Por: SEGISFREDO INFANTE

            Todos los seres humanos más o menos racionales que llegamos a los umbrales del otoño, anhelamos en algún momento hacer confesiones sinceras a los demás, ya sea que estén relacionadas con el mundo en general, con el país o con la vida personal. Muchas de mis confesiones están dispersas en los artículos y ensayos publicados en periódicos y revistas; pero sobre todo en el diario “La Tribuna”. Menuda, cansina y barroca tarea la de rastrear tales fragmentos en páginas ya publicadas. Algunas son confesiones íntimas y otras son expresiones externas. Por ejemplo mi experiencia laboral en la imprenta “Alba” en Juticalpa, a los catorce años y medio de edad, con la historia anexa de “La Sirenita”, entre 1971 y 1972, bajo la protección del profesor y poeta olanchano “cachureco” don Miguel Ángel Osorio (QEPD), admirador de “Monchito” Cruz. Luego mis vivencias en los cinematógrafos, desde una temprana infancia, habida cuenta que mi señor padre había sido gerente de cines en San Pedro Sula. O Roberto Romero (QEPD), el marido de mi tía Nohelia López, quien también se desempeñó como administrador de cines en distintas partes del país. Y más tarde, entre 1972 y 1973, trabajé por un tiempo, como proyeccionista en los “Cines Gemelos Maya” de Tegucigalpa. Menciono estos detalles insignificantes por estar asociados a mis primeras ensoñaciones poéticas e históricas.  

            A veces quisiera rescatar mis percepciones de los primeros colores observados en los amaneceres de la niñez, a partir de un extraño espectro cromático que he venido perdiendo en el devenir de los años. A veces, con sólo cerrar los ojos, aparecían los colores por doquier, como una insinuación que tal vez pude haberme convertido en un pintor, con el ingrediente que un profesor de educación primaria, cuyo nombre nunca mencionaré, se encargó de truncar prematuramente aquellas ensoñaciones. De repente el Dios Eterno había escrito en el polvo de las estrellas que mi destino principal era el de ser un escritor, desconocido tal vez, pero un escritor autocrítico, para lo cual tendría que sortear primero una serie de obstáculos aparentemente infranqueables (comenzando por mi padrastro), y luego caminar sobre un valle de tinieblas que al final me conduciría hacia un sendero de excelentes posibilidades y manantiales de luz para calmar mi sed espiritual. 

            La primera revelación de mi destino surgió en el primer curso de educación secundaria en el Instituto “Vicente Cáceres” (1972). Un profesor de castellano de apellido Paredes me animó a que participara en un concurso de oratoria (mediante el cual me gané un lote de veinte libros), y unas semanas después para que escribiera una obra de teatro en verso, un poco a la manera de Calderón de la Barca, a fin de que participara en un concurso de teatro intercolegial. Organizamos un grupo de teatro con German Pineda (QEPD), Julio César Barrientos y Justo y Antonio y otros amigos cercanos, y ganamos todos los premios habidos y por haber. Todavía estamos como a la espera ilusoria que nos entreguen aquellos premios. Pero el principal promotor de aquel evento, José Luis Sevilla, ya falleció.

            Un suceso importante de nuestras vidas en el mencionado Instituto Central es que siendo todavía adolescentes algunos muchachos creíamos que incluso podíamos transformar Honduras. Y el mundo. No teníamos ninguna claridad sobre cuál era el camino correcto para tales transformaciones nacionales. Sin embargo, dos de nosotros trabajamos hasta quedar exhaustos y enfermos, para sólo colocar un ejemplo, por los damnificados del huracán “Francelia”, a fin de conseguirles algunas camionadas de madera de orilla y algunas medicinas, para que se instalaran y construyeran sus primeras casitas en lo que llegaría a llamarse “Colonia las Brisas”, a orillas del río Grande, en Comayagüela. A partir de estos sucesos comenzaron algunos desencantos y decepciones personales. Pero éramos adolescentes, y los adolescentes adolecen de casi todo. Los actuales habitantes de la colonia “Las Brisas” nada saben de aquellas faenas harto difíciles, pero misericordiosas.

            Con las lecturas intensas y las nuevas experiencias y desencantos, aprendí hasta el fondo que hay un abismo entre las más bellas ensoñaciones y la cruda realidad. Muchos de mis sueños han quedado convertidos en espuma. Nunca he logrado, por ejemplo, viajar hasta Cádiz y Málaga para conocer a mis posibles parientes paternos. Me refiero a la familia “González-Infante”, e “Infante-González”, cuyo árbol genealógico se puede rastrear hasta por lo menos el siglo dieciocho. Hay un médico jubilado que responde al nombre de José Manuel González Infante, que ha publicado varias obras de medicina, y quien con un alto porcentaje de probabilidad es pariente cercano mío. Luego está el poeta José Infante Martos, “Premio Adonáis de Poesía”, quien es de Málaga y reside en Madrid. Por otro lado nunca he conocido Londres ni tampoco Toledo, y quizás nunca vuelva a mi amada Jerusalén. Pero sigo acompañado de Guillermo Hegel y de otros filósofos claves, que han sido un proyecto subyacente, bien logrado, de casi toda mi precaria existencia. Porque los ensueños, a veces, y muy a las cansadas, empalman con la escurridiza realidad.

            Tegucigalpa, MDC, 14 de julio del año 2019. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el domingo 21 de julio de 2019, Pág. Siete).   

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