Por: SEGISFREDO INFANTE

            Nadie elige el país en el cual nace. Tampoco la época. Mucho menos las circunstancias difíciles o bonancibles creadas por el entorno determinista o azaroso, sea nacional o internacional. Creo que los sirios nunca eligieron nacer en Siria, y me parece que las personas que fueron víctimas directas durante la “Primera” y la “Segunda Guerra Mundial”, hubiesen preferido nacer en otros países o rincones escondidos; o cuando menos en otras épocas. En mi caso personal (ya lo he subrayado en otro artículo) nunca estuvo en mis manos el acto de nacer en Honduras. Razón por la cual soy ajeno a las circunstancias anteriores y posteriores a mi niñez y parte de mi adolescencia. Sin embargo, con el paso de los años uno aprende a degustar los sabores y olores de la patria chica; las diversas formas de hablar el idioma español; los aportes de los personajes históricos y del mundo del pensamiento y de la literatura. También se aprende a interiorizar los paisajes hermosos del terruño; a salvaguardar, hasta donde es posible, las amistades y parentescos entrañables, y a asumir, con estoicismo y misticismo, las desgracias individuales y colectivas de la nación a la cual se pertenece, en caso que subsista algún sentido de pertenencia nacional.

            Expreso lo anterior porque en estos últimos años he escuchado en forma directa e indirecta unos “quejidos al viento”, provenientes de paisanos que dicen avergonzarse “de ser hondureños”; o “de haber nacido en Honduras”. La primera pregunta que se me ocurre, “in pectore”, es acerca de los aportes reales que tales mestizos vociferantes han realizado en favor del Estado de Honduras y de la hondureñidad. Me parece que se quejan por la ausencia de ayuda directa del gobierno actual (y de cualquier gobierno) a sus proyectos individuales y comunitarios. A renglón seguido comienzan a proferir insultos exagerados contra su propio país. Es decir, contra el humilde y honesto pueblo hondureño a veces atrapado en circunstancias fraguadas en otras latitudes.  

Sería de desear que profundizáramos en la trama psicológica de este vidrioso tema, en tanto que ha habido, y siguen habiendo, pueblos y sociedades más pobres, más violentas y con mayores problemas que Honduras. Aquí mismo en las proximidades de América Latina recuerdo perfectamente la espantosa guerra civil salvadoreña de la década del ochenta del siglo recién pasado. Pero jamás escuché a ningún salvadoreño, por muy mal que le fuera, hablar mal de El Salvador. Los niveles de narcotráfico y de violencia en nuestra hermana Colombia, durante décadas, han sido descomunales. Nada comparado con la pequeña Honduras. Pero ocurre que por regla general los colombianos nunca hablan mal del Estado de Colombia ni mucho menos de su nación. Al contrario, hablan bien de las virtudes y de los paisajes de su país. El caso de México (y de nuestros queridos hermanos mexicanos) es análogo al de Colombia. Jamás los mexicanos van a permitir que los extranjeros o que los mismos mexicanos pongan por los suelos el nombre de su patria.  

Aquí en Honduras varia gente señala un supuesto “narco-Estado”, en tanto que desean hablar mal de cualquier gobierno “equis”, para quedar bien con los extranjeros y con la prensa internacional, confundiendo el concepto de “Estado” con el concepto de “gobierno”, cayendo un poco en la vieja trampa de cierta tradición teorética anglosajona, en donde se han confundido, en el uso y abuso, ambos conceptos. Les comentaba a unos queridos y talentosos amigos que hasta el mismo Karl Marx (de tradición judeo-alemana) cayó en la tentación de confundir el Estado con el gobierno, por eso imaginaba una transición más o menos rápida de la “dictadura del proletariado”. En este punto considero que debemos releer imparcialmente, como para ir aclarando las cosas enmarañadas, el libro “Teoría de Justicia” del gran filósofo de la política liberal clásica estadounidense John  Rawls, al margen de las posibles conclusiones preliminares diversas y contrarias.  

Por principio de cuentas el Estado de Honduras somos todos los hondureños, incluyendo a los que se han nacionalizado, en donde predominan las personas pobres, humildes, honestas y trabajadoras, tanto en la ciudad como en el campo, sin ignorar, en ningún momento, que existen guayabas podridas y pequeños segmentos nocivos de la sociedad, que le hacen tanto daño a los mismos hondureños. Repito, el Estado de Honduras es, en teoría, todos los hondureños, el territorio, las instituciones estatales básicas como las escuelas, los hospitales, el Banco Central, las universidades públicas y las Fuerzas Armadas, cuyas existencias devenimos obligados a proteger y salvaguardar.

Honduras es el país donde ha nacido un enciclopedista continental llamado José Cecilio del Valle. Un periodista y cronologista multifacético (también continental) llamado Rafael Heliodoro Valle. Lo anterior para sólo mencionar dos nombres. Además contamos con varios ensayistas recios, científicos respetables y poetas de mucho peso internacional, cuyos nombres debemos elevar en pancartas pacíficas permanentes, al revés de aquellos que se dedican a desprestigiar al Estado cada vez que les envenenan el oído.

Tegucigalpa, MDC, 13 de octubre del año 2019. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el jueves 17 de octubre de 2019, Pág. Cinco). (En los penúltimos tres o cuatro meses del año 2019, varios de estos artículos se han reproducido en el periódico digital “En Alta Voz”).

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