(Por: Filiberto Guevara Juárez) Resulta prácticamente imposible referirse al liberalismo como ideología, sin abrevar en la fuente originaria del pensamiento libertario y progresista desde la perspectiva estrictamente filosófica. Es así, que al desandar el camino de la libertad, encontraremos en sus inicios a dos grandes vertientes de decir la libertad: a los filósofos estoicos y a los filósofos epicúreos. Los primeros, dando mayor importancia al principio moralista o virtud y, los segundos dando mayor importancia al utilitarismo o pragmatismo en la búsqueda del bien individual y colectivo.

Dentro de los pensadores principistas podemos identificar a escritores tales como: John Locke, Adam Smith, Emmanuel Kant, John Rawls y Robert Nozick (estos dos últimos de origen estadounidense). Dentro de los segundos, es decir, pragmáticos o utilitaristas, identificaremos a escritores tales como: John Stuart Mill, Juan Bautista Alberdi (Argentino), Ludwing von Mises, Friedrich A Hayek. Referente a este último gran pensador de la libertad, el investigador argentino y a la vez ex profesor de la facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Mariano Grondona, deja bien claro en su obra “Los pensadores de la libertad”, que en Hayek la visión utilitarista llega al punto máximo.

Por lo que, se puede inferir, conforme a lo que expresa el mismo Hayek, en su obra “Los fundamentos de la libertad”, que Hayek fue un liberal al estilo anglosajón en lo político; pero muy pragmático al estilo francés en lo económico. Sin embargo, coincidiendo con el gran investigador Mariano Grondona, que según los moralistas, “no se puede buscar el bien con prescindencia de lo que es recto”. Es por eso, que se puede reconocer que el liberalismo es pluralista y anti-dogmático. Pero se hace necesario aclarar que según Santo Tomas de Aquino: hacer el bien, evitar el mal, es la suprema regla moral.

El sol de la libertad que ilumina el pensamiento y guía la mente de todo pensador liberal y progresista, deberá ser siempre consecuente con el ideal del bien, el derecho y la justicia, sirviéndoles de marco en la lucha por el rostro visible de la libertad que se discute todos los días, es decir, la libertades civiles, políticas y económicas; pero sin perder de vista el rostro invisible de la libertad interior, que respeta el por qué y para qué de la opción personal o individual de la práctica de la libertad de cada persona en sociedad.

El tiempo cronológico hasta la evolución del mundo actual, ha demostrado que la práctica de la libertad trae consigo beneficios individuales y colectivos. Sin embargo, si la libertad individual y colectiva no se sujeta al respeto de las leyes que surjan del consenso social; se corre el riesgo de desembocar en el libertinaje o anarquía, rebasando así el marco del bien, la justicia y el derecho colectivo.

Habiendo llegado hasta este punto en la reflexión sobre el liberalismo, es válido hacerse la siguiente pregunta: ¿Es posible un liberalismo progresista y solidario?. Siempre se ha dicho que el socialismo en contraposición al liberalismo; hace y hará posible el ideal de una sociedad de bien, donde impere la justicia y el derecho de todos a vivir en un mundo mejor. Pero también se sabe, que el gran problema que ha enfrentado, enfrenta y enfrentará el sistema o modelo de producción socialista, es la generación y regeneración de la riqueza y, consecuentemente de una efectiva producción de bienes de consumo que satisfagan las necesidades cada vez más crecientes del ser humano en sociedad.

Hasta se ha llegado afirmar que el socialismo lleva en sus entrañas el ideal de justicia para todos, pero que el liberalismo aunque “amoral” (que en realidad no lo es, per se) resulta ser más efectivo para la generación, regeneración de riqueza, y producción de bienes de consumo. Pero un liberalismo fundamentado esencialmente sobre los pensadores principistas como Emmanuel Kant, Adam Smith, John Locke, y otros que se ajustan a la práctica de la virtud, da por resultado una ideología liberal moral y efectiva para el progreso de la humanidad. El gran problema del sistema de producción capitalista o liberal, estriba en hacer posible una efectiva justicia distributiva vía captación de impuestos por el gobierno, evitando que la riqueza se acumule excesivamente en manos de unos pocos.

Y no es que sea malo que existan millonarios en una sociedad, pero si el sistema de producción vigente les ha permitido enriquecerse, justo sería que actúen con más responsabilidad social vía tributación. Es entonces, que debe moralizarse la ideología del sistema o modelo liberal de producción y distribución de la riqueza, recurriendo al ideal del liberalismo progresista y solidario, mediante la toma de conciencia individual de compartir nuestros beneficios con el prójimo y más necesitado en nuestro entorno.

Lo expresado anteriormente puede parecer una utopía de poder llevarlo a la práctica, porque nadie puede obligarnos a que seamos benevolentes o solidarios con los demás. Eso no lo hace ni Dios mismo y, mucho menos podrá hacerlo el Estado, porque dentro del ámbito de libertad de conciencia cada persona tiene el derecho a decidir qué hacer con el fruto de sus esfuerzos y talentos. Quizás lo único que podría hacer el Estado como tal, es procurar un ambiente legal y justo de oportunidades para todos, y a la vez, impulsar un modelo educativo y propagandístico que promueva la solidaridad y justicia para con nuestro prójimo, tal como se deja entrever en las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo.

Actualmente se debate mucho sobre el rostro visible de la libertad, es decir, las libertades civiles, políticas y económicas, que representan la libertad exterior; pero muy poco se debate sobre el por qué y para qué de la libertad interior que implica al rostro invisible de la libertad, o sea lo que cada individuo puede hacer con su libertad en concreto para sentirse valioso y digno de existir en éste mundo. Entonces, si partimos del hecho que en toda la historia de la humanidad no ha existido, ni existe, ni existirá otra persona igual a usted o a mí, el rostro invisible de la libertad adquiere un inconmensurable sentido, concediéndole mayor importancia al rostro visible de la libertad anteriormente enunciada.

Se acepta además, que no existe sobre la faz de la tierra nada más valioso que el ser humano. “Somos valiosos porque cada uno de nosotros aporta una nueva combinación de valores que de otro modo no existiría. De ahí la frase: que tu existas, hace una diferencia”. Entonces, si todo ser humano es valioso y único, vale la pena concederle libertad para que pueda florecer individualmente y, de esa forma contribuir con su talento y esfuerzo a crear un mundo cada vez mejor.

A pesar de que actualmente vivimos en un mundo que al ritmo del avance tecnológico cambia constantemente; quizá el impulso renovador de un liberalismo progresista y solidario, se hace hoy más necesario que nunca, para el progreso material y espiritual de todos los seres humanos. Dejando muy atrás al viejo concepto del liberalismo, del simple “dejar hacer y dejar pasar”, muy propio del neoliberalismo y capitalismo salvaje, que hace rico a unos pocos con el trabajo de muchos; donde los más fuertes o poderosos a título personal, instrumentalizan a las personas y las leyes a través de las instituciones y poderes constituidos del Estado, logrando sacar provecho egoísta, en franco detrimento de las grandes mayorías sufrientes en el mundo actual.

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