirió la investigadora.
Nicaragua comparte con estos países el problema de la corrupción, y si fuera competencia “quién sabe si sale ganando, porque los niveles de corrupción crecieron demasiado al grado de deformar la gestión pública”, apuntó. Donde sí es diferente es en cuanto a mejores niveles de seguridad, no tiene problemas de maras y pandillas y la orientación de su migración es distinta, porque su principal país receptor en los últimos años ha sido Costa Rica, donde viven unos 400,000 nicaragüenses, de acuerdo a un informe de El Diálogo, de 2022. Los migrantes del Triángulo Norte apuntan hacia Estados Unidos.
Un punto donde coinciden los cuatro países es en los niveles de polarización y confrontación, pues existen grandes sectores que “saltan a apoyar al gobierno, pero también hay muchos que saltan a criticarlo”. En Honduras la polarización se originó tras el golpe de Estado de 2009 y no ha parado de crecer, sin que ninguna institución haga lo necesario para bajar los niveles de agresividad y confrontación.
Nicaragua y El Salvador: concentración de poder y cobertura de necesidades
La principal característica de estos dos países es la cuota “altísima de concentración de poder”, lo que se traduce en que los tres poderes del Estado se reducen a la voluntad de uno solo: el Ejecutivo. La figura presidencial es la que coordina, controla y subordina al Legislativo y Judicial, un modelo que no es propio de las democracias.
La siguiente característica que comparten es el control o cercanía con los poderes fácticos, comenzando con las Fuerzas Armadas y la policía. “Ahí no hay ni siquiera la posibilidad de que a alguien se le ocurra dar un golpe de Estado, o cuestionar o criticar o decir que no están de acuerdo, porque simplemente el control sobre ellos es casi absoluto”, dijo Salomón.
Pero además, en ambos países hay un fuerte control sobre la empresa privada. En el caso específico de Nicaragua también se ha desarrollado una cultura de sometimiento de los medios de comunicación y las iglesias para “sacarlas del escenario ideológico”. Los otros países “también tienen lo suyo pero no en niveles tan grandes como ocurre en Nicaragua”, apuntó.
Otros aspectos que denotan una cultura autoritaria de ambos países es la relación distante y a veces de confrontación con organizaciones no gubernamentales y movimientos sociales, pero también “existen niveles bajísimos de respeto a los derechos fundamentales”.
En un punto en que destacan ambos países es en la atención a las necesidades básicas. “Un gobierno autoritario necesita tener una base de apoyo. Ya tiene a los poderes fácticos de su lado, que los consigue de cualquier manera para que lo apoyen, pero trata de ganarse la simpatía de los sectores más necesitados a través de la cobertura de vivienda, salud, educación, empleo y seguridad”, explicó la expositora.
Este enfoque de trabajar en temas sensibles para la población, crea una base de sustentación que permite a los gobernantes recibir manifestaciones de apoyo. En El Salvador se reflejó recientemente en las elecciones donde salió reelecto el presidente Nayib Bukele.
Honduras y Guatemala, desafíos y esperanzas en busca de democracia
Estos dos países van saliendo de gobiernos que tenían una alta concentración de poder (Juan Orlando Hernández en Honduras y Alejandro Giammattei en Guatemala), y que ahora mismo Xiomara Castro y Bernardo Arévalo quieren poner distancia con esas estructuras.
Entre las características que los enlazan están los ataques desde los poderes fácticos. En primer lugar hay una confrontación abierta con una empresa privada representada por una cúpula empresarial que, en su mayoría, logró grandes beneficios con los gobiernos autoritarios precedentes, y ahora se sienten desplazados del poder.
Ese sector empresarial de alto nivel, “se convierte en enemigo acérrimo de cualquier gobierno que trate de desplazarlos”, por lo que tienden a reagruparse y comienzan a atacar, a veces de forma frontal pero en otras de manera sutil, utilizando un lenguaje específico en los medios de comunicación corporativos que están a su disposición. “Ustedes ven un periódico y voltean a otro y saben claramente quién es el que está manipulando el ataque a un gobierno, por la forma en que lo dice, por las cifras que menciona o que omite”, refirió.
De acuerdo a lo que Salomón ha observado, existe un esfuerzo en ambos gobiernos en reducir el autoritarismo, fomentar el Estado de derecho y avanzar en el respeto a los derechos humanos. Además, percibe una disminución en el involucramiento político en la corrupción y el narcotráfico. “En el caso de Honduras, no podemos decir ahora tan fuerte y tan claro que el Gobierno está involucrado en grandes actos de corrupción, lo que no significa que no haya ningún acto de corrupción”, aseveró.
Recomendó al gobierno hondureño mantenerse distante de los países autoritarios -sin entrar en peleas frontales ni rupturas definitivas-, pues en la medida en que se involucra con Nicaragua y El Salvador le va a salpicar el autoritarismo de esos gobernantes y le hará más daño que beneficio. Por el contrario, se debe propiciar un acercamiento con Guatemala en busca de un beneficio mutuo.
Además, habrá que trabajar más intensamente en satisfacer las necesidades básicas de la población y evitar el desencanto. En la medida en que se logre se estará ayudando a la gente, se fortalecerá la base social de apoyo y eso podría disminuir la agresividad de los poderes fácticos y permitirá “pasar de la defensiva a la ofensiva en materia de recuperación democrática del país”.
Enfatizó que actualmente en Honduras y en Guatemala la oposición mantiene un discurso de que “democracia” es lo que ellos practican y no las políticas que ejecuta el gobierno. Para sustentar sus argumentaciones incluso han “revivido fantasmas del pasado, como el anticomunismo primario y desfasado”. Sin embargo, ninguna de las medidas adoptadas hasta ahora permiten anticipar que el país tomará ese rumbo, luego de dos años de gobierno de la presidenta Xiomara Castro. “El manejo de la situación crítica que vive el país, no da para estar pensando en comunismo. El manejo es de sobrevivencia ¿cómo se hace para sobrevivir?”, concluyó.